Los Presocráticos, los primeros filósofos de la historia,
distinguieron ya dos tipos de conocimiento: el sensible y el intelectual. El
primero lo obtenemos mediante los sentidos, el segundo mediante la
inteligencia. Los sentidos captan las apariencias externas, las cualidades que,
por decirlo así, revisten a los cuerpos, pero no pueden «leer dentro» de ellos,
no pueden conocer lo que realmente son. La inteligencia sería aquella facultad
gracias a la cual podemos saber qué son las cosas, cuál es su esencia, su
entidad. En cierto sentido sería como los rayos equis, que atraviesan la superficie
y nos muestran lo que hay en el interior.
La inteligencia tiene dos propiedades que la caracterizan
y que la distinguen del conocimiento sensible:
a) El conocimiento
intelectual es abstracto, no concreto. Esto quiere decir que no conoce esta
o aquella realidad, esta o aquella persona, sino que conoce qué son las cosas,
de modo que lo propio de una de ellas, vale también para todas las semejantes.
Por ejemplo, tanto apaga el fuego el agua del cubo como el agua del estanque;
no es esta agua concreta la que tiene esa propiedad sino «el» agua, toda agua,
si es que realmente es agua.
Por eso es imposible «imaginar» el contenido de una idea.
Si lo intentamos, lo concretamos, y entonces perdemos lo peculiar de ellas: su
contenido abstracto. Como los animales no poseen inteligencia, no son capaces
de resolver cantidad de problemas que para nosotros son elementales.
Aristóteles lo explicaba así: «la técnica comienza cuando
de una gran suma de nociones experimentales se desprende un solo juicio
universal que se aplica a todos los casos semejantes».
b) La segunda
propiedad de la inteligencia se deriva de la anterior: es la universalidad de
su objeto. Dicho de otro modo: la inteligencia, al menos potencialmente,
puede conocerlo todo, no tiene límites.
La razón es la siguiente: si puede conocer qué son las
cosas, cuáles son sus propiedades esenciales, es porque no está limitada a lo
físico o a lo coloreado (como la vista), o a lo oloroso (como el olfato), etc.
Captar lo abstracto es conocer lo común a muchas cosas, lo universal, lo que
vale para todo lo real. Pero lo más universal es el ser, la existencia; lo que
las cosas requieren para ser es la existencia.
Luego la inteligencia es capaz de conocer el ser en toda
su extensión. O en otros términos: las cosas son visibles porque son
coloreadas, pero son inteligibles simplemente porque son, porque existen.
(Tomado de "¿Por qué pensar si no es obligatorio?")
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