Batalla de Lepanto
"La más alta ocasión que vieron los siglos ni esperan ver los venideros"
El día 7 de octubre del año mil quinientos setenta y uno ocurrió la batalla de Lepanto, ganada por los cristianos a los turcos. donde se distinguió, por su valentía, el soldado español y glorioso escritor Miguel de Cervantes Saavedra.
El jefe que mandaba a los cristianos era Don Juan de Austria. Conmemoremos este día recordando algunas noticias interesantes sobre aquel acontecimiento:
Los turcos, pueblo numeroso y guerrero, invadieron Europa en el siglo XV, tomando a Constantinopla, que era la capital del Imperio de Oriente, en 1453. Sus habitantes sufrieron la más dura esclavitud; y los más instruidos, deseosos de evitar el yugo otomano, salieron de su país y se desparramaron por Italia. La república de Venecia, dueña de la isla de Chipre, había celebrado un tratado de paz con Seliman, emperador de los turcos; pero rompió esta tregua su sucesor Selim II, ansioso de poseer tan fértil isla, en que se producían ya entonces los famosos vinos que hoy le dan tanto renombre.
El sultán había anunciado, jactancioso y lleno de orgullo, que pensaba llegar hasta Roma y apoderarse de la Iglesia de San Pedro, para dar en ella un pienso de avena a su caballo. Y si Europa no hubiese puesto todos los medios para vencer su orgullo, lo hubiera conseguido. Era un deber de las naciones oponerse a su ambición. Y España estaba muy interesada en combatirlo, porque hacía algunos años que las conquistas hechas en la costa de Africa, que había pertenecido a nuestra Patria, los turcos trataban de arrebatárnoslas, y lo consiguieron en parte.
Don Alvaro de Bazán, el célebre Marques de Santa Cruz, gran marino, los atacó cerca de Mazalquivir y Orán; no se atrevieron entonces los turcos a combatir al insigne marino español, y tuvieron que desistir, por el momento, de su empresa. Después sitiaron la isla de Malta con una poderosa escuadra, de la cual desembarcó un formidable ejercito; pero fue defendida con heroísmo sin igual por los caballeros de la Orden de su nombre y por La Valette y don García de Toledo.
El papa Pío V había excitado a los cristianos a una Cruzada contra los turcos, mas no pudo en aquellos momentos conseguir ningún resultado positivo. La isla de Chipre fue sitiada por un poderoso ejército, desembarcado de muchas naves de combate, perfectamente equipado. La isla estaba mal defendida y el resultado final fue desastroso. Después de mucho tiempo, fue tomada Nicosia, la capital, degollando los sitiadores turcos a 20.000 de sus defensores.
Pío V volvió a llamar la atención de los cristianos sobre este nuevo y horrible hecho, que patentizaba una vez mas el odio terrible de los turcos de entonces hacia los cristianos. Venecia imploró la protección del Papa, pero fue Felipe II, rey de España, quien abrazo con entusiasmo aquella idea.
Venecia, los comerciantes de Génova, los caballeros de Malta y España se comprometieron a combatir a los turcos juntamente. Formose una Liga y se alistaron gran número de naves, porque la guerra había de hacerse en el mar; organizose asimismo un ejercito respetable, formado por 50.000 infantes y diversas fuerzas de caballería y artillería.
Felipe II había de pagar la mitad de los gastos de esta expedición guerrera; Venecia un tercio, y el Papa un sexto. El botín de la victoria —con la que se contaba— se había de repartir también proporcionalmente. Las conquistas que se hicieran en Europa y Asia quedarían para Venecia; las de Africa, para España, y había de ser el jefe de la expedición el ya celebre Don Juan de Austria, hijo natural de Don Carlos I y su hermano el rey Don Felipe II.
El famoso Don Juan de Austria se había distinguido mucho tanto en el mar como en la tierra; lo prueba de modo patente el que el mismo rey Felipe le encomendará el mando de las galeras de Sicilia para perseguir a los corsarios africanos, y poco después, en 1570, le encargará la terminación de la guerra contra los moros de las Alpujarras, en Granada. En ambas empresas logró triunfar completamente.
En esta proyectada lucha contra los turcos, a propuesta de rey y de la Santa Sede, fue nombrado Don Juan almirante de la escuadra y se le dio por consejero a don Luís de Requeséns, su leal amigo que había compartido con él las acciones contra lo berberiscos; y esto se hizo con aplauso de todos los cristianos así de España como de Italia, de donde también salieron muchos centenares, mejor dicho, millares de voluntarios.
La nación española había de desempeñar el principal papel en aquellos hechos. Contribuyeron a su mejor organización y desarrollo el cardenal Granvela y el Marqués de Santa Cruz, espanto este último, por sus hazañas audaces, de los berberisco. y de los turcos.
Mandaba las naves de Venecia el almirante Venevio; las del Papa, el general Colonna, y las de Génova, Andrés Doria. Don Juan tenía a su mando 253 naves y un ejército, entre marinos y soldados, de 79.000 hombres y 4.000 caballos.
No hay que ver en la empresa de la Europa cristiana, al organizarse contra los turcos, la aspiración de Venecia y de las repúblicas italianas de adquirir nuevos territorios y de contar con nuevos mercados en los cuales afianzar una prosperidad comercial, según opinión de algunos escritores. En realidad fue un acontecimiento de finalidad menos práctica, pero más romántica
Fue una empresa cristiana, ante todo, promovida por la aspiración de la Europa católica contra el mahometismo; existía fuerte empeño por parte del Papa para vencerlo, unido a nación tan religiosa como lo era a la sazón España, cuyos destinos regia Felipe II, rey católico por antonomasia.
Las fuerzas de los turcos eran muy respetables. El sultán Selim II, ayudado por su gran visir Muhamad y por Piali, general de la armada, contaba con los refuerzos que Alí debía traer de Argel.
Alí Bajá apretaba entre tanto el cerco de Famagusta, la mejor ciudad de Chipre, poniendo a contribución todos sus recursos para tomarla. Don Juan de Austria embarcó en Barcelona y llegó a Nápoles, donde el cardenal Granvela le entregó el estandarte de la Liga, que le había enviado el Papa. juntamente con el bastón de general en jefe.
Lanzose seguidamente al mar con sus escuadras y llego a Messina precisamente el mismo día en que tomaba Alí Bajá a Famagusta y pasaba a cuchillo a los defensores de aquella ciudad. A mediados de septiembre zarpó la armada cristiana del puerto de Messina, mientras la de Piali, reunida ya con la de Argel, saqueaba las costas del Adriático y amenazaba a Venecia. Las naves cristianas se dirigieron a Grecia. Tardaron muchos días en encontrarse con las naves enemigas; al fin, junto a la ciudad de Lepanto, cerca del promontorio de Aecio, lugar celebre en la Historia romana, se encontraron las dos flotas y dieron comienzo a la acción del domingo 7 de octubre a cosa de mediada la mañana.
Los cristianos estaban poseídos de noble ardor y Don Juan animaba a todos con su valor probado.
-Hoy es día de pelear como caballeros y como creyentes; mantened la gloria de vuestra patria.
Todos, enardecidos y llenos de entusiasmo, esperaban con impaciencia el momento culminante de la lucha. Las naves de Venecia ocupaban la izquierda de la formación; Doria con las genovesas y maltesas, la derecha; Don Juan con sus galeras y Cotonna con las de Roma, el centro; y don Alvaro de Bazán, con las suyas, formaba el grupo de reservas.
En el bando contrario, las galeras egipcias formaban el ala derecha turca. Con ímpetu atacaron éstas nuestra línea a la izquierda y echaron a pique ocho galeras venecianas; pero el almirante Venevio apareció entonces con sus naves de reserva, que tenia ocultas detrás de un promontorio, y destruyó la nave capitana turca; las demás se retiraron rápidamente.
Las galeras argelinas mandadas por Alí, y que formaban el ala izquierda, cayeron sobre nuestra derecha; sufrieron la mayor embestida las de Malta. La capitana de la Orden se vio cerrada por siete navíos argelinos y tomada al abordaje; todos sus marinos murieron. Los genoveses acudieron rápidamente en su auxilio; lograron recobrarla y ahuyentar a las naves de Argel.
El almirante turco Piali arremetió contra la nave de Don Juan de Austria. El choque fue terrible. Mandó Don Juan poner la proa a la capitana turca, y las dos naves chocaron con tal empuje, que los cañones quedaron inutilizados, reunidos los puentes, y la gente luchando cuerpo a cuerpo. La lucha se hizo entonces general.
En esto llegaron el Marqués de Santa Cruz y don Luis de Requeséns con sus 35 naves de reserva. El estandarte turco de la nave capitana cayo en poder de los cristianos y Piali cayó muerto sobre la cubierta. Los cristianos gritaron: ¡Victoria! La derrota se declaró en toda regla para los turcos, hasta el punto de amenazarlos con degenerar en catástrofe. A las cuatro de la tarde sólo quedaban a los otomanos 40 naves. Los cristianos perdieron unos 7.000 hombres; los mahometanos, 25.000; se les tomaron 135 galeras y 10.000 prisioneros; se rescataron 15.000 cautivos cristianos que iban al remo en los buques de la armada otomana.
El triunfo de Lepanto celebrose con el mayor entusiasmo en todas las naciones europeas. El Papa felicitó y agasajó al almirante Don Juan de Austria, y le regaló magníficas mesas de mosaicos, que se admiran aún en el Museo de pinturas de Madrid. Instituyó, además, la fiesta del Santísimo Rosario para el primer domingo de octubre, que todavía se celebra en el mundo cristiano.
Los expedicionarios se llevaron en una nave el Cristo que había en la ciudad de Barcelona, como símbolo de su fe y deseo de protección divina. Dícese que como una bala resultara dirigida contra el cuerpo de la imagen, ésta se ladeó, evitando así, milagrosamente, que recibiera el impacto. A este milagroso Cristo se le conoce por el Cristo de Lepanto.
El famoso pintor Tiziano, a pesar de sus 94 años, hizo entonces el hermoso cuadro que representa el combate de Lepanto. Venecia erigió una suntuosa capilla en uno de sus mejores templos para conmemorar tan valerosa hazaña de los cristianos de la Liga. Antonio Agustín escribió un poema laborioso, celebrando aquel portentoso hecho.
Y en cuanto a la inspiración poética, de seguro conocéis, por la lectura de trozos literarios, aquella hermosa canción de nuestro gran lírico Fernando de Herrera, poeta sevillano, dedicada a glosar el combate que nos ocupa.
Las lisonjeras esperanzas que hiciera concebir aquella victoria, encaminadas a dominar a Constantinopla, no pudieron, empero, realizarse, tanto por la prematura muerte de Pío V como por la conducta de Venecia, que celebró poco después un armisticio con el sultán vencido; por otra parte, el mismo rey Felipe en vez de favorecer los planes de Don Juan, que quería perseguir a los turcos hasta la misma Constantinopla y restaurar un segundo Imperio bizantino le mandó dirigirse a Túnez con su escuadra. También contribuyó a que no se lograra este resultado la antigua guerra que sostenía por entonces España en los Países Bajos. Felipe II tuvo necesidad de distraer tropas para ello, y envió a Don Juan de gobernador; y en dicho país murió tempranamente este invicto general, a los treinta y tres años de edad.
El cadáver de este famoso guerrero y marino a la vez, descansa en un suntuoso mausoleo en el panteón del Escorial.
-En el mismo monasterio se guardan varios trofeos de la singular batalla de Lepanto.
El monje escurialense Fray Juan de San Jerónimo resume así el triunfo de Lepanto: "En 7 de octubre de 1571, las galeras de la Santa Liga, que fueron las de España y las del papa Pío V y las de Venecia, pelearon con la armada del turco nuestro enemigo y le tomaron 180 galeras, las 39 con fanal, y le echaron a fondo 60 y tomaron otras muchas fentas. Degollaron 20.000 turcos, cautivaron cerca de 6.000. Dieron libertad a 15.000 cristianos que estaban cautivos, que andaban al remo en la misma armada.
Cupieron al Sumo Pontífice Pío V: 20 galeras, 19 cañones gruesos y otros muchos chicos y esclavos 1.200.
"Al rey Don Felipe II: 81 galeras, 68 cañones gruesos y esclavos de cadena 3.600.
"A los señoríos de Venecia: 54 galeras, 38 cañones gruesos, otros muchos pequeños y esclavos de cadena 240.
"Al príncipe Don Juan de Austria le cupo la décima, que fueron: 16 galeras, esclavos 720 y otras cosas; y fue esta la más solemne y notable batalla cual nunca jamas se ha oído ni visto en guerra naval hasta ahora."
Por espacio de siglos enteros persistió en Europa, y singularmente en España, la resonancia de la batalla de Lepanto. Tuvo por efecto limpiar en buena parte del mar Mediterráneo de las asechanzas de los piratas turcos y argelinos, dando así a nuestras gentes de mar una relativa tranquilidad para poder realizar sus travesías marítimas. Esta batalla contribuyó asimismo notablemente al ocaso del poderío turco.
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