Oración compuesta por el Papa Pío XII para ser rezada por todo político católico
«Dios grande y eterno, Creador y
Señor de todas las cosas, sumo Legislador y Rector supremo, de quien emana y
depende todo poder y en cuyo nombre los que tienen la misión de legislar
determinan lo que es justo e injusto como un reflejo de tu divina sabiduría:
nosotros, hombres políticos católicos, sobre quienes gravita el peso de una
responsabilidad que nos sitúa en el centro de la nación, imploramos tu ayuda
para el desempeño de un oficio que creemos aceptar y pretendemos ejercer para
el mayor bien espiritual y material de nuestro pueblo.
Concédenos, Señor, aquel sentido
del deber que nos induzca a no omitir preparación ni esfuerzo para conseguir un
fin tan alto y la objetividad y el sano realismo que nos permitan percibir
claramente lo que en cada momento es lo mejor.
Haz que no nos apartemos de la
imparcialidad con que debemos buscar, sin injustas preferencias, el bien de
todos y que no nos falten nunca la lealtad hacia nuestro pueblo, la fe en los
principios que abiertamente profesamos y la elevación de espíritu para
mantenernos por encima de todo peligro de corrupción y de todo mezquino
interés.
Haz que nuestras deliberaciones
sean serenas, sin otra pasión que la inspirada por el santo anhelo de la
verdad; que nuestras resoluciones sean conformes a tus preceptos, aun cuando el
servicio de tu voluntad nos imponga renuncias y sacrificios, y que, en nuestra pequeñez,
procuremos imitar aquella rectitud y santidad con que tú mismo gobiernas y
diriges todo para tu mayor gloria y para el verdadero bien de la sociedad humana
y de todas tus criaturas.
Escúchanos, Señor, a fin de que
nunca falte tu luz a nuestra mente, tu fuerza a nuestra voluntad y el calor de
tu caridad a nuestro corazón, que debe amar tiernamente a nuestro pueblo.
Aparta de nosotros toda humana
ambición y toda ilícita ansia de lucro; infúndenos un sentimiento vivo, actual
y profundo de lo que es un orden social sano guardador del derecho y de la
equidad, y haz que un día, juntamente con aquellos que estuvieron confiados a
nuestros cuidados, podamos gozar de tu presencia beatífica, como premio
supremo, por toda la eternidad. Así sea.»
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