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sábado, 16 de mayo de 2015

(4) Breve estudio sobre el escepticismo

En el apartado anterior propusimos tratar de la epistemología del idealismo, en sus ideas básicas. Luego del recorrido que hacíamos, habíamos tropezado con la gran figura de René Descartes y veíamos que se le reconocía la paternidad de la filosofía moderna.

La filosofía moderna, o lo que aquí se entiende como tal, es un modo diferente de hacer filosofía con respecto al modo que había predominado en los siglos anteriores. Se puede decir, para resumir un poco las cosas, que en los siglos anteriores a Descartes, desde los griegos, pasando por Roma y los medievales, se tenía una metafísica y una epistemología realista, es decir, se creía que existía una realidad independiente de la mente, independiente del conocimiento (por ejemplo: ese perro de mi vecina, que a ratos es tan molesto por sus ladridos, existe independientemente de que yo lo conozca. Aunque yo no lo conociera igual seguiría existiendo, si me mudo de casa y por tanto dejo de percibirlo, eso no afecta en nada a la existencia del perro, sigue existiendo igual, solo que ya no me molesta); y se creía que dicha realidad podía ser conocida, primero por medio de los sentidos y al final del proceso en sus realidad inteligible por medio de la razón.

Este modo de entender las cosas cambia con Descartes. Ya antes de Descartes el realismo había recibido algunos golpes, como es el caso del nominalismo de Guillermo de Ockham, pero es con Descartes cuando el realismo comienza su verdadero declive, hasta llegar a los extremos del idealismo alemán, que no son otros que los extremos mismos de la locura.

Veamos algunos elementos de la epistemología cartesiana.

Ante todo hay que tener en cuenta que para Descartes el ser humano no es, como para los escolásticos, una unidad hilemórfica de materia prima y forma substancial, sino que es, por decirlo de alguna manera, dos substancias coexistiendo juntas pero sin posibilidad de tener nada en común. Por un lado estaría el yo, que sería ante todo pensamiento y conciencia; y por otro lado estaría el cuerpo, que por pertenecer al reino de lo material sería ante todo una realidad extensa (entendiendo el adjetivo ‘extenso’ de la forma en que se explicó antes). Estas dos substancias o estas dos realidades, por ser tan distintas, de un lado pensamiento y de otra extensión espacial, no tendrían cómo comunicarse, tocarse, interactuar, correlacionarse de alguna forma.

Teniendo lo anterior en cuenta, no resulta extraño ver que Descartes rechaza el papel de los sentidos, de la experiencia sensible, del contacto directo con lo real, como fuente de conocimiento, de ciencia. Para Descartes, fascinado por el método deductivo de la matemática, el conocimiento era ante todo conocimiento por medio de las ideas de la razón. El conocimiento válido era el que se alcanzaba en la claridad de las ideas, todo lo demás era dudoso. Tal y como en la matemática. El matemático puede perfectamente cerrar sus ojos y construir la matemática en su cabeza, sin tener que recurrir a la experiencia externa para validar sus hipótesis.

Entonces Descartes afirma que las sensaciones de los sentidos son solo una especie de punto de partida o de ocasión que la razón usa para entrar en el juego y construir ella sola y por ella sola, el edificio del conocimiento. Las ideas de la razón no provienen de los sentidos, sino exclusivamente de la razón, y no provienen de los sentidos porque los sentidos forman parte de esa realidad extensa que no puede de suyo comunicarse con la substancia del yo, que es en esencia pensamiento.

Por tanto tenemos que Descartes va a buscar la validez en las ideas que fabrica la mente, y que las fabrica sin que en dicha fabricación de ideas los sentidos tengan alguna participación  real, sino a lo mucho una participación meramente ocasional, accidental.

Pero sucede que si las ideas son lo que conocemos, ¿cómo conocemos entonces lo real extramental?

Efectivamente no hay manera. El sujeto que conoce no tiene contacto ni forma de acceder a algo que esté fuera de la mente. Lo que está fuera de la mente está por eso mismo fuera del conocimiento, pues conocemos lo que está en la mente y que ésta produce.

En estas ideas de Descartes se mezcla lo verdadero con lo falso, y de ahí su fuerza para arrastrar y convencer.

Es verdad, como ya se dijo, que la realidad tal y como existe fuera de la mente, es decir, en su materialidad, en su ser concreto e individual, no penetra en la mente (el perro de mi vecina no es devorado por mi mente al pensar en él; ojalá, pero no pasa así). Pero lo que no es verdad es que dicha realidad no penetre en mi mente ‘de alguna manera’; si fuera cierto que la realidad permanece siempre fuera de la mente que conoce y que no ingresa de ninguna manera, entonces nunca conoceríamos nada, es decir, conoceríamos ‘ideas vacías’, ideas que serían ideas de nada, ideas acerca de nada, ideas mudas. ¿Es posible que exista una idea que sea idea de nada? No. Siempre una idea es idea de algo, esto es lo que se llama la ‘intencionalidad’ de las ideas; las ideas siempre remiten hacia algo, apuntan hacia algo, nos hablan de algo. La palabra ‘intención’, viene de las latinas ‘tendere-in’, es decir, tender hacia, estar dirigido hacia, apuntar hacia. Las ideas son intencionales, apuntan, dirigen, remiten hacia algo.

Y eso es lo que los escolásticos querían decir cuando afirmaban que las ideas no son LO QUE conocemos, sino que son aquello CON LO QUE conocemos. Las ideas son medios de conocimiento, no son el objeto del conocimiento. Cuando yo pienso en el perro de mi vecina no dirijo mi ira hacia la idea del perro sino hacia ese específico perro que no para jamás de ladrar. Luego, en un segundo momento, y si así lo deseo, puedo reflexionar sobre la idea que tengo sobre el perro de mi vecina, pero eso es secundario, por reflexión. Y así pasa con todas las ideas, podemos reflexionar sobre ellas, por ejemplo cuando estudiamos lógica y reflexionamos sobre las características de las ideas, pero para reflexionar sobre las ideas primero hay que tenerlas, y cuando se tienen ideas se tienen ideas que son intencionales, ideas de algo, ideas por medio de las cuales se conoce algo.

Veamos un poco todo esto desde otro ángulo. Pensemos en los signos, una señal de tránsito por ejemplo. Una señal de tránsito es un signo, es decir, algo que me hace conocer otra cosa, algo que me envía hacia otra cosa. Entonces voy por la carretera y veo una señal de tránsito, ¿qué veo? En primer lugar percibo con la vista una barra metálica de un par de metros que tiene encima un hexágono también metálico con una flecha dibujada en su superficie. Ahora bien, LUEGO de percibir esto ENTIENDO su SIGNIFICADO, es decir, eso que veo me envía hacia un significado, por ejemplo el aviso de que debo seguir derecho sin cruzar hacia ninguna parte. Eso es un signo, algo que primero conozco y luego comprendo su significado. Como cuando vemos salir humo de detrás de una montaña y de inmediato deduzco que debe haber fuego.

Ahora bien, todo signo consta entonces de dos elementos: una materia y una forma. La materia es el signo como tal, la barra metálica con el hexágono en la punta y el dibujo de la flecha encima. La forma  de ese signo es su significado, su referencia, lo que entiendo LUEGO de ver el signo. Pues bien, las ideas CON QUE conocemos son signos sin materia, es decir, son signos puros, signos meramente formales, signos que inmediatamente nos remiten hacia la cosa significada sin necesidad de primero conocer el signo en su materialidad, es decir, sin tener que primero conocer el signo en sí mismo, para luego captar su sentido. Y esto fue lo que no entendió el idealismo cartesiano. Para el idealista la idea es una cosa, una cosa que conozco. Y en cuanto signo, la idea, para el idealista, es una cosa que primero tengo que conocer para LUEGO conocer aquello que ella contiene, aquello que ella me ofrece. Y haciendo este pequeño cambio encerraron al hombre en sí mismo y lo condenaron a jamás conocer algo que no fueran las propias ideas.

Y a decir verdad después de aceptar el principio idealista como punto de partida de la filosofía, no es posible alcanzar la realidad. 

Veamos algunas citas al respecto del filósofo Paul Gerard Horrigan:

-          In the knowing process of the immanentistic conception of knowledge, the thinking subject, man, can know only his own impressions (sensations, ideas), and not extra-mental, extra-subjective things that really exist.

En el proceso del conocimiento, tal y como lo entiende la concepción inmanentista, el sujeto pensante, el hombre, puede conocer solamente sus propias impresiones (sensaciones, ideas), pero no lo extramental, no las cosas extra-subjetivas que realmente existen.

-          In philosophical immanentism (beginning with Descartes), thought is made prior to being; it is made the starting point of philosophy. In realism, on the other hand, it is being that is prior to thought. Being (ens) is the point of departure of philosophy, leading to the affirmation: “things are” (res sunt).

En el inmanentismo filosófico (comenzando por Descartes), se hace al pensamiento anterior al ser; el pensamiento es convertido en el punto inicial de la filosofía. En el realismo, por otra parte, el ser es anterior al pensamiento. El ente (ens) es el punto de partida de la filosofía, que conlleva a la afirmación: “las cosas son” (res sunt).

-          In immanentism, what the intellect knows in the first instance is not the extra-mental thing, but rather, one’s ideas (Descartes) or phenomena (Hume), or phenomena through a priori synthetic judgments (Kant).

En el inmanentismo, lo que el intelecto conoce en primer lugar no es la cosa extramental, sino más bien las propias ideas (Descartes), o los fenómenos (Hume), o los fenómenos a través de juicios sintéticos ‘a priori’ (Kant).


Leonardo R.



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