Me han pedido que tocara, en esta
ponencia, el tema del aborto, y me han colocado así ante una curiosa paradoja:
en un Congreso dedicado a la doctrina de Santo Tomás de Aquino tengo que
desarrollar un tema sobre el cual Santo Tomás no ha escrito absolutamente nada.
Por muy desesperante que me resulte esta situación, es un hecho: Santo Tomás no
ha escrito nada acerca del aborto, ni que sea pecado, ni que haya que prohibirlo,
ni que sea lícito en casos extremos, nada de nada. Es que la época en que vivió
le libró de defensores del aborto. Entonces, el aborto no era, ni podía ser, tema
de discusión y, por tanto, el Aquinatense no tuvo necesidad de pronunciarse
acerca de él.
Pero nosotros, hoy en día, no tenemos
este feliz privilegio. Todos hemos tenido ocasión de leer en la prensa,
especializada o no, defensas, no del aborto, por supuesto, sino de la
"interrupción artificial del embarazo", con lo cual hemos comprobado
—una vez más— que hay plumas para todo. Sabemos de gobiernos que han cedido ante
esta campaña, y que han autorizado el aborto, con lo cual hemos comprobado, con
tristeza, que también hay gobernantes para todo. Y esto nos obliga a tocar el tema,
a dar nuestra respuesta a quien quiera oírla, incluso en un Congreso tomista.
Ahora bien, si no disponemos de doctrina
tomista expresa acerca del aborto, sabemos, al menos, cómo la habría expuesto
Santo Tomás, caso de tenerla. Todos sabemos cómo está estructurada la Summa Theologica:
se divide en partes, las partes en cuestiones, y cada cuestión en artículos;
cada artículo, a su vez, también tiene una estructura fija: comienza Santo
Tomás exponiendo la opinión contraria a la suya, con los argumentos en que se
apoya; a continuación (sed contra), aduce una autoridad en favor de su propia
opinión.
Entonces sigue el
"corpus" del artículo, en que Santo Tomás expone y demuestra, con
independencia de lo anterior, su respuesta al planteamiento del artículo.
Luego, por fin, se recogen y se contestan, uno por uno, los argumentos de la parte
contraria (ad primum ergo dicendum quod, ad secundum dicendum quod ..., etc.).
Pues bien, ya que estamos en un Congreso
tomista, vamos a discutir nuestro tema al modo tomista. Vamos a intentar
construir un artículo "Utrum licet aborto" y ver qué resulta de ello.
Comenzaremos, naturalmente, por el
videtur quod. En nuestro caso, tendría que ser algo así como lo siguiente.
"Parece que el poder civil no debe prohibir el aborto", según se
demuestra con los siguientes argumentos:
1. El mundo está superpoblado.
Estamos demasiados. Luego hay que matar a unos cuantos para que los demás
estemos más anchitos
2. Un feto humano es una cosa tan
fea y cabezona que realmente no puede inspirar lástima a nadie. Luego es lícito
matarlo.
3. Además, es una cosa tan tontita
que ni siquiera se da cuenta de cuando la matan. Luego, eso hay que
aprovecharlo.
4. Aunque se diera cuenta, el feto
no puede defenderse, ni oponer resistencia alguna. Por tanto, se puede matar
sin peligro. Luego, es lícito hacerlo.
5. No hay acuerdo entre los teólogos
sobre si el feto tiene o no tiene alma racional. Y en la duda, como todo el
mundo sabe, es mejor matar al reo.
6. El Papa, en cambio, sí ha dicho
repetidas veces que el feto tiene alma racional y que no es lícito matarlo.
Pero como se sabe, el Papa sólo es infalible cuando declara dogmas de fe. En
todo lo demás, lo más probable es que esté equivocado.
7. La prohibición no resuelve nada:
a pesar de ella, seguirán habiendo abortos clandestinos. Luego el problema se
resuelve permitiéndolos, para que se hagan a la luz del día (exactamente igual que
los asesinatos, los robos, etc., etc.).
8. Toda mujer tiene derecho al propio
cuerpo: luego tiene derecho a matar a otra persona
9. En muchas familias humildes, la
llegada de un nuevo hijo impediría adquirir otros bienes necesarios, como un
coche, un televisor, una lavadora, etc. Luego, es absolutamente preciso matar al
hijo.
10. En los países que prohíben el
aborto, hay mujeres que se desplazan a otro para realizarlo. Y es injusto
privar a los médicos nacionales de esta fuente de ingresos, en beneficio de los
extranjeros.
11. Esta actividad de los médicos
no tendría ningún parecido con la de los asesinos a sueldo, en absoluto, claro
que no: sería una actividad legal.
12. También hay que ver el aspecto
humano de la cuestión: ¿Qué haría esa pobre señora con un niño en la casa? ...
13. Hay gobiernos que prohíben el aborto.
Apoyar esta prohibición, allí donde existe, es una actitud
"conservadora". Luego la actitud contraria es "progresista".
Como lo "progresista" es siempre mejor que lo
"conservador", ergo.
14. Por fin, en los países democráticos,
cabe el argumento más sencillo y concluyente de todos: lo quiere la gente,
luego es lícito.
Sed contra: pese a tan numerosos y poderosos argumentos, la Iglesia
Católica ha mantenido siempre que el aborto es un crimen y debe ser prohibido.
Tenemos, pues, planteada la dificultad
y ha llegado el momento de fundamentar nuestra opinión. Santo Tomás aquí diría
"Respondeo dicendum quod ...".
Bien, pues hablando ya en serio,
hay que dejar sentado que no hay ninguna diferencia cualitativa entre matar a
un niño en formación y matar a un niño ya nacido. El niño en formación es un
ser vivo, como tal ser vivo tiene alma, y este alma es humana (dado que no puede
ser de ninguna otra cosa). Ningún biólogo ha conseguido determinar el momento
en que el feto pasa de no ser humano a serlo. Al contrario, cuando estudian la
cuestión sin perjuicios, llegan a la conclusión de que es imposible hallarlo,
salvó el momento de la concepción. En cuanto a los criterios de los biólogos
que a toda costa quieren justificar el aborto, se los nota, a poco que se piense,
especialmente preconcebidos para ello: primero decide uno justificar el aborto
(por motivos confesables o no, pero que no se confesarán), y luego se buscan
razones "científicas". Así son los resultados obtenidos: se ha
propuesto, para distinguir al ser humano de lo que "todavía no lo
es", el criterio de la capacidad de vida autónoma (que tampoco tienen los
niños recién nacidos, ni a los dos años, ni todos los adultos), el de la actividad
racional (a más razón...), etc. Pero la realidad sigue siendo que un feto, aun
sin haber nacido, es tan ser humano como cualquier otro en cualquier otra etapa
de su desarrollo. Y en el fondo, todos nosotros lo sabemos.
Pues bien, si de los gobernantes de
una sociedad humana cabe exigir algo, es que al menos aseguren la supervivencia
de sus miembros hasta donde les sea posible. Luego deben (no
"pueden", deben) prohibir el aborto.
Y ahora, siguiendo con el plan que
nos hemos propuesto, habría que contestar a cada uno de los argumentos
contrarios (ad primum ergo dicendum quod ...). Peto no lo vamos a hacer. En
este caso, no lo creo realmente necesario. Quizá sea mejor decir algo de todos ellos
in genere.
En primer lugar, se me podría
reprochar que al exponer los argumentos abortistas en una forma abiertamente ridícula,
me he facilitado demasiado las cosas; que no he hecho ningún esfuerzo por comprenderlos.
En parte, es cierto; no he hecho este esfuerzo, y además, me niego a hacerlo.
Puedo comprender a una mujer que se hace abortar, como puedo comprender al
señor que colabora con el invasor, que comete un desfalco o que engaña a su
mujer. Todos somos humanos, nadie es perfecto, y el que pueda, que tire la
primera piedra. Ahora bien, al que se pone a teorizar sobre ello, para intentar
demostrar, encima, que está bien, cuando en realidad sabe muy bien que está
mal, a ese, me niego a comprenderlo. De acuerdo, él también puede tener razones
atendibles para actuar de esa forma, desde una mala ideología hasta un buen
sueldo. También a él puedo comprenderlo como persona, pero me niego a extender
esta simpatía a sus razonamientos.
Pero a pesar de esto, el reproche sólo
es verdadero en parte. Una cosa es no manifestar simpatía hacia las razones
adversas, otra muy distinta es deformarlas. Por eso quiero hacer constar que
los argumentos que he expuesto son todos auténticos. No he inventado ninguno, y
supongo que la mayoría de ellos les resultarán conocidos.
Todos ellos han sido expuestos, en
una u otra ocasión, sea en la gran prensa, sea en la prensa especializada,
algunos de ellos incluso por colegas míos, profesores de derecho (lo digo sin
ningún orgullo).
De ahí los he sacado, y no he
citado a sus autores sólo por no hacerles propaganda gratis. Que se la hagan
ellos.
Y también quiero hacer constar que
no he deformado ninguno de estos argumentos. Lo único que he hecho ha sido
condensarlos, reducirlos a su esqueleto lógico y despojarlos de toda la fraseología
pedante o sentimental con que se suelen adobar para hacerlos más "convincentes".
En ocasiones, también, los he completado con premisas que los abortistas,
prudentemente, suelen dejar implícitas.
Pero nada más. El ridículo ha
salido por sí sólo. No es una cualidad añadida; estaba ya allí, sólo que un
poco más disimulado.
Dicho esto, no quiero en absoluto
ignorar o minimizar la parte razonable que puedan tener estos argumentos.
Porque, efectivamente, al estar autorizado el aborto en unos países y prohibido
en otros, crea serias complicaciones; pero de esto sólo se deduce que la
prohibición tiene que ser internacional. Efectivamente, también, la mera prohibición
no es suficiente: continúa habiendo abortos clandestinos, que constituyen un
grave peligro, no sólo para el hijo, sino también para la "madre",
por las prisas, lo rudimentario de las técnicas empleadas, la impericia del
personal que los efectúa, etc. Pero de esto sólo se deduce que toda prohibición
ha de ir acompañada de una eficaz labor de policía, que consiga acabar con esta
manera de ganar dinero.
Por otra parte, no sólo hay que luchar
contra la práctica misma del aborto, sino también contra las causas que lo
hacen posible. Y en esto, las simples medidas de policía, efectivamente,
resultan insuficientes.
Por cierto, el bajo nivel de vida
de una familia, o de un país, no parece ser, por sí solo, un factor decisivo.
Los abortos con salida al extranjero, por ejemplo, se observan exclusivamente en
familias acomodadas. Es más cuestión de impunidad, de ambiente y, por supuesto,
de egoísmo personal Naturalmente, el aumento del nivel de vida no deja por ello
de ser deseable, y los gobernantes deben procurar que se extiendan sus beneficios
al mayor número posible de personas, pero no como medida contra el aborto, sino
simplemente, porque es beneficioso en sí. En cambio, para luchar
específicamente contra el aborto, hay que terminar, en primer lugar, con toda
ilusión de impunidad, y en lo que respecta al ambiente, hay que considerar a la
propaganda abortista como lo que es: apología de un delito penado por la ley.
En cuanto al egoísmo personal, que
es, en el fondo, el principal factor de toda actividad delictiva, es, por desgracia,
imposible erradicarlo con medios jurídicos o políticos. Ahí está el aspecto
humano tan traído y llevado por los partidarios del aborto. Efectivamente, no
todo niño es bienvenido para su madre. Pero ésta tiene que saber que eso no es
suficiente razón para matarlo. Si no, se enterará después. Se lo dirá su propia
conciencia. Y en el "aspecto humano", lo pasará todavía peor. Es
mejor, incluso para la madre, dejar nacer a su hijo. Luego, como último
recurso, puede abandonarlo.
Naturalmente, hacérselo comprender
no es misión del Estado.
Aquí es terreno del médico, del
sicólogo y, sobre todo, de la Iglesia. En cambio, lo que aquí puede hacer el
Estado es tener una red de inclusas satisfactorias y, sobre todo, facilitar los
trámites de la adopción. En efecto, existe en la mayoría de los países europeos
una curiosa paradoja: por una parte, muchas mujeres acuden o desean acudir al
aborto para librarse de niños que no quieren; por otra parte, hay numerosas
parejas que desean adoptar a un niño, peto para hacerlo tienen que comprarlo a
traficantes, en el "mercado negro" o bien acudir, como hacen en
Bélgica, a una especie de servicio de importación de niños hindúes o coreanos. Sería
mucho mejor poder ofrecer a las madres que no desean a sus hijos la seguridad
de que serán bien atendidos y educados.
Aún podría enumerar otras medidas
prácticas que se pueden tomar en relación con nuestro problema, como el fomento
de la construcción de jardines de infancia, una política familiar coherente,
etcétera.
Por lo demás, estas medidas son de
desear aunque no hubiera ningún problema de aborto. Pero lo principal no es
eso. Lo principal es que entendamos todos, gobernantes y súbditos, que de ninguna
manera podemos permitirnos el lujo de autorizar el aborto.
Sí, de acuerdo, en toda vida social
ha de reinar, hasta cierto punto, el egoísmo; extirparlo es imposible. Pero al
menos podemos exigir que se lo circunscriba a límites razonables, y cuando sea
posible, que se le saque provecho. Si se le deja campo hasta admitir que
cualquiera pueda matar a otro por simple capricho, de esa sociedad no podrá
salir nada bueno. A la larga se pudrirá y perecerá a manos de cualquier otra.
Nos enseña la historia —pero nunca acabamos de aprendérnoslo— que una sociedad,
para subsistir, necesita un mínimo de moral social. Quizá se viva más cómodo
sin él, pero se vive menos tiempo. Por eso, hay que conservarlo. Y el legalizar
el aborto, de eso estoy íntimamente convencido, implica descender por debajo del
mínimo tolerable.
Por:
VLADIMIRO LAMSDORFF GALAGANE.
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