Si pudiera darse una causa bastante capaz de concluir con el
género humano, en vano se buscaría otra más a propósito que la gran conjuración
filosófica, establecida en la segunda mitad del siglo XVIII.
Para derrocar las creencias y corromper las costumbres del género
humano, a pretexto de regenerarlo, de
plantear la soberanía del
pueblo esclavizado y seducido.
Lección terrible. El impulso dado por el filosofismo para hacer que degenerasen las costumbres públicas,
y que las familias y la sociedad entera hallaran un cebo venenoso en las hojas
del periodismo y en los folletos semanales, debía llegar a ser ya en nuestra época
una enseñanza perpetua y perenne de insubordinación,
de desenfreno y de libertinaje. Y a la sombra de lo que se llama adelantos, fuerza de las cosas y espíritu del siglo, habíamos de presenciar
el funesto espectáculo de personas que se contaminan con el error, y se
corrompen con impúdicas producciones. Y lo que es aún más triste y doloroso:
los padres de familia habían de ser testigos de la corrupción de sus hijos; y
aún hasta habían de comprar el tosigo que los atormenta y consume.
Así la sociedad camina a una decrepitud lastimosa. En las grandes
poblaciones, en las capitales, allí donde la “civilización” ha hecho mayores progresos, no es raro ver los efectos dolorosos del
libertinaje. Todas las edades, la juventud especialmente, ofrece los cuadros más
tristes y repugnantes de esta verdad terrible. Al verla marchar macilenta,
abatida, desfigurada, sin color, sin animación, sin vida, arrastrando todas las
miserias de las grandes calamidades contagiosas, todos los dolores de las más
graves dolencias, todas las penalidades de una vejez angustiosa, y todos los
pesares propios de espantosos quebrantos, se diría que hidrópica de goces, y
gastada en todos sus resortes físicos y morales, se precipitaba en busca de la
nada, temiendo aparecer en la deformidad que el libertinaje le ha conquistado.
Belleza, talentos, gallardía, animación, gracias, cuantas dotes recomiendan la
vida pública y privada del hombre, todo se consume y desaparece a la llama
voraz del libertinaje. ¡Qué estragos en el individuo!; ¡qué escándalos en la
familia!,e¡qué desastres en la sociedad!, ¡el suicidio, la seducción, las calamidades
públicas, los desafíos, los carteles injuriosos, los anónimos infamantes, las
calumnias, los odios implacables, todas
las malas pasiones, hasta el suicidio social, que es la anarquía, todo
es fruto del libertinaje en el entendimiento, en el corazón.
Tomado de: Bergier "Diccionario de teología". Voz: libertinaje.
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