En días pasados los medios de comunicación anunciaban la muerte del escritor, semiólogo y filósofo italiano Umberto Eco; autor, entre otros, del muy famoso libro de "El Nombre de la Rosa" (que dicho sea de paso he leído unas cuatro veces).
La primera vez que leí ese libro tenía unos 17 años y lo leí más por curiosidad que por otra cosa. Me lo había recomendado mi hermana y su entusiasmo picó mi curiosidad. No era yo en ese entonces (ni ahora, a decir verdad) un gran lector, ni siquiera un lector promedio. Honestamente no me interesaba la lectura. Pero ese libro marcó un antes y un después. Lo leí y al terminarlo lo volví a leer; despertó en mí un interés repentino por la edad media, por la vida de esos extraños personajes llamados monjes y por la Iglesia católica en general. La trama policiaca mezclada con esa enorme erudición que el autor despliega en cada página, hacen del libro un imán natural casi para cualquiera que abra sus páginas y pasee por ellas sus ojos... aunque solo sea al inicio por curiosidad.
En esa época mi análisis como lector no podía ir más allá de admirar la capacidad del autor para construir esa trama policiaca y detectivesca tan atractiva; Y su también enorme imaginación y talento para describir lugares, personajes, situaciones, que hacen al lector sentir por momentos que está casi al interior de la abadía presenciando los hechos en primera persona, quizá vestido con el rústico sayal del monje o con las humildes ropas de los servidores del "cillerero".
Con el pasar del tiempo mi juicio ha ido cambiando. Aún admiro la novela en lo que tiene de admirable, que es su trama, su erudición, su sabor a medioevo. Pero la diferencia es que ahora se que su trama esconde un duro prejuicio contra la edad media, en concreto contra el tribunal de la inquisición, que el autor presenta con los más oscuros colores que se pueda imaginar, hasta hacerlo parecer un tribunal de dementes adoradores de la sangre y el dolor ajeno. Ahora se también que esa erudición que me cautivó y que aún hoy "respeto" por lo que implica en el autor de disciplina formativa, no es otra cosa que una muy adornada defensa del nominalismo, sistema "filosófico" que proclama la muerte de los universales, y junto con ellos, la muerte de toda posibilidad de proclamar una verdad absoluta, en el ámbito que sea. Y ahora se también, finalmente, que por las dos razones antes mencionadas, la imagen del medioevo que Eco presenta en su célebre libro es una imagen distorsionada, malintencionada y mentirosa.
Con todo y lo anterior guardo un sincero agradecimiento al señor Umberto Eco, pues de su libro se valió la Providencia para depositar en mí ese interés juvenil por el medioevo y la Iglesia católica, que me llevó un tiempo después a mi conversión (era católico pero "de mentiras") y determinó en cierto grado lo que sería años adelante mi ocupación favorita: la difusión y defensa del pensamiento filosófico medieval, encarnado en santo Tomás de Aquino.
Dicen que Eco murió tan ateo como había vivido. No nos corresponde juzgar, ese juicio lo dejamos en manos de Dios.
Pero con el tiempo hemos llegado de la mano del hermano Tomás, de fray Tomás, a un profundo convencimiento, que expresamos en forma de jaculatoria:
Dicen que Eco murió tan ateo como había vivido. No nos corresponde juzgar, ese juicio lo dejamos en manos de Dios.
Pero con el tiempo hemos llegado de la mano del hermano Tomás, de fray Tomás, a un profundo convencimiento, que expresamos en forma de jaculatoria:
¡Gracias a Dios de la rosa nos queda siempre mucho más que un nombre desnudo!
Leonardo Rodríguez
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