(Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 3. Artículo 2)
Objeciones por las que parece que la confesión de fe no es necesaria para la salvación:
Objeciones por las que parece que la confesión de fe no es necesaria para la salvación:
1. Parece que es suficiente para salvarse lo que lleva al
fin de una virtud. Ahora bien, el fin propio de la fe es la unión de la mente
humana con la verdad divina, cosa que se puede lograr incluso sin la confesión
externa de la fe. Por lo tanto, la confesión externa de la fe no es necesaria
para la salvación.
2. Por la confesión externa de la fe patentiza el hombre
ante los demás la fe que él tiene. Pero esto es necesario solamente en aquéllos
cuyo cometido es instruir a otros en la fe. No parece, pues, que los sencillos
(menores) estén obligados a confesar su fe.
3. Además, no es necesario para la salvación lo que puede
redundar en escándalo y turbación de los demás, a tenor de las palabras del
Apóstol: "No deis escándalo ni a judíos, ni a griegos, ni a la Iglesia de
Dios" (1 Cor 10,32). Pues bien, la confesión externa de la fe provoca, a
veces, turbación en los gentiles. En consecuencia, la confesión externa de la
fe no es necesaria para la salvación.
Contra esto: están las palabras del Apóstol: Con el
corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa para la salvación
(Rom 10,10).
Respondo: Lo necesario para la salvación cae bajo
precepto de la ley divina. Pues bien, como la confesión de fe es algo
afirmativo, no puede menos de caer bajo un precepto afirmativo. De ahí que haya
que considerarla entre las cosas necesarias para la salvación, de la misma
manera que puede caer bajo precepto positivo de la ley divina. Ahora bien, los
preceptos positivos, hemos expuesto (1-2 q.71 a.5 ad 3; q.100 a.10), obligan
siempre, aunque no en todo momento. Es decir, obligan en su lugar, tiempo y
demás circunstancias que limitan el acto humano para ser virtuoso. En
consecuencia, para salvarse no es necesario confesar la fe ni siempre ni en
todo lugar, sino en lugares y tiempos determinados, es decir, cuando por
omisión de la fe se sustrajera el honor debido a Dios o la utilidad que se debe
prestar al prójimo; por ejemplo, si uno, interrogado sobre su fe, callase y de
ello se dedujera o que no tiene fe o que no es verdadera; o que otros, por su
silencio, se alejaran de ella. En casos como éstos la confesión de fe es
necesaria para la salvación.
A las objeciones:
1. El fin de la fe, como el de las demás virtudes, debe
ir orientado al de la caridad, que es amor a Dios y al prójimo. Por eso, cuando
lo pide el honor de Dios o la utilidad del prójimo, no debe contentarse el
hombre con unirse personalmente a la verdad divina con su fe; debe confesarla
exteriormente.
2. En caso de necesidad, cuando corre peligro la fe,
están todos obligados a predicarla, sea para información, sea para confirmación
de los fieles, sea para contener la audacia de los infieles. En otros casos, el
instruir en la fe no es tarea de todos los fieles.
3. Si la perturbación de los infieles es provocada por la
confesión de fe manifestada sin utilidad de ésta o de los fieles, no es
laudable semejante confesión de fe. De ahí las palabras del Señor: No deis a
los perros lo que es santo ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no
sea que, volviéndose, os despedacen (Mt 7,6). Pero si espera alguna utilidad,
debe el hombre confesar públicamente su fe, no importándole la turbación de los
infieles. Así respondió el Señor cuando le dijeron los discípulos que los
fariseos se habían escandalizado al oír sus palabras: Dejadlos: son ciegos que
guían a ciegos (Mt 15,14).
Tomás de Aquino.
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