El tema de la diferencia entre la imagen y la idea, o lo que viene a ser lo mismo pero con otras palabras: la diferencia entre conocimiento intelectual y conocimiento sensible; y por tanto la diferencia entre las dos esferas volitivas que respectivamente surgen de cada una de ellas, es un tema que hemos tratado en varias ocasiones anteriormente, también dedicamos a ello alguna que otra de nuestras pasadas "Perlitas" de filosofía. Es un tema central en psicología y en epistemología, y es la puerta de entrada pedagógica para temas tan importantes como, por ejemplo, la demostración de la espiritualidad e inmortalidad del alma humana.
No obstante lo abordaremos aquí desde otra perspectiva y como si dijéramos con otra intencionalidad: ¿Qué tipo de ser humano surge del predominio de la imagen sobre la idea?
Podemos decir de entrada que el predominio de la imagen inaugura el predominio de la sensibilidad, tanto en su vertiente cognoscitiva como en su vertiente volitiva: predominio del testimonio de los sentidos, de lo palpable. Tanto como predominio de la apetición sensitiva: emocionalidad, pasionalidad.
Naturalmente no tiene nada de malo el ejercicio de la esfera cognoscitiva sensible, de hecho es una tesis propia de la sana filosofía la afirmación según la cual el conocimiento nace en los sentidos y DESDE ALLÍ ASCIENDE hacia la esfera propiamente inteligible. Pero ha sido un error muy frecuente, una especie de constante en la historia del pensamiento, la caída en un empirismo radical, cerrado sobre el dato sensible e incapaz de elevarse más allá, con la consiguiente negación del nivel intelectual, por tanto de la metafísica propiamente dicha e inevitablemente de la teología natural. Los que por este camino han querido no obstante conservar alguna idea de Dios se han refugiado en algún tipo de fideísmo, sentimentalismo, etc.
Asimismo no hay que creer que sea de suyo malo el ejercicio de la esfera apetitiva sensible, el nivel de la emocionalidad o pasionalidad. No somos ángeles, espíritus puros, formas puras, substancias separadas, etc., sino que somos esencialmente compuestos hilemórficos: alma y cuerpo. Y ambos elementos nos componen de manera intrínseca y necesaria. No somos un alma pura cautiva en un cuerpo pecaminoso, eso es maniqueísmo y ha sido condenado por la iglesia como un error. Por el contrario, somos esta carne y estos huesos, tanto como alma espiritual e inmortal, y por tanto el ejercicio de las potencialidades que nos son naturales no acarrea de suyo ningún tipo de maldad intrínseca. En todo caso sería una maldad relativa al uso o finalidad, como un arma de fuego que puede usarse para defender a la patria o para cometer un crimen, misma arma, finalidades diversas.
De manera que al hablar aquí peyorativamente de que en el caso del predominio de la 'imagen' estamos en primer lugar ante el predominio de la sensibilidad, cognoscitiva y apetitiva, nos referimos a un predominio fuera del orden de las cosas: un predominio de la sensibilidad, cognoscitiva y apetitiva, fundamentalmente desordenada y tiránica.
Y lo vemos a diario. El hombre moderno se enorgullece de no creer sino en el testimonio de sus sentidos, de donde resultan afirmaciones como las siguientes:
- Si no lo veo, no lo creo.
- Nadie ha visto a Dios.
- Lo real es lo que ven mis ojos.
- ¡Muéstrame el alma y creeré en ella!
- etc.
Son estas afirmaciones un reflejo fiel de ese predominio desordenado de la imagen, del nivel sensible. Cuando dicho nivel se independiza, abandona su natural ordenamiento jerárquico respecto del nivel inteligible y se constituye en árbitro exclusivo de lo real, el hombre queda condenado a permanecer encerrado en la cárcel de su subjetividad, de sus sensaciones, de sus percepciones, sin poder jamás subir desde allí al universo de su inteligencia. Es una manera de renunciar a la racionalidad.
Una de las consecuencias de esta actitud es el relativismo moral, no hay ideas ni principios morales absolutos y universales (ante todo porque de entrada ni siquiera hay ideas, sino solo imágenes de la sensibilidad), todo lo que hay es individuos diversos unos de otros, dignos todos de igual consideración y por tanto dignas también de consideración todas sus preferencias, opiniones, gustos y caprichos. ¿Con qué derecho un individuo podría pretender imponer sobre otros sus sensaciones particulares?
Quizá para completar el cuadro del predominio de la imagen sobre la idea en el nivel cognoscitivo convendría analizar también ese predominio de las llamadas ciencias positivas o experimentales, que en la actualidad asombran al mundo con sus aplicaciones técnicas; con el respectivo descrédito de las humanidades, de la metafísica, de la teología, etc., vistas todas como simples entretenimientos ilusorios, reliquias de un pasado ya superado. Sin embargo ello nos llevaría excesivamente lejos y estaríamos provocando la paciencia del amable lector. En otra ocasión quizá acometamos esa tarea.
¿Y en la esfera apetitiva? en la esfera apetitiva también el predominio de la imagen sobre la idea acarrea consecuencias notables para el individuo y para las sociedades: es el hedonismo, en todas sus vertientes y presentaciones.
Una personalidad humana en cuya esfera apetitiva predomina la imagen sobre la idea es fundamentalmente una personalidad atada a la fugacidad del momento presente, esclava de las sensaciones inmediatas, del placer corporal, del aquí y el ahora, de la satisfacción irrestricta de toda exigencia hedonista de su naturaleza, etc. Nada tiene de raro que ello produzca personalidades pueriles, infantilizadas, que jamás maduran, caprichosas, egoístas, tiránicas, viciosas, débiles, inestables, problemáticas, candidatas a visitar con frecuencia los consultorios de psicólogos y psiquiatras.
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Resulta interesante pensar que los medievales se empeñaban en establecer con gran cuidado y precisión no solo la diferencia entre la esfera de la imagen y la esfera de la idea, sino en establecer con igual precisión la necesaria armonía jerárquica que debe darse entre ellas. Un seguro instinto les decía con claridad que de ello dependían grandes cosas, y con esa certeza en sus gigantes inteligencias se daban a la tarea de alumbrar el mundo con su sabiduría.
Sepamos beber en la solo aparente "confusión abstracta" de sus enseñanzas, los principios que deben regir hasta los detalles más concretos de nuestra moderna existencia, ellos escribieron hace mil años, pero escribieron pensando en la eternidad, y por eso a sus escritos y a sus principios no los corroe el gusano del tiempo.
¿Imagen o idea?
Leonardo Rodríguez
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