El raciocinio no es una pura relación
de razón basada en la coherencia del pensamiento. La estructura lógica que
enlaza las premisas con las conclusiones se funda en la estructura de las
cosas, en la unión necesaria entre algunas de sus propiedades (por ejemplo, si
alguien habla, es inteligente).
Esto no significa, claro está, que el
raciocinio no tenga cierta autonomía respecto a la realidad; precisamente por
esto la coherencia, siendo ‘conditio sine qua non’ para alcanzar una nueva
verdad, no es causa suficiente de verdad: cabe razonar desde principios falsos,
o hipotéticos.
El fundamento real de la inferencia
racional está en el hecho de que lo que posee una perfección, posee todo lo
implicado propiamente («per se») en esa perfección. Este principio da como el
esquema general y más sencillo que la mente sigue en cualquier razonamiento.
Por ejemplo, si el alma humana obra por sí misma, como sabemos que todo lo que
obra por sí mismo es una substancia, podemos concluir que el alma humana es
substancia, o subsiste; el razonamiento puede proseguir partiendo de esta
conclusión, pues si el alma humana es una substancia, es decir, una forma
subsistente, como toda forma subsistente es incorruptible, resulta que el alma humana
es incorruptible o inmortal. En letras simbólicas, se puede decir que si A es
B, y B es C, se concluye que A es C.
Adviértase que el raciocinio es válido
sólo si la vinculación entre las nociones que se comparan es per se y no per
accidens, pues en este último caso se incidiría en un error. Por eso es falso
argumentar:
«Los seres libres pueden pecar, pero
Dios no puede pecar, luego Dios no es libre», pues la posibilidad de pecar es
condición accidental para la libertad. Con otro ejemplo, el raciocinio «el ente
es causado, Dios es ente, luego Dios es causado», es ilegítimo porque el ente
no es per se causado, en cuanto es, sino en cuanto es imperfecto, potencial,
móvil, por participación, etc.
Este principio puede también
formularse desde el punto de vista de la extensión de los conceptos. El
enunciado correspondiente se denomina principio de ‘dictum de omni, dictum de
nullo’, y tiene dos partes:
a)
Lo que se predica universalmente de algo, debe predicarse de todo lo que
se contiene bajo ello (dictum de omni).
b)
Lo que se niega universalmente de algo, debe negarse de todo lo inferior
a ello (dictum de nullo).
Todas las propiedades de los
vivientes, por ejemplo, deben afirmarse de los hombres, porque «hombre» se
sitúa dentro del universal «viviente». Y así podemos inferir que si la
capacidad reproductiva del viviente se ordena a la transmisión de su especie,
como el hombre es viviente, su potencia generativa tiene como finalidad la
generación de la prole (aunque por las diferencias profundas entre el hombre y
los simples animales, el matrimonio humano tiene también otros fines).
El raciocinio se fundamenta, en último
término, en el principio de no-contradicción del ente. Los principios antes
mencionados, siendo manifiestos por sí mismos, se pueden considerar como
consecuencias de la no contradicción en el orden del discurso. Por ejemplo, en
el razonamiento «la ley moral es natural, pero lo natural afecta a todos los
hombres, luego la ley moral es universal», la conclusión se impone porque sería
contradictorio admitir que la ley moral es natural y no reconocer que es
universal. Más en general: se da una contradicción entre poseer alguna
propiedad, y no tener lo que ésta lleva consigo.
Cualquier raciocinio tiene como
primera premisa remota, ordinariamente implícita, el principio de que «algo no
puede ser y no ser simultáneamente». No sería posible realizar inferencia
alguna sin entender esta propiedad fundamental del ser de las cosas, que en el
pensamiento se traduce en la necesidad absoluta de evitar toda contradicción.
Cualquier verdad impone todas sus consecuencias.
Por lo tanto, la contradicción
invalida cualquier raciocinio. Aquí se observa la fuerza negativa del principio
de no-contradicción: siempre que en un discurso argumentativo, en una teoría
científica, etcétera, aparezca una contradicción, quiere decir que hay algo
inexacto en su interior. Pero este criterio es restrictivo: la no-contradicción
no asegura la verdad, pues el punto de partida puede ser falso, como dijimos
anteriormente.
(Texto tomado del libro "Lógica", de J.J Sanguineti)
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