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lunes, 25 de mayo de 2015

(7) Breve estudio sobre el escepticismo

Vamos ya culminando este breve estudio sobre el escepticismo. Creemos que con lo dicho hasta ahora es suficiente para comprender su naturaleza y aprender a ser precavidos respecto de sus consecuencias. Y una de sus consecuencias más fatales es la pérdida del sentido de la verdad.

Si algo ha perdido la sociedad actual es el olfato para discernir entre lo verdadero y lo falso, se podría afirmar sin temor a equivocarnos que vivimos ya desde hace un par de siglos (y tal estado de cosas se ha agravado después de la primera mitad del siglo XX, basta recordar mayo del 68) en una nueva era de sofistas.

En la antigua Grecia, en tiempos de Sócrates, hicieron su aparición unos personajes aparentemente sabios, que iban de ciudad en ciudad dando muestras de gran erudición y de gran dominio en las técnicas oratorias, es decir, en las técnicas de convencer por medio del discurso. No les interesaba la verdad, ni encontrarla, ni comunicarla; les interesaba el brillo que da el uso elegante de la palabra, y la posición social que podían alcanzar por medio de sus dotes dialécticas. En cuanto a la verdad, la declaraban inexistente. Uno de los más famosos sofistas de aquellos tiempos decía: no existe el conocimiento (es decir, la verdad); y si existe, no lo podemos alcanzar; y si lo pudiéramos alcanzar, no lo podríamos comunicar a los demás.

Esto significaba proclamar la opinión individual como el único árbitro confiable. Dado que no alcanzamos conocimientos verdaderos de las cosas, es decir, conocimientos que, por ser verdaderos, deban ser tenidos como tales por todos y en todo tiempo y lugar, lo mejor y más prudente es resignarnos a una batalla inacabable de opiniones. Quien ofrezca un discurso más atractivo, ese será el triunfador. Triunfar no significará tener la razón, sino tener una opinión mejor defendida que las demás.

En nuestros días, en medio de una sociedad ‘abierta, pluralista y democrática’ como la que se nos vende desde los medios de comunicación, resulta casi imposible creer en una verdad que no sea solo opinión, opinión tan respetable como cualquiera otra opinión. De hecho, muchos consideran necesario que no se piense jamás en verdades, porque eso sería un obstáculo para la construcción de esa sociedad ‘abierta’ que supuestamente se está construyendo. La verdad ha sufrido el exilio.

Entonces los nuevos sofistas de hoy, tal y como los de la antigua Grecia, se enorgullecen de poseer una ciencia superior, la ciencia de la “opinión”. Hoy, tener opiniones es tan valioso como lo era ayer tener verdades. Hoy el que ‘opina’ es sabio, tolerante, ‘open mind’, etc., y aquél que habla de verdades es el troglodita, intolerante, enemigo público, reaccionario.

Lo paradójico de todo esto es la contradicción profunda en la que se basa todo este sistema social escéptico: se proclama como verdad absoluta que la verdad absoluta no existe; se proclama como verdad absoluta que no hay verdades sino opiniones; se proclama como verdad absoluta que la verdad no es absoluta sino relativa; se proclama como verdad absoluta que todos tenemos verdades relativas, en fin, se afirma que verdaderamente la verdad no existe. No hace falta ser filósofo para percibir la contradicción de todo ello.

El antídoto contra esta radical contradicción total es simplemente el retorno a lo real. El esfuerzo por arrancarnos del subjetivismo para alcanzar plácidamente las playas del realismo será recompensado con la dicha de vivir de frente a lo real. La época nuestra nos ha dicho que somos aves de corral, que nuestras alas no sirven y que debemos acostumbrarnos a ir por la tierra cubierta de polvo; es tiempo ya de recordar que el Creador nos diseñó para ser águilas, para volar alto y para contemplar de frente al sol.



Leonardo R.


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