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martes, 19 de mayo de 2015

(4) Perlitas de filosofía


Finis autem ultimus uniuscujusque rei est qui intenditur a primo auctore vel motore ipsius. Primus autem auctor et motor universi est intellectus. Oportet ergo ultimum finem universi esse bonum intellectus; hoc autem est veritas.


El fin último de cada cosa es el que fue buscado por su primer autor o motor. Ahora bien, el primer autor y motor del universo es el intelecto. Conviene entonces que el último fin del universo sea el bien del intelecto; es decir, la verdad.

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Decir que la verdad es el fin último del universo es una de esas cosas que se dicen fácil pero se explican difícil. Preguntarse por el fin de algo (entendiendo la palabra ‘fin’ no como fin de acabamiento y muerte, sino como fin de perfección y plenitud) es preguntarse por el sentido último de ese algo, su íntima razón de ser. Y santo Tomás parte en este texto de un principio que es evidente: el fin último de algo le viene dado por su autor o creador (santo Tomás, aristotélico en el lenguaje dice ‘motor’); cuando un carpintero ‘crea’ una silla (‘crea’ de manera muy distinta a Dios, en cuanto que el carpintero no ‘crea’ su materia prima, cosa que Dios sí pudo hacer), el fin último de esa silla viene de la mente del carpintero que la concibió, es decir, el hecho de servir como asiento le viene a la silla de la idea que el carpintero concibió en su mente incluso antes de fabricarla.

De igual forma, Dios en su inteligencia concibió, o mejor dicho, concibe desde la eternidad todo lo creado antes de crearlo, antes de darle la existencia. Por eso se dice que el fin último de toda la naturaleza viene dado por su autor. Y como Dios todo lo hizo mediando la concepción de su inteligencia, por eso santo Tomás dice que el fin último de todo es aquél que persiguió o buscó o estableció el intelecto divino. Y como el intelecto, el divino, el angélico y el humano, no busca nada distinto a la verdad, santo Tomás concluye triunfante que el fin último del universo no puede ser otro que la verdad.

¡Claro!, en una sociedad tan deslumbrada por la tecnología, por los avances técnicos, por las grandes construcciones, por las comodidades electrónicas, etc., pensar que algo al parecer tan abstracto como ‘la verdad’, algo al parecer tan poco práctico, tan poco útil, tan poco interesante, pueda ser el fin último del universo entero parece un error; ¡Y sin embargo lo es! El razonamiento del aquinate es impecable.

Decir que el fin último del universo es la verdad, equivale a decir que el fin último del universo es la realidad, es decir, que el fin último del universo consiste en que todas y cada una de las cosas que han sido creadas por Dios, desarrollen su naturaleza específica, su ser, sus posibilidades, que todo eso le viene dado por su autor. En otras palabras: si el fin último del universo es la verdad (realidad), eso significa que cada ser creado debe ser obediente a su ser, es decir, en primer lugar, a sus ser de creatura (lo cual señala relación con el Creador) y en segundo lugar obediente a su naturaleza. De aquí se desprende la condena de todas esas conductas que se llaman ‘contra naturam’, es decir, contrarias a la naturaleza. Cuando algo actúa ‘contra naturam’ actúa ‘contra veritatem’, es decir, contra la verdad, contra su verdad más íntima. 

En el fondo todo pecado es una traición que golpea primero a quien lo comete, en tanto que es una traición a su naturaleza específica.

Quedémonos entonces con esto: la verdad es el fin último del universo.

El texto latino pertenece a la Suma contra los gentiles.




Leonardo R.


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