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viernes, 5 de junio de 2015

Estructura y reglas generales del discurso


Premisas y conclusiones. En todo raciocinio encontramos unas verdades conocidas con anterioridad, que se denominan premisas si se toman separadamente, y antecedente tomadas en su conjunto; y encontramos también una verdad inferida que se llama conclusión o consecuente. «El universo es imperfecto; y lo que es imperfecto es causado», constituyen las dos premisas de las que se obtiene la conclusión: «luego el universo tiene una causa, a la que llamamos Dios».

El paso de las premisas a la conclusión es el punto clave del raciocinio, y recibe el nombre de inferencia (illatio). Ya en el juicio, al contrario de lo que sucede en la simple aprehensión, la mente humana compone o divide sus conceptos; ahora, en el raciocinio, la inteligencia realiza una nueva composición, en virtud de la cual reúne dos proposiciones y, advirtiendo su conexión, percibe la nueva verdad implícita en ellas.

El nuevo conocimiento que se obtiene como fruto del raciocinio se desprende con necesidad del antecedente: las premisas son como la causa del discurso, y la conclusión es su efecto propio. No se trata de una ordenación consecutiva de verdades, como resultado de que el entendimiento las coloque una detrás de otra. El raciocinio es un proceso causal: la verdad de las premisas causa el conocimiento de la conclusión, cuya verdad era hasta entonces desconocida. Se puede decir que en las premisas se capta virtualmente la proposición que, al ser concluida, ya es conocida en acto.

Reglas fundamentales del raciocinio. El nexo causal que une a las premisas con las conclusiones lleva a formular las dos siguientes leyes del razonamiento:

a)    Si las premisas son verdaderas, las conclusiones necesariamente son verdaderas (ex vero non sequitur nisi verum: de lo verdadero no se sigue sino lo verdadero). Se supone, naturalmente, que la inferencia misma está bien hecha.

b)    Por el contrario, si las premisas son falsas, la conclusión puede ser tanto verdadera como falsa (ex absurdo sequitur quodlibet). La conclusión verdadera, como es obvio, lo es sólo accidentalmente.

Ejemplo de conclusión falsa porque las premisas son falsas: si el hombre no es libre, y las leyes penales castigan al delincuente, se concluye que las leyes penales son inútiles.

Consecuencia verdadera a partir de falsas premisas: el hombre tiene como último fin su propia gloria, y encuentra su propia gloria en el trabajo; luego, el hombre debe trabajar.

Estas reglas sirven a veces para discernir la verdadera naturaleza de ciertas doctrinas u opiniones. Su aplicación se advierte con más claridad al expresarlas a la inversa, no desde el punto de vista de las premisas, sino de la conclusión:

a)    Una conclusión falsa implica necesariamente que en el antecedente hay alguna falsedad. Cuando un filósofo, por ejemplo, concluye algo erróneo razonado formalmente bien, podemos estar seguros de que ha partido de alguna falsedad: necesariamente tiene que haber algún vicio en sus premisas, porque cualquier defecto en la conclusión supone una deficiencia en el fundamento. La mayoría de los errores se deben a falsos presupuestos, más que a incoherencias formales.

b)    Una conclusión verdadera no significa que las premisas tengan que ser verdaderas, ya que podría tratarse de un juicio obtenido accidentalmente, a partir de un fenómeno falso. Por ejemplo, algunas críticas marxistas a ciertos defectos de la sociedad no se realizan a partir de criterios verdaderos, sino desde los principios del materialismo. Con otro ejemplo: la conveniencia de que las familias tengan muchos hijos no se argumenta sólidamente si se hace sólo por criterios económicos, sin apelar a la naturaleza misma del matrimonio.

Pluralidad en el modo de razonar. Las modalidades del razonamiento son diversas, debido a la complejidad del pensamiento humano. La forma básica del raciocinio se basa en la relación de implicación y oposición entre los conceptos, pues el hecho de que una perfección implique una serie de perfecciones ulteriores, o excluya otras, da pie a ilaciones como «X es hombre, luego es racional, y no es ángel, etc.». Las relaciones constituyen un caso más complejo, que da lugar a una forma peculiar de razonar. Naturalmente, el razonamiento no juega sólo con conceptos, sino con proposiciones en las que aparecen los conceptos que han de ser hilvanados. Se puede también razonar con proposiciones compuestas, para inferir lo que se sigue de los valores de verdad o falsedad de sus componentes («si es A, es B; es A...»).

Los modos indicados tienen la característica de que en sus premisas hay un elemento común que, sirviendo como mediador entre los demás términos, permite relacionarlos (al decir «A=B, B=C, luego A=C», se ve que la B común permite afirmar que A=C). Hay también inferencias que se establecen directamente a partir de otra premisa, sin apelar a este recurso: son las inferencias inmediatas, que antes hemos mencionado. «Todo hombre es mortal» implica que «ningún hombre es inmortal».

Ya vimos atrás cómo las inferencias inmediatas se basan en las relaciones de oposición proposicional y en las reglas de conversión y equipolencia. Un proceso análogo se plantea para las proposiciones compuestas: así, la fórmula copulativa «A y B» (siendo A y B proposiciones) puede transformarse por conmutación en la fórmula «B y A», y de ella cabe obtener aisladamente las proposiciones A y B. Pueden también establecerse equivalencias entre los nexos de las proposiciones compuestas: por ejemplo, «no es verdad que Pedro es inteligente y generoso» equivale a «o Pedro no es inteligente, o no es generoso».

Las inferencias inmediatas constituyen un modo legítimo y originario de razonar, aunque más que dar paso a proposiciones con un nuevo contenido conceptual, originan fórmulas equivalentes, que dicen lo mismo de otro modo, o al menos extraen una parte de un enunciado complejo. Se puede intentar reducirlas a la inferencia mediata, indicando las premisas generales que en cada caso las gobiernan (por ejemplo, «la negación de la negación equivale a una afirmación»), pero el procedimiento resulta algo artificioso. El modo más frecuente de razonar en esta línea consiste más bien en asumir esas «premisas» como reglas que se aplican a un premisa dada; por ejemplo, al aplicar la regla de la doble negación a la fórmula «no es verdad que no-P», obtenemos «P».

(Texto tomado del libro "lógica", de J.J Sanguineti)


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