FILÓSOFO.—Tenemos ya que los hombres de gobierno, los
legisladores, jefes y magistrados de una nación deben ser profunda y prácticamente
religiosos, prudentísimos y justicieros.
Pregunto ahora, ¿son éstas las
únicas virtudes que deben considerar los pueblos en las personas que han de
elegir para esos puestos elevados?
ECUATORIANO.—No por cierto: si la
religión, prudencia y justicia de los hombres públicos no están vigorosamente
sostenidas por la fortaleza de los mismos, el edificio social, tarde ó
temprano, tiene que desplomarse y venir á tierra.
F.—Esto es más claro que la luz
del medio día; y apenas puede comprenderse cómo hay hombres públicos que no lo
ven, ó mejor dicho, no quieren verlo. Si los legisladores van á las cámaras á
arrebatar á las leyes todas sus sanciones; á desarmar el brazo de la autoridad
para entregarla maniatada al escarnio y befa de los conspiradores; á legalizar
el estado permanente de guerra civil con la impunidad escandalosa de los más
atroces crímenes; si la justicia, armada de una que otra sanción, palidece y
tiembla delante de la impudencia y audacia de los malhechores; si los jefes de
los pueblos no se gobiernan sino por el respeto humano, por el temor de las
consecuencias, por los valimientos, intercesiones y empeños importunos de
espíritus apocados y condescendientes hasta la complicidad ... . ¿qué más se
puede hacer para labrar la desventura de un país, y minar en su base todo el
edificio social, moral y religioso?
E.—No prosigas, amigo mío, porque
esto me quema la sangre y abrasa las entrañas. Sí: el mayor castigo de un
pueblo es ser gobernado por hombres débiles. Nada hay escrito de los cobardes y
pusilánimes. Esos no son hombres; son menos que mujeres: y sin embargo hay
cobardes que ambicionan el poder, y hay necios que se fían de ellos.
F.—Por eso va el mundo como va,
patas arriba. Vuestro gran presidente asesinado, Gabriel García Moreno, decía
que la enfermedad endémica del siglo era la debilidad de carácter.
Verdad es esta que merece muy
bien ser puesta al lado de las sentencias más profundas de esos legisladores de
Atenas y Esparta, Solón y Licurgo.
E.—Así es. Los desastres que
causa en la sociedad moderna el liberalismo católico no tanto son obra de
errores del entendimiento, como efectos de la debilidad de caracteres. Como muy
bien observaron nuestros prelados ecuatorianos en su "Carta Pastoral
Colectiva," tan celebrada por todos los más sabios escritores de Europa, el
liberalismo católico es el mismo miedo embozado ora en el manto de la caridad,
ora en el de la prudencia. A los católicos liberales les asusta un ceño, les
hace temblar una amenaza, les rinde un peligro. Poseídos del miedo, quieren que
la Iglesia en sus combates sea como ellos, pusilánime: y porque ella es madre
de héroes, acúsanla de imprudente y temeraria. Explicando en seguida nuestros
pastores las consecuencias funestísimas de este miedo de los liberales, añaden
en aquel precioso documento estas palabras que nunca debieran olvidar los
católicos.
"El liberalismo católico,
dicen, es esclavo de una tiranía cruel; la tiranía de la opinión. ¿Qué es ver á
los liberales católicos, empeñados en conquistar aura popular, arrastrarse en
medio de las turbas por obtener de ellas un signo de aprobación, un aplauso que
el viento disipa? ¿Qué es verlos hechos el ludibrio de las exigencias caprichosas
de muchedumbres inconstantes, defendiendo con igual debilidad el sí y el no, y
aprobando hoy lo que ayer combatieron? Sansón es el liberal católico, á quien
pérfida Dálila cortó el cabello de la fortaleza para entregarle maniatado al
desprecio y burla de los filisteos. Hubo un hombre altivo que pronunció estas
palabras: si adhuc hominibus placerem, Christi servus non essem: si yo buscara agradar
á los hombres, no sería siervo de Cristo. Ese hombre fue San Pablo, y ese
hombre es todo católico, sin apellido, sin apodo. El liberalismo católico es la
perfidia y traición personificadas. Un católico liberal entre los liberales es
un tránsfuga de la Iglesia, porque dice que es católico; y entre los católicos
es un espía del campo enemigo, porque dice que es liberal. Tránsfuga y espía
son traidores. ¿Qué hace un católico entre los liberales? Vende á Cristo. ¿Qué
hace un liberal entre los católicos? Engaña á los hombres; pero no engañará á Dios:
Deus non irridetur.
F.—¿Así se expresaron los obispos
ecuatorianos? No he leído ese documento; pero por esta muestra creo que será
magnífico, y que sus palabras debían engastarse en oro. Tiempo ha que también á
mí me ha parecido que el liberalismo católico en ciertos pueblos y entre cierta
clase de gentes no es tanto un sistema de ideas y principios más ó menos
erróneos y funestos, como un sentimiento ó pasión de ánimos apocados,
condescendientes y tímidos que á trueque de evitar un compromiso, un conflicto
cualquiera, están dispuestos á pasar por las más humillantes transacciones y
condescendencias. En mi concepto esta disposición de los ánimos nace de esa que
García Moreno llamó enfermedad endémica del siglo, esto es, de la debilidad de
carácter.
E.—¿ Y cuál os parece que será la
causa de esta misma debilidad de carácter ?
F.—No una, muchas son, amigo mío,
las causas de tan grave dolencia de la sociedad moderna: me contentaré con
indicarlas rápidamente. La primera es la casi absoluta falta de acción de la autoridad
paterna en el hogar doméstico, y las exageraciones nauseabundas de un amor
puramente sensible é instintivo en las madres y nodrizas. ¿Cuál puede ser la
virilidad de generaciones mecidas al arrullo del mimo, de la adulación y de la
condescendencia, y entregadas á los instintos ciegos de una naturaleza enferma?
La segunda causa es cierta no muy advertida debilidad de la autoridad docente
en las escuelas y colegios. Hoy se quiere educar á los niños y jóvenes
únicamente por las vías de la persuación, del honor, de los premios y
condecoraciones; se les quiere allanar todo, facilitárselo todo, ahorrarles todo
trabajo; se modifican las leyes de instrucción pública según el capricho de la
edad primera; se les oye en las cámaras para decretar ahora la libertad de estudios,
ahora la no libertad de los mismos, según las ideas ó impresiones del momento;
se conceden privilegios y excepciones á la ociosidad, pereza y negligencia, se
frustran todos los esfuerzos de una educación más sostenida y vigorosa con el
habitual desorden, inconstancia é indisciplina de la vida doméstica.
La tercera causa es esa
literatura, hoy tan en boga, de un sentimentalismo exagerado y sin motivo, que
da á las nacientes inteligencias una dirección peligrosísima que los convierte
en eternos lloriqueadores de desvíos y desdichas novelescas que á nadie
importan un ardite, ni á los mismos que las cantan. La cuarta causa es la improvisación
de celebridades. Explicóme.
¿Cumple un joven con su deber
sosteniendo un programa y pronunciando un discurso? Pues le rodearán los
ancianos y exagerando su mérito le dirán: tú eres un héroe, serás Presidente.
¿Es otro muy franco, complaciente y generoso? Pues sin más, le dirán amigos y
ancianos: Tú eres Tito; las delicias del género humano; tú serás Presidente.
¿Ha publicado aquél alguna cosilla por la prensa? Pues ya es un literato
consumado que puede habérselas con el mismo Apolo y con las nueve hermanas; y
le dirán los ancianos: tú te pierdes de vista; tú serás Presidente, As í se
despiertan ambiciones que en el concepto de los jóvenes, pueden muy bien
satisfacerse á cuatro paletadas; y lo peor es que todo va á parar á la
presidencia de la República. La quinta causa es la habitual mala administración
de la justicia legal, distributiva y vindicativa. Un país donde las
infracciones de la ley no se castigan sino en la persona de los pobres y desvalidos;
donde los nobles y ricos cuentan seguramente con la impunidad fundada tan sólo
en su fortuna y en su nobleza; un país donde las recompensas y cargos públicos
se deben exclusivamente al favor, al valimiento, á la intercesión; á los
empeños y ruegos importunos; un país donde se desconoce el verdadero mérito» ó
se le deprime con un epigrama ó un apodo; y donde, al contrario, se
recomiendan, como títulos de gloria, la desvergüenza y audacia de los perversos
y de los ignorantes; este país, repito, no podrá contar en su seno muchos
héroes, y si aparece por ventura alguno, morirá á manos de la ingratitud,
traición y perfidia, las cuales arrancarán crueles ese germen de fortaleza, y
condenarán el país infortunado á una muerte de consunción.
E.—Ay, amigo mío, tristeza
profunda se apodera del corazón cuando se piensa en estas cosas; y la mía sube
de punto al observar que en el conflicto de las generaciones que vienen con las
que se van, éstas pierden á aquellas con las capitulaciones vergonzosas y
sistemáticas que dan en tierra con todo el natural prestigio de la autoridad.
Que si á esto añadimos el ocio, el juego, la intemperancia, la embriaguez, el
lujo inmoderado, el amor de los placeres, la adoración de la carne y el
desenfreno de las concupiscencias; ¿quién puede medir la profundidad de esos abismos
de degradación moral en que se revuelcan aletargadas, abatidas y extenuadas
tantas y tantas naciones en otro tiempo florecientes y poderosas?
F.—Tocáis un punto que
ciertamente deben meditar los hombres públicos. Pueblos esclavos del ocio, del
placer y del lujo nunca pueden ser fuertes y vigorosos. Todo héroe es austero;
y muy poco pueden esperarlas patrias de sibaritas y epicúreos. En la guerra
francoprusiana se estrelló la Francia muelle contra la austeridad de la Prusia.
Dicen que la Francia vengará en breve sus agravios, mas yo creo que la Francia muelle no ha dado
ni dará en su relajación el héroe que la vengue. Vimos lo mismo en la próxima
guerra del Pacífico. No hay cosa más peligrosa á los Estados políticos que el
ocio, el lujo y los placeres. "Los placeres, más temibles que las armas de
nuestros enemigos, decía Juvenal, han vengado al universo conquistado por nuestro
valor. No hay delitos ni excesos que no reinen en el imperio desde que
desapareció la pobreza romana." Aun el mismo Tiberio, como leemos en
Tácito, decía: "Si agotamos por el lujo el tesoro público, será preciso
suplirle por medio del delito”, Asimismo hablando del trabajo, decía Apio
Claudio, que la ocupación era la vida del pueblo romano, y la ociosidad su
muerte. En efecto un pueblo desidioso luego se entrega á la sensualidad.
E.—Estas severas lecciones de la
razón y de la experiencia se hallan maravillosamente confirmadas por la
revelación divina. El Profeta Ezequiel, comparando las iniquidades de Jerusalén
(que representa á los pueblos católicos), con las de Sodoma (que á su vez
representan á los pueblos no católicos), dice en el capítalo XVI estas
palabras: "juro yo, dice el Señor Dios, que no hizo Sodoma su hermana,
ella y sus hijos, lo que tú y tus hijas habéis hecho. Hé aquí cual fue la
maldad de Sodoma tu hermana: la soberbia, la hartura ó gula, y la abundancia ó
lujo, y la ociosidad de ella y de sus hijas, y el no socorrer al necesitado y
al pobre. Y engriéronse, y cometieron abominaciones delante de mí, y yo las
aniquilé como tú has visto.
Y no cometió Samaría la mitad de
los pecados que has cometido tú: sino que la has sobrepujado en tus maldades, y
has hecho que pareciesen justas tus hermanas, á fuerza de tantas abominaciones
como tú has cometido. Carga, pues, tú también con la ignominia, ya que en pecar
has excedido á tus hermanas, obrando con mayor malicia que ellas, pues
parangonadas contigo son ellas justas. Por eso confúndete tú también, y lleva
sobre tú la ignominia tuya, tu que eres tan perversa que haces parecer buenas á
tus hermanas.
F.—Esto es poner el dedo en la llaga. Desengañémonos:
los pueblos nunca serán felices, si no se moralizan; y nunca se moralizarán sin
la acción constante de la autoridad social y los saludables ejemplos de las
personas que la ejercen.
E.—Sí , señor: y como la
experiencia nos enseña que ninguna institución, puramente humana, basta por sí
sola para proteger y promover la perfección moral de gobernados y gobernantes;
es consecuencia necesaria que sólo una institución divina puede salvar este
vital elemento de las sociedades humanas. Esta institución es la Iglesia de
Jesucristo; la cual en sus dogmas, en su moral, en sus sacramentos, en su predicación,
en la plegaria católica, en la gracia sobrenatural ofrece al humano linaje poderosos
elementos de perfección no sólo individual, sino también social y colectiva. De
donde se infiere que, en igualdad de circunstancias, más confianza deben
inspirar á los pueblos los hombres prácticamente católicos, que no los negligentes
y tibios; porque mientras más se aproxima la criatura racional á Dios, sin duda
alguna es más prudente, más justa, más fuerte y más templada.
F.— ¿ Y bastarán para el exacto
desempeño de los cargos públicos la religión y moralidad de que hemos hablado ?
E.—No bastan. En la lección
cuarta os indiqué otra tercera condición en la que deben fijarse bien los pueblos:
esta es la aptitud necesaria y cierta pericia en el manejo de la cosa pública.
Todos confiesan que uno de los inconvenientes de la forma republicana es la
constante alternabilidad de su gobierno, la cual, dicen, da pie á todas las
ambiciones para que hagan del poder supremo y de los empleos la manzana de
discordia eterna. Esto, sin duda, es innegable: mas yo observo en dicha alternabilidad
otro peligro no menor; y es el culpable olvido ó menosprecio de esta tercera
condición.
Todo enfermo busca el mejor médico
para curarse; todo litigante el mejor abogado para defenderse; todo lechugino
el mejor sastre para ataviarse según el
último figurín; siempre se ha creído necesario en la sociedad sujetar á muchas pruebas,
y conferir grados académicos, y extender títulos auténticos á los que pretenden
ejercer una profesión útil y solamente los pueblos republicanos se arrojan con
harta frecuencia á las elecciones, sin tener para nada en cuenta la verdadera
aptitud y pericia de los candidatos, y llenan las urnas de nombres no sólo ineptos,
sino positivamente perjudiciales y deshonrosos. Así es como los mismos
republicanos desacreditan la república. Para esto piden plena libertad los
pueblos, para esto rechazan toda intervención de hombres sensatos y experimentados
para errar, para desbarrar, para perderse, dando el triunfo de las elecciones á
los más atrevidos, porque son más ignorantes y ambiciosos.
F.—Ciertamente esto es por todo
extremo calamitoso y lamentable. Y ¿qué remedio? Difícil es corregir al mundo.
E.—Bien lo conozco, amigo mío:
mas no debemos desistir de nuestro propósito, por sí algunos quieran
aprovecharse de nuestras conversaciones.
F.—Plausible es vuestro celo, y
muy digno del apoyo de todos los hombres ilustrados y buenos. Por lo que á mí
toca, diré únicamente que en tiempo de elecciones deben los pueblos tener muy
presentes las tres reglas siguientes de Platón, de Pitágoras y de Boecio. De Platón:
"Ninguno debe ser colocado en los empleos públicos sin haber dado antes
pruebas inequívocas de capacidad; y los electores no pierdan de perder de vista
que el pueblo no es para el Magistrado, sino el Magistrado para el puedo; así
como un navío no es para el piloto, sino el piloto para el navío." De
Pitágoras: "Tan perjudicial es colocar un hombre malo é inepto en la magistratura,
como poner un cuchillo en la mano de un loco."—Y Boecio en su libro De Consolatione
Philosophica, refiriéndose á otra sentencia de Platón, dice que las repúblicas
serían felices si los filósofos fuesen sus jefes, ó si sus jefes fuesen
filósofos." Donde debéis advertir que Boecio entendía por filósofos los
verdaderos amantes de la sabiduría, absolutamente diferentes de esa nube de
charlatanes y pedantes que hacen consistir la filosofía en la singularidad de
las opiniones ó, lo que es peor, en un completo extravío y corrupción de ideas.
E.—Observo con placer que todos
los textos que alegáis de antiguos filósofos son tan razonables y profundos,
que me persuado á que es mucho peor la corrupción intelectual de los hombres
después de la venida de Jesucristo, que la de los mismos paganos antes de la
Encarnación. Nada más natural; porque corruptio optimi pessima. Pero volviendo
á nuestro propósito, me permitiréis que os presente algunas reglas más
prácticas todavía, que pudieran servir á los pueblos republicanos para juzgar
con acierto acerca de la aptitud y capacidad de las personas que deben elegir
para los cargos públicos.
F.—Decidlas, amigo mío, que os
escucho con suma atención é interés.
E.—Pues bien, en el terreno de
los hechos, tengo para mí que no son hombres de gobierno, ni merecen la
confianza de los pueblos:
1) Los ambiciosos; porque su misma descarada ambición
están manifestando que no tienen una idea exacta de toda la extensión de las obligaciones
y de la responsabilidad tremenda de conciencia que pesa sobre los jefes y magistrados
de un pueblo.
2) Los codiciosos y avaros;
porque éstos son interesados y egoístas, y los hombres de gobierno deben ser
desinteresados y amantes del bien común.
3) Esos hombres decontentadizos,
atrabiliarios y censores rígidos de los gobiernos y de los pueblos, que tienen
ojos de Argos para ver únicamente defectos ajenos. De ordinario estos sujetos
no sirven para el mando; porque no es lo mismo notar y deplorar los males que
saber remediarlos: para lo primero basta remontarse á la idealidad; mas para lo
segundo es preciso luchar y sacrificarse en la arena de la realidad, y exponerse
á las crueles mordeduras de otros censores tan duros como ellos.
4) Menos son
aptos para el mando los revolucionarios de por vida, los perturbadores eternos
del orden público, los que cifran toda su política en hacer oposición
sistemática á todo gobierno, por legal y constitucional que sea.
Esto es claro, porque si las
ideas ó pasiones de estos seres desgraciados están en oposición a todo
gobierno; evidentemente estas personas no tienen idea alguna de gobierno, ni
pertenece á ninguna escuela política. Por otra parte, siendo ellos la causa de tantas
ruinas, lágrimas y sangre derramada de los pueblos, mal pueden ofrecer á la república,
como títulos á su elevación, esa misma sangre, esas lágrimas y ruinas con que
probaron ser los verdaderos azotes y los más furiosos y crueles enemigos de la
sociedad.
5) Tampoco son aptos para el gobierno político, los que han dado
pruebas de no serlo para el gobierno económico ó doméstico. Quien no sabe
gobernar su casa, ni su esposa, ni sus hijos, ni sus criados, ni sus negocios;
¿cómo puede pretender que los pueblos se fíen de él para gobernar toda la
nación?
6) No suelen ser hombres de gobierno los muy habladores, literatos y
poetas. Ellos no habitan en nuestras regiones sublunares; viven allá en las
nebulosas, ó se están saludando á las siete cabrillas: si alguna vez bajan á la
tierra, es para ir á banquetear en el Parnaso, y embriagarse con los néctares y
ambrosías de los dioses. El tipo ideal que en su profesión persiguen, no puede
ser otra cosa en el manejo de los negocios públicos que una utopía, ó una quimera.
Mejor es para el gobierno una buena dosis de sentido práctico que no muchas
bachillerías de literatura jactanciosa.
7) En fin no pueden merecer la
confianza de pueblos católicos, de pueblos que reconocen la soberanía social de
Jesucristo, los liberales de cualquier grado y matiz que sean. Porque el liberalismo
en sus relaciones con la fe está reprobado por Cristo y por la Iglesia: de
donde los liberales no pueden contar en el poder con la asistencia del cielo.
El liberalismo en sus relaciones con la ciencia está en oposición con la razón:
de donde los liberales, en el poder, no pueden presentar á los pueblos
católicos un programa de gobierno completamente razonable y consolador. El
liberalismo en sus relaciones con la historia contemporánea está condenado sin
apelación por la experiencia: de donde los liberales, en el poder, son hombres
verdaderamente incorregibles á quienes no basta, para desengañarlos, el diluvio
de males en que naufragan míseros los pueblos entregados al febril delirio de
su error funestísimo.
He aquí unas reglas en mi
concepto muy claras, muy terminantes y seguras que deberían tener presentes los
pueblos en las elecciones.
F.—Lo son ciertamente, amigo mío:
pero alguien pudiera oponernos esta dificultad, "Si en las elecciones
aplicamos con rigor las reglas que nos dais, deberemos renunciar á la esperanza
de tener buenos legisladores, magistrados y presidentes: porque ¿dónde está el
hombre exento de todo defecto?
E.—A quien esto me opusiese, le
contestaría prontamente que estas mis siete reglas no excluyen sino siete
defectos; y siendo tantas las miserias cielos hombres, no es gran cosa excluir del
gobierno siete de ellas. En los pueblos, sobre todo entre católicos, no faltan,
á Dios gracias, muchas personas libres de los vicios señalados y adornadas de
grande virtudes individuales y cívicas. El mal está en que los pueblos buscan
los candidatos allí donde no están, es decir, en la turbamulta de politicastros
y vocingleros, que á fuerza de gritar y revolver, sientan plaza de hombres
públicos y sorprenden á los pueblos incautos. El mal está en que muchas veces
los electores votan por los que no conocen, y rechazan á los que conocen, sin
más razón que la de no conocer bien á los primeros y conocer mejor á los
segundos. Hay hombres llenos de virtudes y merecimientos: pero basta para
arrinconarlos un leve defecto conocido, un epigrama, un apodo, una burla. Al
revés hay hombres llenos de vicios y deméritos: pero basta para elevarlos una
fama inmotivada en el fondo, una hazaña dudosa, una esperanza incierta y mal
segura. En fin, el mal está en que los electores se guían por la pasión, por el
interés, por el capricho, por el espíritu de partido; y no por los dictámenes
de la razón, por el deber, por la conciencia, por un desinteresado patriotismo.
Caiga la venda de los ojos de los electores, y aparecerán los hombres de
verdadero mérito, aunque no exentos de defectos inherentes á nuestra flaca
naturaleza. Es ya tarde, amigo mío, y pienso que ya os llama Morfeo.
F.—A mí no me ha llamado sino á
vos que sois joven: los viejos dormimos poco. Sea como quiera, retirémonos: vos
á dormir yo á meditar.
Es asombroso la perspicacia y la exactitud de estos comentarios; y eso que el que los escribió no tenía la perspectiva que tenemos hoy, dos siglos más tarde, de la implantacion del jacobinismo (con golpes de Estado y levantamientos militares)
ResponderBorrarDe hecho se podían aplicar punto por punto a nuestra realidad.
Lo que no entiendo es por qué seguimos cometiendo los mismos errores, -no siendo nosotros los políticos y sus paniaguados, sino los que sufrimos a estos inútiles ambiciosos y pagamos con el fruto de nuestro trabajo su tirania-
Parece que la idea de libertad, ilustracion y progreso, en nombre de las cuales se hicieron las revoluciones, han sido sustituidas por la de la "nación", cosa natural por la falta total de libertad, de ilustración y de progreso logrados. Con la idea de nación se puede manipular mejor a todos los nacionales.
Pero, espera, que ahora viene la moda de otra idea mejor (se ve que la nación perjudica a alguien muy poderoso): las ideologías de genero, el progresivisno (?), el ecologismo, el gramscismo...
Todo lo que sea no pensar y favorecer que tu líder te domine mejor.
Parece que tendremos que estudiar los escritos de este Papa, a ver si nos iluminan para salir de esta mala comedia.
Ya se han nombrados varios: la educación del carácter, el trabajo, la convivencia, la etica...volver a Dios, que da una receta infalible, en vez de perder el tiempo con las ideas de los ambiciosos exaltados que nos quieren dominar.
No basta con el cansancio que tiene todo el mundo civilizado con sus políticos ladrones.
Hay que hacer más