EVIDENCIA DE ESTE PRINCIPIO Y SU DEFENSA «AD HOMINEM»
Por ser el primer juicio,
este principio no admite una demostración a partir de otras verdades
anteriores. Su indemostrabilidad, sin embargo, no es un signo de imperfección,
sino al contrario, porque cuando una verdad es patente por sí misma, no es
necesario ni posible probarla. Sólo requiere ser demostrado lo que no es
evidente de forma inmediata. Además, si todas las afirmaciones tuvieran que
probarse a partir de otras, nunca llegaríamos a unas verdades manifiestas por
sí mismas, y todo el saber humano estaría infundado.
DEFENSA DEL PRIMER
PRINCIPIO ANTE SUS NEGACIONES
Aunque el principio de no-contradicción no se puede demostrar
recurriendo a otras evidencias más básicas, que no existen, sí cabe defenderlo
de forma indirecta, poniendo de manifiesto las incoherencias en que incurre
quien lo niega. Estos argumentos tienen un valor indudable, pero no son
propiamente demostraciones, pues la fuerza y la certeza del principio no se
deriva de ellos, sino de la aprehensión natural y espontánea del ente; son sólo
una defensa contra los que lo niegan. Veamos algunas de las argumentaciones que
Aristóteles da en su Metafísica:
a) Para negar este principio habría que rechazar todo significado
del lenguaje: si «hombre» fuese lo mismo que «no hombre», en realidad no
significaría nada; cualquier palabra indicaría todas las cosas o no designaría
ninguna; todo sería lo mismo. Resultaría imposible, entonces, cualquier
comunicación o entendimiento entre las personas. De ahí que cuando alguien dice
una palabra, ya está admitiendo el principio de no-contradicción, pues sin duda
pretende que ese término significa algo determinado y distinto de su opuesto;
en otro caso, no hablaría (cfr. Metafísica, IV, c.4).
b) Llevando hasta sus últimas consecuencias esta argumentación ad hominem, Aristóteles afirma que quien
desecha el primer principio debería comportarse como una planta, porque incluso
los animales se mueven para alcanzar un objetivo con preferencia sobre otros;
por ejemplo, al buscar alimentos (cfr.
Ibidem).
c) Además, negar este principio supone aceptarlo, pues al
rechazarlo se concede que no es lo mismo afirmar que negar: si se sostiene que
el principio de no-contradicción es falso, se admite ya que lo verdadero no es
igual a lo falso, aceptando así el principio que se quiere eliminar (cfr.
Metafísica, XI, c.5).
EL RELATIVISMO
CONSIGUIENTE A LA NEGACIÓN DEL PRIMER PRINCIPIO
A pesar de su evidencia, el principio de no-contradicción ha
sido negado en la antigüedad por diversas escuelas (Heráclito, sofistas,
escépticos) y en la época moderna de modo más radical y consciente, por ciertas
formas de filosofía dialéctica (marxismo) y de relativismo historicista. Son
doctrinas que reducen la realidad a puro devenir: nada es, todo cambia. De este modo rechazan la naturaleza
estable de las cosas, los entes, la consistencia del acto de ser y sus
propiedades. No hay entonces un punto de referencia firme ni un principio de
verdad absoluta, y se sostiene que doctrinas opuestas entre sí son igualmente
válidas: no es más verdadera una afirmación que su contraria.
Una vez desechado el ente, se suele erigir la subjetividad humana
como único punto de apoyo de la verdad. Lo constitutivo de la realidad sería su
referencia a cada individuo: el ser de las cosas se reduce a su ser-para-mí, a
la particular valoración y uso que cada persona puede hacer de ellas en los
diversos instantes de su vida. Por eso, todas las negaciones del principio de
no-contradicción a lo largo de la historia del pensamiento se han caracterizado
por un relativismo subjetivista, que atenta contra la vida humana en sus
vertientes teórica y práctica. Es sobre todo en el ámbito de la vida moral
donde se advierte con mayor claridad la importancia del primer principio, pues
al negarlo, realidades como el matrimonio o la sociedad, por ejemplo, no
tendrían una naturaleza propia ni unas leyes estables, sino que dependerían del
sentido que les confieran los hombres a su arbitrio; desaparece también la
distinción objetiva entre lo bueno y lo malo, y por consiguiente el primer
principio en el orden del obrar humano, que prescribe hacer el bien y evitar el
mal; quedaría como único motivo y norma de actuación el «yo quiero hacer esto».
(tomado del libro cuya imagen encabeza la entrada)
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