Al hombre de hoy, en el ámbito de la
cultura occidental, se le hacen muy cuesta arriba los imperativos de la verdad,
del bien, de la unidad. Le fascinan los opuestos a las notas que siguen como
acólitos al ente: la pluralidad, la apariencia de los fenómenos, la libertad
situada más allá del bien y del mal. El orden moral se le hace una carga
pesada. La relación con Dios la deja en el olvido.
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El texto señala tres oposiciones, que ejemplifican el orden y el desorden. Los tres elementos de orden son: verdad, unidad y bien. A ellos el hombre ha decidido oponer: pluralidad, apariencia y pseudo-libertad.
Verdad-apariencia: se puede acoger una actitud realista, que es en el fondo la actitud natural. O se puede escoger la actitud subjetivista. La actitud realista fue la dominante durante la mayor parte de la historia del pensamiento humano. Solo a partir del renacimiento, con su giro antropocéntrico, se instala en las inteligencias una actitud idealista que consiste, como se ha dicho ya en repetidas ocasiones, en declarar que no hay realidad distinta de aquella que cada uno concibe en su interior.
De este modo triunfa en las mentalidades la convicción de que la realidad es lo que a mí me parece que es, lo que aparece ante mí: la apariencia. Es por eso que hoy se valoran las opiniones, no las afirmaciones categóricas; en efecto, la opinión viene de lo que a mí me parece. Y lo que a mí me parece es tan respetable como lo que le parece a cualquier otro. Las apariencias se llevan bien entre sí, porque ninguna aspira a la hegemonía.
Unidad-pluralidad: Pocas palabras gozan hoy de tan buen nombre como la palabra pluralismo. Hoy no se quiere homogeneidad en nada, se busca que en todo y para todo hayan opciones, apertura, tolerancia, diversidad. A nada ni a nadie se le concede facultad para proponer algo que debiera ser aceptado por todos. De hecho si se desea ser aceptado en las conversaciones contemporáneas lo único que hay que hacer es usar varias veces por minuto la palabra diversidad o pluralismo, y ya eres miembro del club de los 'intelectuales'.
De cierta forma esta segunda oposición es fruto de la primera. Puesto que al no haber verdades sino apariencias u opiniones, lo más natural es que reine el pluralismo y el "respeto por la diversidad", sobre todo la diversidad ideológica.
Bien - pseudo libertad: Tercera gran oposición señalada por el texto inicial. Aquí tocamos la esencia de la libertad humana.
¿El hombre al actuar debe perseguir el bien en sus actos o los actos del hombre están más allá del bien y del mal? es decir, ¿el hombre al actuar debe hacerlo moralmente? la respuesta común hoy es un categórico ¡no!
Hoy la única "moralidad" que se reconoce es una "moralidad" subjetiva. ¿Qué es una moralidad subjetiva? moralidad subjetiva de un acto significa que si el hombre decide autónomamente hacer algo, ese mismo hecho de hacerlo con autonomía lo hace moralmente bueno.
Lo único que hoy se mira como "inmoral" es la realización de un acto que no haya sido elegido autónomamente por la persona que lo realiza. Entonces en este orden de ideas el entero edificio de la moralidad católica es visto como inmoral, porque el católico estaría obedeciendo a la manera de los esclavos, por imposición externa y no como fruto de una determinación espontánea y autónoma.
Las consecuencias de esta última oposición son enormes. Porque se llega al extremo de buscar que en los mismos ordenamientos jurídicos de los países se consagren como "derechos" las exigencias más aberrantes de los individuos, bajo el argumento de que cada cual es "libre" y dicha "libertad" no puede ser "reprimida".
Estas tres oposiciones configuran el rostro de la sociedad moderna. En ella el hombre ha elegido su bando y se ha ido voluntariamente del lado de las tres antítesis: Apariencia, pluralidad y pseudo libertad. Las consecuencias de tal elección saltan a la vista.
¿No vendrá siendo ya hora de retornar a la verdad, la unidad y el bien?
(El texto inicial está tomado del artículo "El relativismo y la nostalgia del absoluto", de Abelardo Lobato O.P)
Leonardo R.
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