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jueves, 9 de junio de 2011

DE LA CRISTIANDAD A LA INCREENCIA - CAPÍTULO 6



(RECOMENDAMOS LA LECTURA DE ESTE CAPÍTULO EN PARTICULAR PUES EN NUESTRO CONTEXTO ACTUAL TIENE ESPECIAL IMPORTANCIA)

Capítulo 6: LA REVOLUCIÓN SEXUAL.

Es una parte importantísima en el camino hacia la increencia y que forma parte de la estrategia dictada por Gramsci: destruir a la familia, para erradicar de la vida del hombre sus creencias y tradiciones sagradas.
Esta destrucción familiar para acabar con los criterios cristianos, les interesaba a muchas personas, no sólo a los comunistas. A ella se sumaban intereses racistas, comerciales y económicos de muchas personas, que incluían algunos grupos judíos y masones… entre muchos otros. Por eso, el apoyo económico a la estrategia fue inmenso.
Si tratamos de imaginarnos una familia verdaderamente destruida, terriblemente destruida, completamente destruida, podríamos imaginar a una familia en la que los esposos se lastiman, se engañan y se separan; una familia en la que las madres abandonan a sus hijos, o… tal vez… una en la que las mamás matan a sus hijos y los hijos matan a sus padres enfermos. Suena algo terrorífico, pero… eso era lo que buscaba Gramsci.
Era un reto grande: ¿Cómo hacer para que familias latinas, sólidas, unidas, aferradas a sus creencias, tradiciones y valores cristianos y familiares se desintegraran? No podían sacar de repente anuncios que dijeran: maridos, abandonen a sus mujeres; mamás, maten a sus hijos; nietos, maten a sus abuelos. Nadie le hubiera hecho ni medio caso.
Así que se preguntaron: ¿Qué es lo más sagrado en la familia, lo que más aprecian estas familias conservadoras? Los hijos. Arremetamos contra ellos y convenzámoslas de que tener un hijo es lo peor que les puede suceder. Después de eso, el resto será fácil.
Usaron dos estrategias:
Una, disfrazada de ciencia, para llegar al ámbito económico y de las empresas, que la desarrolló
Malthus en su teoría demográfica de la sobrepoblación y la carestía:
“Si la población sigue creciendo, no habrá alimentos suficientes para todos.”
Aunque era totalmente ridícula, porque la historia del mundo económico demuestra lo contrario, la propagaron por todos los medios, con fotografías desgarradoras y gráficas llamativas, de manera que pareciera la pura verdad y el mundo… se lo creyó. Ahora vemos las consecuencias en las poblaciones envejecidas de Europa.
La otra estrategia fue una campaña publicitaria, dirigida directamente a cambiar la mente del pueblo, en el que ya existía un gran interés por tener cosas materiales. La campaña consistía en un solo mensaje aparentemente aceptable y poco dañino, que decía así:
“La familia pequeña vive mejor”
Cualquiera que analice la frase racionalmente, un solo segundo, se dará cuenta de que es mentira, pues todos conocemos familias grandes y pequeñas que viven bien y también conocemos familias grandes y pequeñas que viven fatal. Así que… nada que ver con la verdad.
Pero… nos la repitieron tanto, tanto, tanto, tanto… durante tantos, tantos, tantos años (más de veinte), que nos la llegamos a creer.
La frase aparentemente nada dañina, traía dos fines muy bien planeados:
1) Que la gente relacionara e igualara el “vivir mejor” con el “tener más cosas”, de esa manera… el hombre olvidaría que “vivir bien” significó algún día “portarse bien”, “ser bueno”.
2) Que la gente empezara a ver a los hijos como los enemigos del bienestar. Con esto, el hijo dejó de ser un don maravilloso de Dios y pasó a convertirse, en la mente de las personas, en el enemigo potencial del bienestar familiar.
Como la gente olvidó que el “vivir bien” tenía mucho que ver con el “ser bueno”, las virtudes y valores familiares pasaron a un segundo plano casi olvidado (exactamente lo que buscaba la estrategia de Gramsci) y fueron sustituidas por el “si quiero vivir bien, debo tener pocos hijos para poder tener más cosas”.
Por supuesto, la industria de los anticonceptivos y todos los vendedores de “cosas”, de cualquier cosa que pudieran comprar las familias, apoyaron felices esta iniciativa. Significaba mucho, mucho, mucho dinero para ellos.
A un cristiano convencido de sus valores, difícilmente le puedes vender algo que no necesite, pues sabe del recto uso de las creaturas. Tal vez te lo compre por hacerte el favor, pero… nada más. En cambio, a alguien que ha puesto el materialismo por encima de los valores cristianos, le puedes vender… lo que quieras.
Por eso recibió tanto apoyo esta campaña.
Pero todavía no lograban destruir a la familia (sólo la habían hecho chiquita), así que completaron su estrategia con una segunda campaña, que sonaba casi igual que la anterior. De nuevo, una frase solamente, repetida millones de veces, por todos los medios y durante mucho tiempo:
“Pocos hijos para darles mucho”
Esta segunda campaña, que duró otros veinte años, además de reforzar las ideas de la primera (el hijo como enemigo y el cambio de los valores por el materialismo), trajo como consecuencia una generación de padres que se sintieron obligados a “darles mucho” a sus hijos únicos (todo lo que pidieran) para compensar la falta de hermanos.
Y así crecieron estos niños, egoístas, demandantes y exigentes, acostumbrados a dar nada y recibir mucho (todo lo que quisieran).
Ahora… estos niños ya son adultos y se están casando con niñas de la misma generación, igual de egoístas, demandantes y exigentes, que no saben dar y se sienten con derecho a recibir mucho (todo lo que se les antoje). El resultado, ya lo estamos viendo: matrimonios que duran uno o dos años, cuando mucho. Una verdadera epidemia de divorcios. Gramsci era muy listo, sin duda.
Otra consecuencia que trajo esta segunda campaña de los pocos hijos, fue una generación de mamás que se quedaron sin nada qué hacer cuando sus hijos únicos crecieron. Mujeres de cuarenta años que se encontraron un día con que lo único que tenían que hacer, a falta de otros hijos a quien entregarse, era pensar en ellas mismas, en su autorrealización. No sólo ésta es la causa, pero sí es una de las raíces del Feminismo radical: mujeres cuarentonas que se sienten oprimidas (porque no tienen a nadie más en quien pensar) y desean liberarse (de su soledad y falta de actividad) para realizarse.
En esta generación encuentran una tierra fertilísima el físico culturismo, las cirugías estéticas, los cursos de auto superación y todas las corrientes del New Age que promueven, ante todo, el sentirse bien con uno mismo. El resultado… miles de mujeres que abandonan sus hogares para “estar bien consigo mismas”.
Otro triunfo de la estrategia de Gramsci.
Y… bueno… ¿a quién se le antoja llegar a una casa en donde sólo vive una mujer cuarentona, operada de pies a cabeza, que vive a base de apio y agua, habla del ying y el yang y que sólo piensa en sí misma? A nadie, creo. Esta generación de esposos, hombres, significó un mercado hermoso para las industrias de la pornografía y la prostitución. El adulterio… sí… una medalla más para Gramsci.
Una vez que la mente del pueblo aceptó la separación de la sexualidad y la fecundidad, la aceptación de lo demás ya viene por sí sola: de la anticoncepción vienen luego las relaciones sexuales antes y fuera del matrimonio y ¿por qué no? la homosexualidad. Si una cosa se vale, la otra también.
Y… una vez que la mente del pueblo aceptó que el hijo es el enemigo del bienestar, entenderá fácil que no sólo hay que evitarlos, sino que también hay que matarlos cuando no los deseamos. El aborto: mamás que matan a sus hijos… corona de laureles para Gramsci.
Aún hay más: si el niño por nacer significa un estorbo para el bienestar, mucho más lo será un anciano, un enfermo o un niño deforme. Eugenesia… selección de embriones… y eutanasia: mamás que matan a algunos hijos y se quedan sólo con los sanos y nietos que matan a sus abuelos enfermos… Gramsci, te mereces un aplauso, has destruido a la familia cristiana.
Ahora sí, con la “Revolución sexual”, la sociedad latina está lista para la toma de la sociedad política, la fuerza coercitiva. Leyes que aprueben todo lo anterior: divorcio, anticoncepción (salud reproductiva), homosexualidad (ideología de género), concubinato, aborto, eugenesia y eutanasia.
Adelante Gramsci, la mesa está puesta para ti, cuando se cumplen setenta años de tu muerte.


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