Finis autem ultimus uniuscujusque rei
est qui intenditur a primo auctore vel motore ipsius. Primus autem auctor et
motor universi est intellectus. Oportet ergo ultimum finem universi esse bonum
intellectus; hoc autem est veritas.
El fin último de cada cosa es el que
fue buscado por su primer autor o motor. Ahora bien, el primer autor y motor
del universo es el intelecto. Conviene entonces que el último fin del universo
sea el bien del intelecto; es decir, la verdad.
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Decir que la verdad es el fin último
del universo es una de esas cosas que se dicen fácil pero se explican difícil. Preguntarse
por el fin de algo (entendiendo la palabra ‘fin’ no como fin de acabamiento y
muerte, sino como fin de perfección y plenitud) es preguntarse por el sentido
último de ese algo, su íntima razón de ser. Y santo Tomás parte en este texto
de un principio que es evidente: el fin último de algo le viene dado por su
autor o creador (santo Tomás, aristotélico en el lenguaje dice ‘motor’); cuando
un carpintero ‘crea’ una silla (‘crea’ de manera muy distinta a Dios, en cuanto
que el carpintero no ‘crea’ su materia prima, cosa que Dios sí pudo hacer), el
fin último de esa silla viene de la mente del carpintero que la concibió, es
decir, el hecho de servir como asiento le viene a la silla de la idea que el
carpintero concibió en su mente incluso antes de fabricarla.
De igual forma, Dios en su
inteligencia concibió, o mejor dicho, concibe desde la eternidad todo lo creado
antes de crearlo, antes de darle la existencia. Por eso se dice que el fin
último de toda la naturaleza viene dado por su autor. Y como Dios todo lo hizo
mediando la concepción de su inteligencia, por eso santo Tomás dice que el fin
último de todo es aquél que persiguió o buscó o estableció el intelecto
divino. Y como el intelecto, el divino, el angélico y el humano, no busca nada
distinto a la verdad, santo Tomás concluye triunfante que el fin último del
universo no puede ser otro que la verdad.
¡Claro!, en una sociedad tan
deslumbrada por la tecnología, por los avances técnicos, por las grandes
construcciones, por las comodidades electrónicas, etc., pensar que algo al
parecer tan abstracto como ‘la verdad’, algo al parecer tan poco práctico, tan
poco útil, tan poco interesante, pueda ser el fin último
del universo entero parece un error; ¡Y sin embargo lo es! El razonamiento del aquinate es
impecable.
Decir que el fin último del universo
es la verdad, equivale a decir que el fin último del universo es la realidad,
es decir, que el fin último del universo consiste en que todas y cada una de
las cosas que han sido creadas por Dios, desarrollen su naturaleza específica,
su ser, sus posibilidades, que todo eso le viene dado por su autor. En otras
palabras: si el fin último del universo es la verdad (realidad), eso significa
que cada ser creado debe ser obediente a su ser, es decir, en primer lugar, a
sus ser de creatura (lo cual señala relación con el Creador) y en segundo lugar
obediente a su naturaleza. De aquí se desprende la condena de todas esas
conductas que se llaman ‘contra naturam’, es decir, contrarias a la naturaleza.
Cuando algo actúa ‘contra naturam’ actúa ‘contra veritatem’, es decir, contra
la verdad, contra su verdad más íntima.
En el fondo todo pecado es una traición
que golpea primero a quien lo comete, en tanto que es una traición a su
naturaleza específica.
Quedémonos entonces con esto: la
verdad es el fin último del universo.
El texto latino pertenece a la Suma contra los gentiles.
Leonardo R.
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