(Hemos decidido publicar en nuestro blog, por partes, un librito escrito por monseñor De Segur fallecido en 1881. El libro está dedicado a exponer con gran sencillez, en forma de capítulos cortos y claros los principales errores de las sectas protestantes. Consideramos de gran utilidad el presente trabajo puesto que cada día vemos multiplicarse por todas partes la penetración de este error en nuestras sociedades, y gran parte de su éxito se debe a la profunda ignorancia que hay entre los católicos acerca de la verdadera naturaleza de este error. El libro fue escrito en el siglo XIX, en Francia, ello explica algunos detalles del mismo como nombres y alusiones que son del todo desconocidos para nosotros actualmente; sin embargo, los puntos en que se ocupa del protestantismo son de una actualidad enorme y la claridad con que expone las ideas hace que éste sea un libro verdaderamente imperdible para el católico que desee poner a salvo su fe y la de sus seres queridos)
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¿Por qué se ha escrito este libro?
Estas Conversaciones sobre el protestantismo se dirigen más bien a los católicos que a los protestantes: ellas no son un ataque, ni siquiera una controversia; son una obra de preservación y de defensa.
Se ha preguntado: "¿Para qué hablar aun del protestantismo en la época que alcanzamos? ¿No se ha fundido de tal manera el protestantismo con el racionalismo y la incredulidad, que ya no existe como secta religiosa? Y por otra parte ¿no tienen bastante buen sentido y suficiente lógica los católicos, para dejar que se arraigue entre ellos el protestantismo?"
Cierto, este es profundamente antipático a nuestro país; y no menos incontestable es que del protestantismo, como secta religiosa, no quedan más que ruinas. Pero hay ruinas de que se debe desconfiar, porque pueden servir de receptáculo y abrigo a los malhechores, los cuales no se atreven a mostrarse descubiertamente en los caminos reales. De esta clase es el edificio cuarteado del protestantismo moribundo, se transforma, si no es ya transformado en una fuerza inmensa de destrucción.
Reanimado y recalentado por los impíos, a quienes recibe en su seno, se le ve desembarazarse, pieza por pieza, de su armazón teológica del siglo XVI; y mostrar al descubierto, su principio, esencialmente revolucionario. Conservando, porque le conviene, algún lenguaje bíblico y ciertas formas religiosas, se presenta delante de los católicos en una actitud agresiva. Sueña nada menos que con la destrucción absoluta de la Iglesia de Jesucristo; y para conseguirla, multiplica entre las poblaciones católicas sus templos, oratorios y establecimientos de toda clase. Sus agentes inundan de folletos las ciudades y los campos. Procurando corromper las inteligencias más elevadas, por medio de periódicos y publicaciones filosóficas o literarias, se empeña, al propio tiempo, en hacerse un porvenir entre las clases trabajadoras apoderándose de los niños; y para esto les abre escuelas, asilos y casas de huérfanos en donde se enseña a aquellos infelices pequeñuelos, no a ser cristianos, sino a blasfemar de la Iglesia. Fúndase una multitud de asociaciones para hacer la guerra a la religión católica; y las sociedades llamadas bíblicas, evangélicas y otras, públicamente refieren en sus informes anuales, los esfuerzos y el resultado de su propaganda; a la vez que triunfalmente hacen alarde de sus millones de pesetas que se reúnen, especialmente en el extranjero, para alimentar su celo y pagar su progreso.
No es, pues, una cosa ociosa ocuparse del protestantismo. Si algunos hombres tímidos dijeran que no es bueno recrudecer disensiones desagradables, yo les respondería, que para nosotros los católicos, no sólo es un derecho sino un deber, defender nuestra religión atacada y poner en salvo lo que nos es más caro que la vida; esto es, la fe que de Dios y de nuestros padres hemos recibido.
Este librito no tiene otro objeto que cooperar a esta grande obra, aunque las proporciones sean humildes. Yo he pensado que será útil para muchas almas, hacerlas ver en una serie de conversaciones familiares, lo que es el protestantismo, descubriendo las falsedades y la nada de su sistema religioso, las vergüenzas de su origen, su nulidad como culto, su afinidad con todo lo que es revolución y anarquía, y en fin el abismo a que él conduciría a cualquiera país católico, que tenga lógica bastante para no detenerse en el camino del error.
No se encontrarán en estas páginas ni controversias eruditas, ni discusiones metafísicas. Como hablo especialmente con católicos que conocen su religión, no he insistido en ciertos puntos de doctrina que ellos saben; pero que yo habría explicado más largamente, si me dirigiera a protestantes.
Para estudiar en su fuente la cuestión de la llamada reforma, he debido recorrer un gran número de publicaciones y obras literarias, calvinistas, metodistas, etc.; y en ellas he encontrado palinodias mortales, cantadas por ministros y escritores protestantes, aunque solamente he citado las de aquellos que son más estimados entre sus propios correligionarios.
Como este libro podrá excitar algunas recriminaciones de parte de los herejes, no me parece superfluo insistir, en que yo no he hecho en él otra cosa que defender la fe contra los ataques de los protestantes, cuya violencia pasa de toda mesura, y rechazar a esos hombres que proclaman altamente estar llamados a destruir nuestra santa religión. Uno de los corifeos autorizados de esos hombres, el Sr. Agenor de Gasparin, se atrevía a decir, hace poco tiempo, hablando de la religión católica: "No es permitido delante de Dios aborrecerla moderadamente.”
PROTEO
Proteo era un personaje fabuloso, que tomando todas las formas, se ocultaba a todas pesquisas y esquivaba todos los ataques.
Proteo es el verdadero tipo de eso que se ha llamado el protestantismo. No se sabe cómo hacer para definirle y mucho menos se acierta a cogerle. Él es diferente en París que en Londres, en Ginebra que en Berlín, en Berna que en Nueva-York. Más aún: en cada barrio de una misma ciudad, en cada templo, en la cabeza de cada uno de sus ministros; y me atrevería a decir que hasta en la cabeza de cada protestante, el protestantismo se diferencia de sí mismo. Lo que enseña, lo que dice, lo que quiere aquí, es diametralmente opuesto lo que enseña, a lo que cree en otra parte. Sin embargo siempre es el protestantismo.
¿Qué es pues el protestantismo?
¿Es una religión? No, es una secta.
¿Es una Iglesia o una aglomeración de Iglesias? No, es una pluralidad de individuos.
¿Es una institución? No, en una rebelión.
¿Es una enseñanza? No, es una negación.
El protestantismo protesta y aquí acaba su obra. Su nombre es puramente negativo; y lo dicho explica como en trescientos años, este nombre no ha variado aunque él encubre infinitas variaciones. Como el protestantismo no es más que una renuncia de la antigua fe, cuanto menos él crea, más protestará y así merecerá mejor el nombre que lleva. Este nombre se hace cada día más verdadero y subsistirá hasta el momento en que el protestantismo perezca, cual perece la úlcera cuando ha devorado el último átomo de carne en que se cebaba.
Sin embargo, se dice que el Proteo de la fábula llegó a ser cogido; y yo voy a hacer lo posible por lograr otro tanto con el protestantismo, sorprendiéndole bajo uno de los mil disfraces de que hace uso. Procuremos arrancarle la máscara, para que le conozcan los católicos a quienes trata de engañar.
Protestantismo y protestantes
¿Son una misma cosa el protestantismo y los protestantes? De ninguna manera.
Los protestantes son como los demás hombres, criaturas de Dios, por cuya salvación murió nuestro Señor Jesucristo; mientras que el protestantismo es una rebelión contra la verdad, un crimen que Dios maldice en la tierra, como maldijo en el cielo la rebelión de Satanás y sus secuaces.
Es necesario amar a los protestantes como prójimos y detestar el protestantismo, como se ama al pecador y se detesta el pecado.
El protestantismo es malo por naturaleza, pero el protestante puede ser frecuentemente un buen hombre; y de todos modos, el protestante es siempre infinitamente mejor que el protestantismo.
Muchas veces no es protestante sino de nombre; y lo que le falta en materia de religión, mas bien se debe imputar a su educación y a la atmósfera en que vive, que a un sentimiento personal y culpable.
En esta obrita lo que yo ataco no es al protestante, sino al protestantismo; pero al protestantismo le ataco y le denuncio como un grande enemigo de las almas. Ante todo me compadezco de los pobres protestantes; muchos de los cuales, lo sé, están en la más perfecta buena fe. Dios los tratará con misericordia, si estando en esa gran ruina, que se llama el protestantismo, todavía aman y buscan como mejor pueden, los vestigios de la verdad.
El protestantismo es una doctrina engañosa. ¡Guerra al error!
El protestante es un hombre por quien, como por todos los hombres, ha padecido y muerto nuestro Señor Jesucristo; y es por lo mismo un prójimo, a quien todos debemos amar.
Catolicismo y católicos.
Si protestantismo y protestantes no son una sola e idéntica cosa, tampoco lo son catolicismo y católicos.
El protestantismo siempre es peor que los protestantes.
Esto es tan cierto como fácil de concebir. El pecador vale siempre más que su pecado: el hombre que se engaña vale siempre más que su error porque el pecado y el error son absoluta y enteramente malos, mientras que el hombre que peca o yerra, conserva siempre algo de bueno, algunos restos de verdad y de pureza de corazón.
El catolicismo, por el contrario, es siempre mejor que los católicos. Por perfecto y santo que se suponga a un católico, siempre quedan en él las imperfecciones de la humana naturaleza y los residuos del pecado original. La iglesia católica, que le conduce en los caminos de Dios, le presenta la verdad pura de toda mezcla y absolutamente buena, le propone la santidad perfecta; y por lo mismo, la maestra es siempre superior al "discípulo.
Frecuentemente sucede que los ministros protestantes, en los reproches que dirigen a la iglesia católica, confunden a los católicos, con el catolicismo, al discípulo siempre imperfecto, con la doctrina en sí perfecta. De ahí proceden las recriminaciones injustas; de ahí deriva, muchas veces, una irritación infundada; y de ahí en fin, nacen obstáculos que son quiméricos, pero bastante fuertes para impedir que el extraviado vuelva a la verdad.
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