El pensamiento
humano, después de Descartes,
rechaza ser
medido y regulado por las cosas
Repliegue
del espíritu humano sobre sí mismo, independencia de la razón respecto de lo
sensible, independencia respecto de las naturalezas reales y, finalmente, cisma
irremediable entre la inteligencia y el ser: he aquí cómo Descartes reveló el
Pensamiento al pensamiento mismo.
Esta
desnaturalización de la razón humana debía conducirnos a reivindicar para
nuestra inteligencia la autonomía perfecta, la independencia absoluta. Pese a
todos los desmentidos y a todas las miserias de una experiencia suficientemente
humillante, esta reivindicación sigue siendo el principio secreto de la
disolución de nuestra cultura y del mal del que el Occidente apóstata se empeña
en morir.
Porque
quiere para sí una libertad absoluta e indeterminada, es natural que el
pensamiento humano, después de Descartes, rechace ser medido y regulado por las
‘cosas’ y eluda someterse a las necesidades inteligibles.
Libertad
respecto de la ‘cosa’: he ahí la madre y nodriza de todas las libertades
modernas, la más bella conquista del Progreso, que dispensándonos de toda regla
nos somete a cualquier cosa.
La
reforma cartesiana no es sólo el manantial del torrente de ilusiones y de
fábulas que pretendidas claridades han arrojado sobre nosotros desde hace dos
siglos y medio; también es responsable, en gran parte, de la gran futileza del
mundo moderno, de esa extraña condición en que vemos a la humanidad, tan
poderosa sobre la materia, tan hábil y astuta para dominar el universo físico,
cuanto débil y desorientada ante las realidades inteligibles.
(Texto tomado de la obra "Tres reformadores", de Jacques Maritain. A quien se le pueden criticar muchas cosas, pero no fragmentos como este)
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