La inteligencia humana, valiéndose de
la simple aprehensión y del juicio, percibe un sinnúmero de verdades, como que
«el mundo existe», «los hombres son libres», «los cuerpos ocupan un lugar», o
«dos y dos son cuatro». Sin embargo, el hombre no capta intuitivamente el número
aun mayor de implicaciones que se encierran en esas verdades, sino que debe
proceder paso a paso, para advertir sus consecuencias, y de estas deducir
otras, hasta llegar a donde le permitan las luces naturales de su razón. Nos
hallamos ante una nueva función de la inteligencia, que permite al hombre
efectuar un tránsito de lo conocido a lo desconocido, y así progresar en sus
conocimientos: el raciocinio, la tercera operación de la mente, que en lógica
se suele denominar también argumentación o discurso lógico. Más exactamente,
raciocinio indica el acto psicológico; razonamiento es la construcción lógica
objetiva; argumentación, la introducción de razonamientos («argumentos») en la discusión.
El raciocinio es un movimiento de la
mente por el que pasamos de varios juicios -comparándolos entre sí a la formulación
de un nuevo juicio, que necesariamente sigue de los anteriores. A partir de las
proposiciones «el hombre es libre» y «la libertad implica responsabilidad», se
puede concluir que «el hombre es responsable». Esta nueva verdad
es conocida en este caso por medio de una comparación entre las verdades
anteriores, pues en ellas hay algo en común (el concepto «libertad») que
permite relacionar los conceptos «hombre» y «responsable». En cambio, de dos
enunciados que nada tienen que ver entre sí («el sol brilla» y «el mar es salado»)
nada puede concluirse.
El raciocinio, de todos modos, no
necesita siempre basarse en verdades, pues su elemento formal es el concluir
algo -indicado en el «por tanto»- a partir de otras proposiciones, sean éstas
verdaderas, falsas o hipotéticas. Si las premisas son verdaderas, la conclusión
también lo será; si son dudosas, la conclusión heredará ese carácter. Sin
embargo, el vínculo de las premisas a la conclusión es necesario, y en este
sentido la tercera operación de la mente es un procedimiento riguroso.
Los conocimientos adquiridos por el
ejercicio de la inteligencia en su función directamente contemplativa de la
realidad se llaman verdades inmediatas, conocidas por sí mismas (Santo Tomás
las menciona con el nombre de per se notae). Los conocimientos que son producto
del raciocinio, no evidentes sino obtenidos por medio de otras verdades
anteriores, reciben el nombre de verdades mediatas (per aliud notae: conocidas
por medio de otras).
Aunque en el lenguaje vulgar los
términos entendimiento y razón se utilizan a veces como sinónimos,
filosóficamente se distinguen entre sí con más precisión. Se denomina
entendimiento (intellectus) a la facultad intelectual en general, o a la
función contemplativa de la inteligencia, por la que captamos verdades evidentes;
y razón (ratio) designa la función discursiva de la mente, cuando ésta realiza
raciocinios.
Hemos presentado el raciocinio como
fruto de la confrontación de varios enunciados, para alcanzar uno nuevo. Cabe
también un movimiento inverso de la mente: conociendo una determinada verdad,
podemos buscar las premisas desde las que se concluyen. Las premisas son el
porqué de la conclusión: al preguntarnos el porqué de una verdad que conocemos,
inquirimos por las premisas de las que se deduce, que «explican» esa verdad
(por ejemplo, «X está alegre», ¿por qué? «Porque tiene buena conciencia, y la
alegría procede de una buena conciencia»).
El razonamiento en este caso no proporciona
una nueva verdad,
sino que más
bien la hace conocer de un modo
nuevo: en su razón, en su causa
explicativa.
(Texto tomado del libro "Lógica", de J.J Sanguineti)
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