Juan Manuel de Prada, periodista
español, resume muy bien en éste breve pero consistente artículo, el problema
de la llamada “libertad religiosa” desde el punto de vista del sentido
común.
Para condenar los actos de
hostilidad contra la fe católica suele aducirse ingenuamente que constituyen
«atentados contra la libertad religiosa»; cuando en realidad son la
consecuencia natural de la «libertad religiosa», tal como se configura en las
declaraciones de derechos humanos. La propia Iglesia adoptó el lenguaje propio
de tales declaraciones cuando consagró que la libertad religiosa es «inherente
a la dignidad de la persona»; expresión barullera que nace de la confusión
entre libre albedrío y libertad de acción.
La «dignidad inherente a la
persona» radica en su libre albedrío; pero en modo alguno en su libertad de
acción, salvo que tal libertad la conduzca a adherirse a la verdad y al bien.
La «libertad religiosa» es libertad de acción que puede conducir a la persona a
adherirse a cualquier secta destructiva o idolillo grotesco; esto es, empujarla
a la indignidad más sórdida e infrahumana. Como afirmaba León XIII en su
encíclica Inmortale Dei: «La libertad, como facultad que perfecciona al hombre,
debe aplicarse exclusivamente a la verdad y al bien. Ahora bien: la esencia de
la verdad y del bien no puede cambiar a capricho del hombre, sino que es
siempre la misma y no es menos inmutable que la misma naturaleza de las cosas.
Si la inteligencia se adhiere a
opiniones falsas, si la voluntad elige el mal y se abraza a él, ni la
inteligencia ni la voluntad alcanzan su perfección; por el contrario, abdican
de su dignidad natural y quedan corrompidas. Por consiguiente, no es lícito
publicar y exponer a la vista de los hombres lo que es contrario a la virtud y
a la verdad, y es mucho menos lícito favorecer y amparar esas publicaciones y
exposiciones con la tutela de las leyes».
La «libertad religiosa» consagra
exactamente lo contrario: esto es, concede la tutela de las leyes a todo tipo
de creencias, sean buenas, malas o mediopensionistas, de tal modo que todas
valgan lo mismo; o sea, nada. Y allá donde todas las religiones toleradas valen
nada, es natural que el orden temporal quiera erigirse a sí mismo en religión
única, usurpando los atributos divinos y exigiendo adoración.
Esto es lo que se oculta bajo la
afirmación de «libertad religiosa» contenida en las declaraciones de derechos
humanos: puesto que todas las religiones valen un ardite, la única religión valiosa
es la que se postula en tales declaraciones; y toda religión que ose contrariar
su designio se convertirá ipso facto en una religión contraria a la «dignidad
humana». Esto es lo que está sucediendo hoy con la religión católica.
Las declaraciones de derechos
humanos nacieron emboscadas detrás de una vaga ética cristiana que las hacía
aparentemente compatibles con la doctrina de la Iglesia. Pero aquella
«compatibilidad» era una añagaza; desde que tales declaraciones fueran
formuladas hasta hoy, los derechos humanos han sido mil veces redefinidos y
reinterpretados, como inevitablemente ocurre cuando se afirma que la verdad y
el bien pueden cambiar a capricho.
Frente a esta visión de los
derechos humanos como inatacable religión de conveniencia en constante
metamorfosis se alza la vieja religión católica, o sus escombros; y la
«libertad religiosa» se revuelve contra ella, por considerarla —¡con razón!— un
obstáculo en su hegemonía. Los actos de denigración y hostilidad contra la fe
católica no harán sino crecer en el futuro, en volandas de la «libertad
religiosa», como ocurre siempre que la inteligencia se adhiere a opiniones
falsas, como ocurre siempre que la voluntad elige el mal y se abraza a él.
Juan Manuel de Prada, 17 de Abril
del 2011, Informe21.com.
(tomado de http://apokalypsisdeluis.blogspot.com/ )
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