Los Ángeles de la guarda.
De entre los ángeles hay unos a
quienes les fue encomendado el cuidar de las almas en particular: éstos son los
ángeles custodios o de la guarda. Por haber instituido la Iglesia una fiesta en
honor de ellos, ha consagrado la doctrina tradicional de los Santos Padres,
fundada, por lo demás, en textos de la Sagrada Escritura, y apoyada en sólidas
razones.
Éstas se deducen de nuestras
relaciones para con Dios: somos hijos suyos, miembros de Jesucristo y templos
del Espíritu Santo. “Porque somos hijos suyos, dice M. Olier, nos da, para que
nos gobiernen, príncipes de su corte, los cuales se tienen por muy honrados con
tal oficio, por ser nosotros muy de cerca suyos. Porque somos sus miembros,
quiere que los espíritus puros que le sirven, estén siempre junto a nosotros
para prestarnos mil oficios.
Porque somos templos suyos, y habita
él en nosotros, quiere que tengamos ángeles llenos de devoción religiosa hacia
él, como los que ponemos en nuestras iglesias; quiere que estén allá dentro,
rindiéndole homenaje perpetuo de adoración, y suplan el que nosotros estamos
obligados a prestarle, y lloren las irreverencias que nosotros cometemos”.
Quiere también, añade, juntar estrechamente la Iglesia del cielo con la de la tierra:
“Hace bajar a la tierra el escuadrón misterioso de los ángeles para que se
junten con nosotros y nos unan a ellos, y nos entren dentro de su misma
milicia, y no sea sino un solo cuerpo la Iglesia del cielo y la de la tierra”.
Por medio de nuestro ángel de la
guarda estamos en comunicación permanente con el cielo, y, para sacar buen
provecho de ello hemos de traer de continuo puesto el pensamiento en nuestro ángel
custodio, manifestándole nuestra veneración, nuestra confianza y nuestro amor:
a) nuestra veneración, saludándole
como a quien de continuo está en la presencia de Dios contemplándole cara a
cara, y es cerca de nosotros el representante de nuestro Padre celestial; no
haremos cosa que le pueda desagradar o causar pena, sino que cuidaremos de
manifestarle nuestro respeto, imitándole en la fidelidad en el servicio de Dios:
manera muy delicada de demostrarle nuestra estima.
b) nuestra confianza, considerando el
poder que tiene de protegernos, y lo bondadoso que ha de ser para con nosotros que
le estamos confiados por Dios mismo.
Especialmente debemos invocarle en las
tentaciones del demonio, porque sabe él descubrir las tretas de tan maligno
enemigo; y también en los momentos de peligro, en los que su vigilancia y
destreza pueden muy oportunamente ampararnos; por lo que toca a la vocación, no
hay quien, como él, sepa lo que Dios quiere de nosotros. Además, siempre que
tuviéremos algún asunto de importancia con el prójimo, importa mucho encomendar
nuestros hermanos a los ángeles de la guarda, para que los dispongan bien para
el asunto aquél.
c) nuestro amor, considerando que
siempre fue y será excelente amigo nuestro, que nos ha prestado y prestará muy
buenos servicios; no sino en el cielo podremos saber su número y calidad; mas
ya podemos atisbarlo por la fe, y esto nos basta para manifestarle nuestro
agradecimiento y amor.
Especialmente, cuando nos sentimos en triste soledad,
hemos de acordarnos de que jamás estamos solos, sino que tenemos junto a
nosotros un amigo fiel y generoso, con el que podemos conversar familiarmente.
Tengamos presente, por lo demás, que
honrar a nuestro ángel es honrar al mismo Dios, cuyo representante es, y
unámonos con él a menudo para darle gloria.
(Texto tomado del "Compendio de teología ascética y mística" de Tanquerey)
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