UTILIDAD DEL DESCENDIMIENTO DE
CRISTO A LOS INFIERNOS
Cuatro lecciones podemos sacar
para nuestra instrucción del descendimiento de Cristo a los infiernos:
1º) Una firme esperanza en Dios.
Porque cualquiera que sea la aflicción que le atormente, debe esperar siempre
la ayuda de Dios y confiar en él. Porque nada hay más cruel que estar en el
infierno. Ahora bien, si Cristo libró a los que estaban en el infierno, mucho
más debe confiar el que es amigo de Dios, que será librado por él de cualquier
angustia. Ésta (la sabiduría) no desamparó al justo vendido, más le libró de
pecadores, y descendió con él al hoyo; y en las prisiones no le desamparó (Sab
10, 13, 14) Y porque Dios ayuda de manera especial a sus siervos, debe estar
muy seguro el que sirve a Dios. El que teme al Señor de nada temblará, ni
tendrá pavor; porque el mismo es su esperanza (Eclo 34, 16).
2º) Debemos concebir temor y
desechar la presunción. Porque si Cristo padeció por los pecadores y bajó a los
infiernos, no libró, sin embargo, a todos, sino únicamente a los que estaban
sin pecado mortal; pero dejó allí a los que habían muerto en pecado mortal. Por
consiguiente, ninguno que baje allí con pecado mortal, espere perdón; sino que
estará en el infierno el tiempo que los santos Padres estarán en el paraíso, o
sea, eternamente.
3º) Debemos ser solícitos. Porque
Cristo descendió a los infiernos por nuestra salvación, y nosotros debemos
preocuparnos por bajar allá frecuentemente, meditando en las penas, como hacía
el santo profeta Ezequías: Yo dije: En el medio de mis días iré a las puertas
del infierno (Is 38, 10) Porque el que en vida desciende frecuentemente allí
por la meditación, no desciende fácilmente en la muerte; pues esa consideración
le preserva del pecado y le aparta de él. Vemos que los hombres de este mundo se
guardan de obrar mal por temor a la pena temporal; ¿con cuánta mayor razón
deben evitar las acciones malas por temor a las del infierno, que son mayores
por la duración, la acerbidad y el número? Por eso se dice en el Eclesiástico:
Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás (7, 40).
40) De este hecho nos viene un
ejemplo de amor. Cristo bajó a los infiernos para librar a los suyos; y, por consiguiente,
también nosotros debemos bajar allá para socorrer a los nuestros. Pues ellos
nada pueden y debemos, por lo tanto, socorrer a los que están en el purgatorio,
Sería demasiado duro el que no socorriese a una persona querida que estuviese
en la cárcel, pero mucho más duro es el que no socorre al amigo que está en el purgatorio,
ya que no existe comparación alguna entre las penas del mundo y aquellas otras.
Apiadaos de mí (Job 19, 21).
De tres maneras se las puede
socorrer: por medio de misas, oraciones y limosnas. Esto no es extraño, porque también
en este mundo puede un amigo satisfacer por su amigo.
(Tomado de Santo Tomás de Aquino)
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