Pero si la primera de las caridades es dar la verdad, esta
verdad debe darse en la caridad. Hay una manera de servir a la verdad que,
precisamente porque no la sirve bastante en la caridad, acaba por hacer daño a
la verdad. Sabemos muy bien que puede haber en nuestra manera de servir la
verdad algo muy impuro: la verdad se convierte entonces en nuestro negocio y su
triunfo en nuestro triunfo. A partir de este momento, ya no es a ella a quien
servimos, sino a nosotros mismos. Y después, estamos satisfechos de poseer la
verdad, en tanto que otros no la poseen. Abordamos al otro como el propietario
al indigente. La verdadera actitud es muy diferente. Yo soy tan pobre como el
otro, por mí mismo no tengo absolutamente nada. La verdad no es mi verdad, me
ha sido dada, y debiera percatarme de cuán mal la recibo. Por esto, debo
simplemente dar testimonio, sintiendo que soy completamente indigno de ella.
Mons. Marcel Lefebvre.