Premisas y conclusiones. En todo
raciocinio encontramos unas verdades conocidas con anterioridad, que se
denominan premisas si se toman separadamente, y antecedente tomadas en su
conjunto; y encontramos también una verdad inferida que se llama conclusión o
consecuente. «El universo es imperfecto; y lo que es imperfecto es causado», constituyen
las dos premisas de las que se obtiene la conclusión: «luego el universo tiene
una causa, a la que llamamos Dios».
El paso de las premisas a la
conclusión es el punto clave del raciocinio, y recibe el nombre de inferencia
(illatio). Ya en el juicio, al contrario de lo que sucede en la simple
aprehensión, la mente humana compone o divide sus conceptos; ahora, en el
raciocinio, la inteligencia realiza una nueva composición, en virtud de la cual
reúne dos proposiciones y, advirtiendo su conexión, percibe la nueva verdad implícita
en ellas.
El nuevo conocimiento que se obtiene
como fruto del raciocinio se desprende con necesidad del antecedente: las
premisas son como la causa del discurso, y la conclusión es su efecto propio.
No se trata de una ordenación consecutiva de verdades, como resultado de que el
entendimiento las coloque una detrás de otra. El raciocinio es un proceso
causal: la verdad de las premisas causa el conocimiento de la conclusión, cuya
verdad era hasta entonces desconocida. Se puede decir que en las premisas se
capta virtualmente la proposición que, al ser concluida, ya es conocida en
acto.
Reglas fundamentales del raciocinio.
El nexo causal que une a las premisas con las conclusiones lleva a formular las
dos siguientes leyes del razonamiento:
a)
Si las premisas son verdaderas, las conclusiones necesariamente son
verdaderas (ex vero non sequitur nisi verum: de lo verdadero no se sigue sino
lo verdadero). Se supone, naturalmente, que la inferencia misma está bien
hecha.
b)
Por el contrario, si las premisas son falsas, la conclusión puede ser
tanto verdadera como falsa (ex absurdo sequitur quodlibet). La conclusión
verdadera, como es obvio, lo es sólo accidentalmente.
Ejemplo de conclusión falsa porque las
premisas son falsas: si el hombre no es libre, y las leyes penales castigan al
delincuente, se concluye que las leyes penales son inútiles.
Consecuencia verdadera a partir de
falsas premisas: el hombre tiene como último fin su propia gloria, y encuentra
su propia gloria en el trabajo; luego, el hombre debe trabajar.
Estas reglas sirven a veces para
discernir la verdadera naturaleza de ciertas doctrinas u opiniones. Su
aplicación se advierte con más claridad al expresarlas a la inversa, no desde
el punto de vista de las premisas, sino de la conclusión:
a)
Una conclusión falsa implica necesariamente que en el antecedente hay
alguna falsedad. Cuando un filósofo, por ejemplo, concluye algo erróneo
razonado formalmente bien, podemos estar seguros de que ha partido de alguna
falsedad: necesariamente tiene que haber algún vicio en sus premisas, porque
cualquier defecto en la conclusión supone una deficiencia en el fundamento. La
mayoría de los errores se deben a falsos presupuestos, más que a incoherencias
formales.
b)
Una conclusión verdadera no significa que las premisas tengan que ser
verdaderas, ya que podría tratarse de un juicio obtenido accidentalmente, a
partir de un fenómeno falso. Por ejemplo, algunas críticas marxistas a ciertos
defectos de la sociedad no se realizan a partir de criterios verdaderos, sino
desde los principios del materialismo. Con otro ejemplo: la conveniencia de que
las familias tengan muchos hijos no se argumenta sólidamente si se hace sólo
por criterios económicos, sin apelar a la naturaleza misma del matrimonio.
Pluralidad en el modo de razonar. Las
modalidades del razonamiento son diversas, debido a la complejidad del
pensamiento humano. La forma básica del raciocinio se basa en la relación de
implicación y oposición entre los conceptos, pues el hecho de que una
perfección implique una serie de perfecciones ulteriores, o excluya otras, da
pie a ilaciones como «X es hombre, luego es racional, y no es ángel, etc.». Las
relaciones constituyen un caso más complejo, que da lugar a una forma peculiar de
razonar. Naturalmente, el razonamiento no juega sólo con conceptos, sino con
proposiciones en las que aparecen los conceptos que han de ser hilvanados. Se
puede también razonar con proposiciones compuestas, para inferir lo que se
sigue de los valores de verdad o falsedad de sus componentes («si es A, es B;
es A...»).
Los modos indicados tienen la
característica de que en sus premisas hay un elemento común que, sirviendo como
mediador entre los demás términos, permite relacionarlos (al decir «A=B, B=C,
luego A=C», se ve que la B común permite afirmar que A=C). Hay también
inferencias que se establecen directamente a partir de otra premisa, sin apelar
a este recurso: son las inferencias inmediatas, que antes hemos mencionado.
«Todo hombre es mortal» implica que «ningún hombre es inmortal».
Ya vimos atrás cómo las inferencias
inmediatas se basan en las relaciones de oposición proposicional y en las
reglas de conversión y equipolencia. Un proceso análogo se plantea para las
proposiciones compuestas: así, la fórmula copulativa «A y B» (siendo A y B
proposiciones) puede transformarse por conmutación en la fórmula «B y A», y de
ella cabe obtener aisladamente las proposiciones A y B. Pueden también
establecerse equivalencias entre los nexos de las proposiciones compuestas: por
ejemplo, «no es verdad que Pedro es inteligente y generoso» equivale a «o Pedro
no es inteligente, o no es generoso».
Las inferencias inmediatas constituyen
un modo legítimo y originario de razonar, aunque más que dar paso a
proposiciones con un nuevo contenido conceptual, originan fórmulas
equivalentes, que dicen lo mismo de otro modo, o al menos extraen una parte de
un enunciado complejo. Se puede intentar reducirlas a la inferencia mediata,
indicando las premisas generales que en cada caso las gobiernan (por ejemplo,
«la negación de la negación equivale a una afirmación»), pero el procedimiento
resulta algo artificioso. El modo más frecuente de razonar en esta línea
consiste más bien en asumir esas «premisas» como reglas que se aplican a un
premisa dada; por ejemplo, al aplicar la regla de la doble negación a la
fórmula «no es verdad que no-P», obtenemos «P».
(Texto tomado del libro "lógica", de J.J Sanguineti)
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