Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 15, a 3
Objeciones
por las que parece que la ceguera de la mente y el embotamiento de los sentidos
no tienen su origen en los pecados carnales:
1.
Retractando San Agustín en el libro Retract. lo que había dicho en los
soliloquios: ¡Oh Dios, que quisiste que sólo los limpios supieran la verdad!,
afirma: Se puede responder que también otros muchos no limpios han sabido
muchas cosas verdaderas. Ahora bien, los hombres se vuelven inmundos sobre todo
por los vicios carnales. En consecuencia, la ceguera de la mente y el
embotamiento del sentido no son causados por los vicios carnales.
2. La
ceguera de la mente y el embotamiento del sentido son defectos que afectan a la
parte intelectiva del alma; los vicios de la carne, en cambio, afectan a la
corrupción de la carne. Pues bien, la carne no influye en el alma, sino más
bien a la inversa. Luego los vicios de la carne no causan ni la ceguera de la
mente ni el embotamiento del sentido.
3. Afecta
más lo que está cerca que lo que está lejos. Pues bien, los vicios espirituales
están más cerca de la mente que los carnales. Luego la ceguera de la mente y el
embotamiento de los sentidos son productos más de los vicios espirituales que
de los carnales.
Contra
esto: está la autoridad de San Gregorio, que en XXXI Moral, dice que el
embotamiento del sentido en la inteligencia tiene su origen en la gula; y la
ceguera de la mente, en la lujuria.
Respondo:
La perfección de la operación intelectual en el hombre consiste en la capacidad
de abstracción de las imágenes sensibles. Por eso, cuanto más libre estuviere
de esas imágenes el entendimiento humano, tanto mejor podría considerar lo inteligible
y ordenar lo sensible. Como afirmó Anaxágoras, es preciso que el entendimiento
esté separado y no mezclado para imperar en todo, y es asimismo conveniente que
el agente domine la materia para poderla mover. Resulta, sin embargo, evidente
que la satisfacción refuerza el interés hacia aquello que es gratificante, y
por esa razón afirma el Filósofo en X Ethic. que cada uno hace muy bien aquello
que le proporciona complacencia; lo enojoso, en cambio, o lo abandona o lo hace
con deficiencia.
Ahora bien, los vicios carnales, es decir, la gula y la
lujuria, consisten en los placeres del tacto, o sea, el de la comida y el del
deleite carnal, los más vehementes de los placeres corporales. De ahí que por
estos vicios se decida el hombre con resolución en favor de lo corporal, y, en
consecuencia, quede debilitada su operación en el plano intelectual. Este
fenómeno se da más en la lujuria que en la gula, por ser más fuerte el placer
venéreo que el del alimento. De ahí que de la lujuria se origine la ceguera de
la mente, que excluye casi de manera total el conocimiento de los bienes
espirituales; de la gula, en cambio, procede el embotamiento de los sentidos,
que hace al hombre torpe para captar las cosas. A la inversa, las virtudes
opuestas, es decir, la abstinencia y la castidad, disponen extraordinariamente
al hombre para que la labor intelectual sea perfecta. Por eso se dice en la
Escritura: A estos jóvenes —es decir, a los abstinentes y continentes— les dio
Dios sabiduría y entendimiento en todas las letras y ciencias (Dan 1,17).
A las
objeciones:
1. Aunque
hay quien, sometido a los vicios carnales, pueda a veces tratar sutilmente
cosas espirituales por la bondad de su ingenio natural o de un hábito
sobreañadido, sin embargo, las más de las veces, su intención se aleja
necesariamente de esa sutil contemplación por los placeres del cuerpo. Y así,
los impuros pueden saber algunas verdades; pero su impureza constituye para
ellos un serio obstáculo.
2. La carne
no influye en la parte intelectiva alterándola, sino impidiendo su operación en
la forma explicada.
3. Los
vicios carnales, cuanto más lejos están del espíritu, tanto más desvían su
atención hacia cosas ajenas; por eso impiden más la contemplación del alma.
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