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sábado, 30 de noviembre de 2013

La palabra y el concepto



Todos tenemos la experiencia de que somos capaces de hablar y de pensar, y de que, cuando pensamos en nuestro interior, hablamos con nosotros mismos; es decir, necesitamos hacer uso de palabras.

¿Hablar es lo mismo que pensar? ¿Hablan los animales y, por lo mismo, piensan? Algunos lo han creído así. Realmente no es fácil comprender la diferencia entre el lenguaje humano y el de las bestias.

Al hablar pronunciamos palabras. Parece, pues, conveniente preguntarnos por la naturaleza de las palabras: ¿qué es una palabra?

En el siglo XII, el profesor Roscelino estimó que la palabra era aire golpeado por la lengua. Su discípulo Abelardo comprendió que tal definición se limitaba a la voz, mero sonido; pero una palabra humana era algo más que mera voz. Si se quiere, es una voz, pero lo realmente importante reside en su significación. Es una voz que significa algo; es decir, es un signo.

En el lenguaje actual, acusaríamos a Roscelino de reduccionismo. Su definición es correcta, si se mira únicamente un aspecto secundario, más bien material; pero no lo es, porque deja fuera lo que realmente nos interesa.

Juan de Santo Tomás, uno de los grandes escolásticos renacentistas, profesor en Alcalá de Henares, España, nos advierte que un signo es aquello que representa algo distinto de sí mismo a la potencia del que conoce. Para que haya un signo, pues, se necesita de tres cosas: algo que va a ser representado mediante el signo; el signo mismo que lo representa, y una potencia, la inteligencia por ejemplo, que comprenda al signo en su calidad de tal.

Pongamos un ejemplo. El humo es signo de un incendio. Tenemos un incendio que va a ser representado por un signo; luego el signo, el humo que lo representa, y una inteligencia, la nuestra, que comprende la calidad de signo que tiene el humo.

Hay muchos tipos de signos, por supuesto.

•      Hay signos naturales, como el humo que significa (señala) al fuego y el enrojecimiento del rostro que señala nuestra vergüenza.

•      Hay signos artificiales o arbitrarios que el hombre inventa convencionalmente, como las luces roja y verde para dirigir el tránsito automotriz.

El signo natural es el que significa en virtud de su misma naturaleza, por una relación real entre el signo y lo significado que la inteligencia humana se limita a comprender. El arbitrario o artificial lo hace, en cambio, en virtud de una libre determinación humana y su relación con lo significado es una mera relación convencional; de razón, diría un filósofo, mas no real. Cuando un signo artificial no depende de una persona o de un grupo de personas determinadas sino del tiempo, se dice que es un signo consuetudinario.

¿Qué tipo de signo es la palabra?

Es un signo artificial. No es natural, porque no hay una relación real entre la voz y lo señalado por ella; si lo hubiera, no podría haber diferentes idiomas ni el fenómeno lingüístico de la equivocidad. Toda palabra sería unívoca. Más adelante explicaremos estos términos.

Es un signo artificial consuetudinario, porque no basta que una persona o grupo de personas decidan que tal palabra significará tal cosa. Nadie sabe quién inventa las palabras. Es la costumbre la que las impone. Muchos poetas, entre otros nuestra Gabriela Mistral, han inventado términos nuevos para expresar sus ideas y sentimientos, pero solo algunos de ellos han pasado al lenguaje ordinario y el resto se ha perdido por su no aceptación de la comunidad parlante.

Cabe preguntarse ahora de qué es signo la palabra. ¿De las cosas? A primera vista parece evidente que con ellas queremos referirnos a las cosas que nos rodean; mas esta referencia, cuando la hay, no es directa. Parece más acertada la consideración que han hecho los filósofos desde antiguo según la cual la palabra es signo del concepto y el concepto es signo de la cosa.

Esta distinción sutil permite explicar por qué las bestias, a pesar de poseer la capacidad de emitir voces, no son capaces de hablar. El loro, por ejemplo, es capaz de repetir frases completas, sin embargo, no es capaz de advertir su significación. El animal posee tan sólo un rudimento de lenguaje, porque posee un rudimento de conocimiento. Por eso es capaz de advertir que ciertos elementos son signos; así el perro sigue el rastro de su presa por el olfato -el olor es signo de la presa- pero como no es capaz de comprender el signo en su calidad de tal, no es capaz de construir el concepto de signo, por lo que tampoco lo es de expresarse con palabras. Tan solo emite voces -gruñidos, ladridos, aullidos- que expresan el pequeño número de sentimientos y apetitos que lo embargan.

Resulta de lo dicho que el concepto y la palabra son dos realidades muy distintas, pero muy estrechamente relacionadas. Como dijimos, la palabra es signo del concepto, el cual lo es de la cosa.

Este aserto lo podemos comprobar con el fenómeno lingüístico de la palabra equívoca. Es una voz que es signo de diversos conceptos. Por eso, si el interlocutor equivoca la significación de la palabra, no entiende de qué le están hablando. San Agustín, obispo de Hipona, nos trae el siguiente ejemplo. Un hombre nos asegura que hay animales que superan al hombre en virtud. Al punto no lo podemos sufrir, porque la virtud es la fuerza moral gracias a la cual el hombre se determina, con facilidad y gozo, a hacer el bien. Pero ocurre que nuestro interlocutor se estaba refiriendo a la fuerza física, que en latín clásico se denomina virtud (virtus), mas nosotros la entendimos al modo cristiano que la limita a la fuerza moral.

Si la palabra fuese signo de la cosa, sin pasar por el concepto, no se podrían producir tales equivocaciones. Pero como son signos de los conceptos, y uno no sabe de qué concepto lo es en la mente del que nos habla, hemos de suponer que lo usa en el sentido consuetudinario al que estamos habituados. Por ello es de la mayor importancia respetar el uso correcto del lenguaje. Quien no lo haga así, será incapaz de darse a entender y de comprender a los demás. Muchos locos sufren por esa causa. A nuestros hijos hemos de enseñarles a respetar el verdadero castellano; que muy simpático será el lenguaje "lolo", pero es incomprensible para los que no pertenecen al grupo que lo usa.

Juan de Santo Tomás distingue, además, entre signo formal y signo instrumental:

• El signo instrumental es una cosa que, además de tener su propia naturaleza, es capaz de conducirnos a otra por su relación con ella. No importa si esa relación es natural o artificial.

En el primer caso, lo conocemos como objeto; en el segundo, como signo. Pero estos diferentes conocimientos pueden separarse. Una cosa es saber qué es la fiebre y otra es saber de qué es signo esa fiebre. Casi todos los signos son instrumentales, entre ellos, las palabras. Hemos visto que, como dice Aristóteles, la palabra es un sonido emitido por una boca animal, y, además, es signo de un concepto. Quien escucha “school” y no sabe inglés, escucha la voz, pero mientras no sepa a qué concepto se refiere, no podrá entender lo que le han dicho.

• El signo formal es aquel que hace presente inmediatamente, en el signo mismo, a la cosa significada. Su naturaleza es la de ser signo y no tiene otra; por ello, cuando se lo conoce, lo que se conoce es la cosa significada y no el signo mismo. Expliquémoslo mediante un ejemplo.

Cuando recordamos lo que hicimos en las vacaciones, podemos imaginar el caballo en el que hicimos un paseo al cerro. La imagen del caballo de marras me presenta directamente ese caballo, y no, como el humo, se limita a señalar la presencia del fuego. No conozco la naturaleza de la imagen, sino que directamente me represento al caballo en el que di el paseo, como si lo tuviese dentro de mi cabeza. Porque toda imagen es un signo formal. Por cierto que una imagen no es un caballo; pero cuando imagino al caballo, tan solo lo veo a él, y nada sé de la imagen que me lo presenta.

No es lo mismo que una fotografía, aunque se parece. La fotografía me presenta al caballo, pero, al mismo tiempo, veo que tengo en la mano un objeto de una naturaleza muy diferente: una mera cartulina teñida, o algo así. En cambio, cuando recuerdo al caballo, la imagen me presenta a la bestia, pero ella misma, la imagen, no aparece por ninguna parte.

El concepto es un signo formal. Por ello no tengo conciencia directa de mis conceptos, sino de lo significado por ellos. Así, cuando el profesor de geometría me explicó qué eran los ángulos opuestos por el vértice, después de algún esfuerzo comprendí qué era aquello. Entonces forjé en mi interior el concepto ángulos opuestos por el vértice. En ningún momento podré decir: tengo el concepto ángulos opuestos por el vértice, ahora trataré de saber qué significa; por el contrario, sí puedo decir: tengo las palabras ángulos opuestos por el vértice, pero no comprendo qué significan. Como las palabras son signos instrumentales, podemos poseerlas sin conocer de qué son signo; como los conceptos son signos formales no se pueden poseer sin saber qué significan. Si no comprendo algo, eso quiere decir que carezco del concepto correspondiente. Otro tanto ocurre con las imágenes que construye mi imaginación. Si lees las palabras “Catedral de Reims” y nunca la has visto, no puede imaginarla; una vez vista, construyes el signo formal imaginativo de la catedral, la guardas en la memoria y podrás imaginarla cuando quieras.

Hemos visto que hay una rigurosa correlación entre palabra y concepto, pero que sus naturalezas son muy diferentes. Aquélla es signo consuetudinario e instrumental, éste es formal y personal; es decir, cada persona construye su signo formal en el momento que comprende algo, pero tan sólo en la medida que lo comprende. Por eso un concepto, o una imagen, puede ser muy superior a otro, según la capacidad de cada uno. Por ello, aunque todos digamos lo mismo, no todos comprendemos lo mismo.

Se nos presentan varios problemas en esta relación que son de difícil solución: ¿Es la palabra causa del concepto o el concepto es causa de la palabra? ¿Cuál es primero? ¿Puede concebirse un concepto sin la palabra correspondiente? ¿Se puede pensar sin palabras?

Como estamos en una iniciación a la filosofía, no nos parece adecuado penetrar en problemas tan complejos. Lo importante que debes conservar de esta lección es que no es lo mismo pensar que hablar, usar palabras que usar conceptos.


(Tomado de "Aprendiendo a pensar" de Juan Carlos Ossandón Valdés)

jueves, 28 de noviembre de 2013

Naturaleza e importancia de la lógica



LA LÓGICA ESPONTÁNEA

La razón humana procede de acuerdo con un cierto orden en todos sus actos. Al dirigir la ejecución de un trabajo, un juego, un deporte, o cualquier otra actividad humana, la inteligencia impone una ordenación de unos actos con otros. El hombre no actúa, como los animales, por el simple impulso de sus instintos. Y para conocer la verdad, acto que máximamente compete a la inteligencia, el hombre ha de seguir también un orden, al que llamamos orden lógico, orden racional, o lógica espontánea.

La lógica espontánea es el orden que la razón humana sigue naturalmente en sus procesos de conocer las cosas. Ante la verdad caben varias actitudes: para enseñarla, es preciso seguir un orden pedagógico (por ejemplo, partir de lo que sabe el alumno); para convencer a otros, existe un orden retórico o persuasivo, en el que se ha de captar la atención, los sentimientos y el gusto de quienes nos escuchan; para conocerla, se ha de seguir el orden lógico (de logos, en griego: razón). Orden que primariamente brota de nuestra misma naturaleza: se trata de un modo de discurrir adecuado a nuestra inteligencia y a la realidad de las cosas, que se adquiere espontáneamente, por el uso natural de nuestra razón. Es la lógica natural humana, que si no se sigue, da lugar a un pensamiento confuso, ambiguo, o falso.

El orden lógico espontáneo es común a todos los hombres. El uso de la inteligencia es muy variado, según las diferentes ciencias, características individuales, culturales, etc. En la lógica espontánea, ciertamente, se mezclan muchos elementos culturales, que son resultado de nuestra civilización y de la educación recibida; el hombre primitivo tiene menos desarrollados los recursos lógicos. Aun así, todo hombre naturalmente conoce, tiene ideas, y razona de alguna manera: existe un modo de pensar común -base de la comunicabilidad humana- que se desprende de nuestra naturaleza, y que sin duda puede cultivarse y desarrollarse en sus virtualidades. El fin de la lógica espontánea, así como de cualquier lógica científica, es el conocimiento de la verdad. Esto es obvio, mas conviene tenerlo presente desde el principio: los procesos de pensamiento se ordenan a la verdad, a conocer las cosas como son. Por la debilidad de su inteligencia, puede el hombre apartarse de este orden, alejarse de la realidad y caer en el error. Pero con la reflexión, el que se ha equivocado podrá examinar sus actos y rectificar, volviendo a la verdad.

EL ARTE DE LA LÓGICA

A partir del modo espontáneo de discurrir, el hombre es capaz de adiestrarse para razonar con habilidad y maestría, y puede también tomar sus procesos cognoscitivos como objeto de estudio. En el primer caso tenemos la lógica como arte, y en el segundo como ciencia. La lógica es una y otra cosa a la vez: como arte tiene un fin práctico, que es el de servir de instrumento para conocer rectamente, para lo cual se constituye como saber normativo; como ciencia tiene un fin especulativo, pues intenta describir y desentrañar la manera de pensar del hombre.

Arte, para los antiguos, es sinónimo de lo que hoy entendemos por habilidad personal para realizar un tipo de actividad, como puede ser el hablar un idioma, conducir un automóvil, o ejecutar cualquier oficio.

En este sentido, Santo Tomás define a la lógica como el arte por el que se dirigen los actos de la razón, para proceder en el conocimiento de la verdad ordenadamente, con facilidad y sin error (cfr. In I Anal Post., proemium). Así entendida, es una habilidad que puede y debe mejorarse con el ejercicio, para que aprendamos a discurrir con soltura, a distinguir, concretar, sacar consecuencias, etc.

Todos necesitamos de la lógica, en la medida en que hemos de utilizar la inteligencia en cualquier faceta de la vida. Necesidad que es mayor para las ciencias, pues éstas emplean operaciones racionales con más amplitud y rigor.

Como arte, la lógica es instrumento de las ciencias. Los escolásticos la llamaban ars artium, arte de las artes, pues interviene en cualquier otra ciencia o tarea práctica del hombre. Pero como todo instrumento, debe usarse en función del fin, sin rigideces o abusos que obstaculizan el curso espontáneo del pensar. Para razonar bien no siempre es preciso formular explícitamente todos los pasos lógicos que se están dando.

La lógica artística puede desarrollarse también como una técnica. Arte es una cualidad personal, subjetiva; pero toda habilidad supone un conjunto de procedimientos objetivos, a los que llamamos técnica. Estos procedimientos muchas veces van más allá del alcance ordinario de cualquier persona, utilizan recursos ingeniosos, instrumentos aptos que son fruto de la inventiva humana (por ejemplo, los métodos mnemotécnicos para recordar). La lógica puede apelar también a ciertas técnicas objetivas -como hace la actual lógica simbólica- no para sustituir el pensamiento espontáneo, sino para potenciarlo y permitirle realizar procesos racionales particularmente arduos.

LA CIENCIA LÓGICA

Dejamos de lado el aspecto práctico de la lógica, para centrar nuestra atención en la lógica como ciencia. Y como una ciencia se especifica por su objeto propio, hemos de determinar el objeto de la lógica científica.

En una primera aproximación, digamos que la lógica se ocupa del complejo mundo de nuestras ideas, juicios, razonamientos, procesos de distinguir, abstraer, concretar, relacionar, etc., en la medida en que con esas operaciones conocemos las cosas o nos acercamos a su conocimiento.

Más precisamente, el objeto de la lógica son los actos del pensamiento en cuanto éste se ordena a conocer la realidad. Al conocer las cosas externas, éstas entran de algún modo en nuestra mente y adquieren en ella un nuevo status. A su vez, nuestros actos de pensamiento al conocer las cosas externas tienen ciertos contenidos que sólo existen en el pensamiento. En ambos casos, se obtiene como consecuencia del conocimiento algo que no existe en las cosas reales, sino únicamente en nuestro conocimiento. Por ejemplo, en el juicio «la piedra es redonda», piedra adquiere el status de sujeto, y redonda el de predicado. En la realidad, la piedra no es un sujeto, ni su redondez un predicado. En el mundo real no hay predicados, premisas, ideas unívocas o análogas, etc. Más aún: hay también ideas que ya nada significan en la realidad, sino que sirven para enlazar unas ideas con otras (por ejemplo, o, y, por tanto). Estas propiedades nada serían sin el conocimiento racional. Son consideradas, por ello, como un efecto específico de la razón. Por eso se llaman propiedades lógicas (propiedades exclusivas de nuestro conocimiento de las cosas, inexistentes en las cosas mismas) y son sin duda alguna el objeto propio de la lógica como ciencia.

La lógica se propone, pues, profundizar en el conjunto de relaciones que se producen en nuestro pensamiento al conocer las cosas: relaciones entre los conceptos o con la misma realidad. Se puede decir en pocas palabras que su objeto son las propiedades o las relaciones lógicas.

Las propiedades o relaciones lógicas son un tipo de entes de razón. Entes de razón son las elaboraciones de la mente que sólo pueden existir en la inteligencia humana (por ejemplo, los números negativos). La lógica no estudia todo ente de razón, pero su objeto -las entidades o propiedades lógicas, como hemos dicho-constituye una clase de entes de razón (cfr. In IV Metaph., lect. 4). Una proposición, por ejemplo, no puede existir en la realidad, sino sólo en el espíritu humano. Como es obvio, las propiedades lógicas tienen una correspondencia con la realidad, pues sirven para conocerla: la frase «Pedro corre» significa el correr natural de Pedro.

El método de la lógica es reflexivo. Nadie empieza conociendo ideas, y más tarde alcanza la realidad. Al revés, el primer movimiento de la inteligencia es directo, tendiendo a las cosas mismas, y sólo en un segundo movimiento de orden reflexivo podemos explorar los propios actos de conocer, para conocer cómo conocemos (cfr. ibidem). El acto por el cual investigamos nuestros modos de conocer se llama reflexión lógica (por ejemplo, estudiar las características de nuestra idea de Dios, cómo demostramos que el alma humana es inmortal, etc.).

Los conocimientos directos se denominan primeras intenciones, pues responden al    primer    movimiento o intención de la mente (de tendere in). En segundo lugar vienen los   conocimientos reflejos, que resultan de la reflexión lógica, y que reciben el nombre de segundas intenciones. Por ejemplo, la frase «el cielo es azul» es de primera intención; en cambio el juicio «el cielo es azul es una proposición verdadera» es de segunda intención. Puede decirse entonces que la lógica tiene por objeto las segundas intenciones, o los entes de razón de segunda intención.

La lógica realiza un análisis del lenguaje. Como nuestro conocimiento se expresa en el lenguaje, el método más eficaz de la reflexión lógica es observar las estructuras del hablar del hombre, determinar sus elementos y funciones, el modo en que tales elementos se relacionan, etc. De ahí la necesidad continua de la lógica de expresar sus conclusiones con ejemplos tomados del lenguaje ordinario o científico. La reflexión sobre el lenguaje la entenderemos aquí en un sentido exclusivamente lógico (no gramatical, filológico, etcétera).

Esto no hace a la lógica relativa a un tipo de lengua. Se toma la lengua no en sus aspectos convencionales, culturales, etc., sino en cuanto sirve de base para analizar nuestro modo de conocer, que es un fenómeno universal. Claro está que unos idiomas pueden  poner de relieve ciertos aspectos del orden racional con más claridad que otros, pero esto es sólo un condicionamiento accidental. Si las diversas lenguas no tuvieran algo en común, no sería posible ninguna traducción, ni los hombres de hablas   diferentes podrían comunicarse. Además la lógica no está sujeta a la lengua, pues detecta modos de expresarse confusos, inapropiados, imprecisos, etcétera.

UTILIDAD DE LA LÓGICA

En su vertiente artístico-técnica, la lógica por definición resulta útil ya que se propone asegurar la rectitud del conocimiento humano, su mayor simplicidad, claridad, eficacia demostrativa.

Sin ser absolutamente necesaria, la lógica es útil y conveniente para la perfección del quehacer científico. No es indispensable estudiar lógica para hacer ciencia (basta en muchos casos la lógica espontánea), del mismo modo que el artista no ha menester de reflexiones estéticas para realizar su obra, sino que le es suficiente dejarse llevar por su inspiración. Pero un científico no podrá elaborar con perfección los conocimientos de su especialidad sin recurrir al instrumento de la lógica. Su utilidad concreta consiste en su aplicación oportuna y elástica a las ciencias. Estas necesitan ordenar sus nociones, utilizar la definición, obtener conclusiones demostrativas, y eliminar los errores señalando los sofismas y ambigüedades. La filosofía, la matemática, la física, etc., necesitan -cada una en su modo propio- del instrumento lógico, cuando pretenden constituirse como ciencias en su estado perfecto, apto para ser enseñadas.

La lógica no es el fundamento del conocer científico, sino sólo su instrumento. Si el pensamiento humano fuera la base de la realidad, entonces la lógica ciertamente sería el criterio de validez absoluto de las ciencias. Mas la experiencia demuestra que la lógica, la coherencia del discurso, no son suficientes: si se parte de premisas falsas, el raciocinio concluirá falsamente. La lógica sólo asegura la corrección formal, no la verdad. Ni sirve tampoco como instrumento de investigación o de descubrimientos científicos: su misión es organizar y precisar mejor los conocimientos adquiridos, y sacar de ellos todas las consecuencias posibles.



(Tomado de "Lógica" de Juan José Sanguineti)

domingo, 17 de noviembre de 2013

Libro "La confesión". Escrito por Monseñor De Segur.

Se ha añadido el sencillo librito "La confesión". Para conocer más y animarnos más frecuentemente a acercarnos al sacramento de la penitencia.


viernes, 15 de noviembre de 2013

Nueva publicación en la biblioteca clásica


Esta vez les traemos un verdadero clásico del catolicismo, se trata de 9 tomos de la obra "propaganda católica" del famoso sacerdote español Felix Sardá y Salvany, célebre por haber sido el autor del libro EL LIBERALISMO ES PECADO.

Los 9 tomos reúnen una serie de escritos apologéticos, polémicos, catequísticos, etc. que pueden servir aún hoy día como alimento sólido para la piedad y la cultura del católico. Sobre todo en tiempos como los nuestros en que el liberalismo parece haber ganado ya todas las batallas, hasta el punto de levantarse incluso triunfante sobre las autoridades de la Iglesia. 

Los links para la descarga desde Dropbox los pueden encontrar aquí:






Por causa de justicia se aclara aquí que el mérito de contar con estas obras se debe al usuario identificado como "camino21" de la página de SCRIBD.




lunes, 4 de noviembre de 2013

El vicio de la lujuria.



San Jerónimo dice que la criatura lujuriosa, aun en vida, ya está muerta; porque no mandan en ella los apetitos racionales, sino los instintos brutales. El mismo escribe que Salomón, siendo como sol del mundo, con el amor desordenado de las mujeres perdió la luz de su alma, la gloria de su casa, el esplendor de su persona; y de pregonero de Dios, se hizo esclavo del demonio. Por ningún pecado se dice que le haya pesado a Dios el haber criado al hombre, sino por este. La gula su pábulo: la soberbia su flama; las palabras torpes sus chispas; su humo es la infamia; su ceniza la inmundicia; y su paradero el infierno. (Epist Opus, ad Ruf). San Agustín hace todas las siguientes reflexiones: la lujuria doma los leones, es decir, a las más grandes y nobles almas; sus combates son los más fuertes entre todos los del cristiano, en los cuales es continúa la pelea y rara la victoria. El deshonesto vende al demonio, por un placer momentáneo, su alma que Cristo redimió con su sangre. Lo que deleita pasa en un instante, y las penas del infierno duraran para siempre. La sensualidad es enemiga de Dios y de la virtud; todo lo pierde por el gusto de un momento; ciega a tal punto, que con una gota de deleite, no deja pensar en la eterna pobreza (August. De Singularit. Cleric.)

San Ambrosio asegura que la lujuria es mal inquieto, que no deja dormir ni descansar: de noche se enciende, de día perturba, ciega la razón, rompe los negocios, atropella el consejo, enloquece los afectos, nada tiene, es insaciable y solo tiene termina con la muerte. El fuerte Sansón sufrió al león pero no a su mala pasión; rompió las ligaduras, pero no sus inclinaciones; abraso las mieses ajenas, pero no sus aficiones desordenadas (Lib. 2, cap. S, de Caín et Abel).

San Gregorio, Papa, escribe que la liviandad confunde y oscurece las buenas obras; ciega la mente y todo lo conculca. De la sugestión pasa a la detención; de ésta a la morosidad; de ésta a la delectación; de ésta al consentimiento; de éste a la operación; de ésta a la mala costumbre; de ésta a la desesperación; de ésta a la defensa del pecado; de ésta a gloriarse de su culpa; y de esto a la condenación eterna (Moral, lib. xxxi).

El dulcísimo san Bernardo dice: La lujuria con cuatro vicios se fomenta: la gula en los regalados manjares; la vanidad en los preciosos vestidos; el gusto en la torpeza, y el ocio en la vida. Tiene dos inseparables amigos, la prosperidad y la abundancia; dos compañías: la pesadez para lo bueno, y la falsa seguridad en su confianza (Bern. Serm. 21). También observa el mismo santo Doctor, que ese vicio destruye al cuerpo, oscurece la vista, abrevia la vida, mancha la fama, mortifica al alma, turba la razón, ciega la mente, quita el sentido, destruye la hacienda, produce escándalos, destruye las amistades, quita la voz, degrada al cuerpo y al alma, destierra al hombre del paraíso, y lo sujeta a los demonios.

Según san Lorenzo Justiniano, la impureza ocupa a todos y en todo tiempo: de noche y día trabaja sin cesar; no cede al tiempo ni al más santo lugar; nunca descansa ni deja descansar; jamás dice basta, como la boca del infierno; atropella con la prudencia; se introduce como el cáncer; se entraña como la polilla, y muerde como la culebra (Laur . Just. De int. confl. lib. 3, Dé Christ. agón.c. 13). El seráfico doctor san Buenaventura compara a la lujuria con el fuego, porque arde sin lucir; roe el corazón sin cesar, y exhala horrible hedor como azufre infernal. Santo Tomás de Villanueva hace notar que entre los avarientos, soberbios, envidiosos, iracundos y golosos, se hallan muchos piadosos y devotos, aunque pecadores; pero entre los deshonestos y torpes, no se halla vestigio de piedad ni de virtud; porque entran absortos y henchidos de su abominable pasión. (Conc. 2, de S. ILdefons.).

Hugo Cardenal asegura que la torpeza no solo mancha al alma, sino que destruye al cuerpo, y afemina a los hombres con ignominia suya y los llena de inmundicia, hedor y corrupción. Contando en otra parte los estragos de este vicio, traza este cuadro exacto y vigoroso: « ¿Quién podrá contar los males innumerables de la lujuria? Ella es la que destruyó á Pentápolis con la región adyacente; ella la que acabó con Sychem y con el pueblo; ella la que hirió a los hijos de Judá; ella la que atravesó con un puñal al judío y la madianita; ella la que borró la tribu de Benjamín por la mujer del levita; ella la que postró en la guerra a los hijos de Helí; la que dio muerte violenta á Ammón; la que a muchos lapidó; la que a Urías inmoló, y a Rubén maldijo; a Sansón sedujo, y perdió á Salomón.»

(tomado de una obra de Fr. Antonio Arbiol)

sábado, 2 de noviembre de 2013

PARA TODO CRISTIANO QUE DE VERAS DESEE SALVARSE


PLAN DE VIDA

PARA TODO CRISTIANO QUE DE VERAS DESEE SALVARSE

Cada    día

1.  Haz mañana y noche con devoción el ejercicio del cristiano.

2.  Reza el santo Rosario con la familia.

3.   Oye Misa, si te lo permiten las ocupaciones.

4.  Nunca olvides las piadosas prácticas de nuestros padres, como son: decir el Ave María al dar  la hora, rezar el Ángelus Domini, el Padre nuestro a las Ánimas; bendecir la mesa, etc.

Cada    semana

1. Santifica las fiestas, empleándolas en el divino servicio, no contentándote con oír Misa entera, sino además asistiendo, si puedes, a los divinos oficios, sermón, doctrina y rosario.
2. Abstente aquellos días de todo trabajo, más todavía de obras y diversiones criminales o peligrosas.

Cada    año

Comulga a lo menos cuatro veces al año, sobre todo en los cuatro tiempos fijados   en  la  Misión  para  la  confesión general.

En    todo    tiempo

Procura:

1. Cumplir fielmente los mandamientos de Dios y de la Iglesia.

2.  Llenar las obligaciones de tu estado.

3.  Huir de malas compañías, del ocio, y de todo peligro de pecar.

4.  Profesar cordial devoción a María Santísima.

PARA LOS QUE ASPIREN A LA PERFECCIÓN

El que desea ser más adepto a Dios, si las ocupaciones se lo permiten, añadirá las prácticas que siguen a las que antes hemos indicado:

Cada    día

1.  Media hora, a lo menos, de oración mental.

2.  Un rato de lección espiritual.

3.  Examen de conciencia.

4.  Alzar con frecuencia el corazón a Dios.

5.  Practicar alguna mortificación.

Cada     mes

1.  Comulgar, a lo menos, una vez.
2.  Celebrar con especial fervor las fiestas de María Santísima.
3.  Hacer un día de retiro.

Cada     año

1.   Confesión  general desde la  última.

2.  Celebrar el día de cumpleaños y la fiesta de tu santo Patrón con algunas devociones especiales, sobre todo recibiendo aquel día los santos Sacramentos.

En    todo    tiempo

1.  Abstenerse de ofender a Dios voluntariamente.

2.  Tener un director fijo, descubriéndole enteramente la conciencia; mas con plena libertad de dirigirse a otro, cuando él no estuviere, o mediare algún motivo razonable.

3.  Aliviar con sufragios a las benditas Ánimas del Purgatorio, y orar a menudo por la conversión de los pecadores.

4.  Tener y observar un reglamento de vida, no omitiendo sin justa causa devoción ni obra alguna de las acostumbradas, por más tedio, sequedad o repugnancia que se experimente.

(Tomado del "Áncora de salvación")