Una de las cosas
más fascinantes de leer a santo Tomás de Aquino es ver la sencillez con la que
va esparciendo sabiduría en sus escritos, con naturalidad, sin alarde de
ciencia.
Tal y como hemos
hecho en otras ocasiones, también aquí comentaremos un poco el escrito tomista
que hemos compartido en la publicación anterior, el artículo primero de la
cuestión 167, de la "secunda secundae" de la Suma Teológica.
Primero
aclaremos un poco el modo en que se suele citar la Suma Teológica del aquinate.
La Suma se ha
dividido comúnmente en tres partes, parte primera, parte segunda y parte
tercera, obviamente ( en latín sería; prima pars, secunda pars y tertia pars)
Cada una de esas partes consta de cuestiones, y estas a su vez se dividen en
artículos. La confusión se presenta en lo relativo a la segunda parte, ya que
ha sido subdividida en dos. De tal manera que a la primera parte de esa segunda
parte se le llama "prima secundae", en latín, algo así como
"primera de la segunda", en español. Y a la segunda parte de esa
segunda parte, se le llama "secunda secundae", en latín, algo así
como "segunda de la segunda", en español. Por eso cuando se quiere
citar, por ejemplo, el artículo primero de la cuestión 167 de la "secunda
secundae", se representa así: IIa-IIae, q. 167 a. 1. Y aunque a primera
vista parece un poco enredado, la verdad es que se requiere solo frecuentar un
poco la obra del santo para familiarizarse con el sistema de citación.
Aclarado un poco
esto vamos al tema que aborda el santo en este interesante artículo
(recomendamos leer el artículo antes de leer este breve comentario, figura en
la publicación inmediatamente anterior).
__________
El artículo que
estamos comentando trata el tema de la curiosidad, y el santo se pregunta si en
lo relativo a los conocimientos intelectuales es posible caer en la curiosidad,
es decir, si ese vicio que se llama curiosidad, que es un desorden que afecta
el deseo de saber, puede darse en el ámbito de los conocimientos intelectuales.
En primer lugar
el santo explica un poco acerca de la estudiosidad, que es la virtud que regula
el deseo de saber, de aprender, de estudiar. Y dice que dicha virtud se refiere
propiamente al deseo de saber, a la inclinación misma hacia el conocimiento, y
no tanto al conocimiento como tal, es decir, al conocimiento en cuanto posesión
de una verdad, ya que esta posesión en cuanto tal es siempre algo bueno, puesto
que conocer la verdad es la perfección de la inteligencia.
Y dice el santo
que en cuanto al deseo mismo de conocer, sí se puede dar un desorden teniendo
en cuenta lo que se busca con dicho conocimiento o lo que provoca en nosotros
poseer un conocimiento cualquiera. Ya que el santo afirma que puede suceder que
alguien adquiera un conocimiento PARA obrar con él algo malo, para usar ese
conocimiento para algo malo. Y también puede suceder que A CAUSA de tener
determinado conocimiento, nos volvamos orgullosos, despreciando a los demás. En
ambos casos estamos ante un desorden del deseo de conocer, por lo tanto ante un
vicio. Recordemos que todo vicio es un desorden de lo natural.
En seguida pone
el santo una tremenda cita de san Agustín de Hipona, que dice así:
Sunt qui, desertis virtutibus, et nescientes quid sit Deus et quanta sit
maiestas semper eodem modo manentis naturae, magnum aliquid se agere putant si
universam istam corporis molem quam mundum nuncupamus, curiosissime
intentissimeque perquirant. Unde etiam tanta superbia gignitur ut in ipso
caelo, de quo saepe disputant, sibimet habitare videantur.
Hay quienes, abandonando la virtud y sin saber quién es Dios y cuán
grande es la majestad de la naturaleza inmutable, creen que hacen algo grande
cuando estudian esta masa universal de materia que llamamos mundo. De esto les
nace una soberbia tan grande que les hace creer que viven en el mismo cielo,
sobre el cual discuten con frecuencia.
Y digo que es
una cita tremenda porque podría aplicarse a muchos científicos modernos,
quienes enorgullecidos por sus estudios físicos, químicos o astronómicos, creen
estar haciendo algo de una importancia suprema, hasta, como dice el santo “creer
que viven en el mismo cielo, sobre el cual discuten con frecuencia”.
Se da en esos
casos, según el pensamiento de santo Tomás, un desorden del deseo de ciencia,
un desorden del deseo de conocimiento.
Luego el santo
expone rápidamente 4 formas específicas de desorden o vicio en el deseo de
conocimiento:
1) Cuando
alguien por dedicarse a conocer cierto tipo de cosas que excitaron su
curiosidad, descuida aprender aquellas cosas que son necesarias según sus
deberes de estado. Como sería el caso de un médico, por ejemplo, que abandonara
o fuera negligente en la ciencia de la medicina, para dirigir su interés hacia
otras cosas. Lo cual provocaría que su ejercicio como médico no fuera el más
adecuado, faltando con ello a sus deberes de estado.
2) Cuando alguien
busca aprender algo, pero preguntando a quien no debe. Como sería el caso de
alguien que, interesado en aumentar sus ganancias, en lugar de preguntar a
alguien experto en negocios, publicidad, etc., preguntara a un oscuro personaje
hábil para maniobras de adulteración de productos u otro tipo de fraudes.
3) Buscando el
conocimiento de las cosas de este mundo, sin dirigirse por medio de ellas hacia
el Creador.
4) Buscando
conocer cosas que estén por encima de las capacidades de cada uno.
Quisiera detenerme
un poco en el tercer modo en el que se puede dar un desorden en el deseo de
conocimiento, el que hace referencia al conocimiento sin una recta ordenación
del mismo hacia el conocimiento del Creador.
Dice allí el
santo que este desorden se da “quando homo appetit cognoscere veritatem circa
creaturas non referendo ad debitum finem, scilicet ad cognitionem Dei”, cuando
el hombre apetece conocer la verdad acerca de las criaturas sin dirigir dicho
conocimiento hacia su debido fin, es decir, el conocimiento de Dios.
Aquí está, creo
yo, la gran diferencia o una de las grandes diferencias entre la ciencia de los
antiguos y la de los modernos. El estudioso medieval veía el conocimiento de los seres del universo como
una oportunidad para profundizar en el conocimiento de Dios, las criaturas eran
escaleras para avanzar en la ciencia divina, en la cercanía con el Creador. En
la naturaleza de las criaturas veían, ante todo, un reflejo de la divina
sabiduría, un vestigio de la belleza de Dios y por tanto un llamado a dirigir
ese conocimiento hacia la fuente del ser de los seres, hacia la fuente de toda
realidad y de toda belleza: Dios.
El moderno, por
el contrario, a partir de la época de Francis Bacon, más o menos, concibe el
conocimiento como una herramienta de poder, primero de poder sobre la
naturaleza, para controlarla y usarla; pero también una herramienta de poder de
unos individuos contra otros y de unos pueblos contra otros. ‘Saber es poder’
es la consigna de la ciencia moderna, y hasta tal punto ha llevado esto a un
desorden en el conocimiento mismo, que muchos ‘científicos’ actuales se apoyan
en su pretendida ciencia para enfrentarse incluso al mismo Dios. Es la
inversión radical y la radical perversión del conocimiento humano.
Por eso el santo
trae aquí de nuevo unas palabras de Agustín:
“In consideratione creaturarum non est vana et peritura curiositas
exercenda, sed gradus ad immortalia et semper manentia faciendus”.
Al considerar las criaturas, no debemos poner una curiosidad vana y
perecedera, sino que debemos utilizarlas como medios para elevarnos al
conocimiento de las cosas inmortales.
Ojalá que
nuestros modernos científicos grabaran estas palabras del gran pensador de
Hipona sobre las puertas de entrada a sus laboratorios, otro sería el rostro
que nos presentaría la ciencia actual, un rostro más cercano a la búsqueda de
la sabiduría, y no uno marcado por la desnuda soberbia humana.
Leonardo
Rodríguez
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