Por esta vía de conocimiento que partiendo de los
conceptos continúa con los juicios y acaba en el razonamiento, se llega a
conocer qué es lo real. ¿En qué consiste dicho conocimiento? Conocer la forma
sustancial, lo propio y específico de un tipo de seres, no siempre es posible.
Por ejemplo: ¿en qué se diferencia, al margen de sus accidentes, un canario de
un jilguero? No lo sabemos. Pero al menos desde Aristóteles, se dice que la
ciencia es un conocimiento por causas. El conocimiento causal es un
conocimiento necesario pues, puesta la causa, se sigue necesariamente el
efecto. Las causas se dan en concausalidad; por ejemplo, el hilemorfismo es la
conjunción de la causa material y la causa formal; la naturaleza añade al
compuesto hilemórfico la causa eficiente, etc.
A través de los conceptos, del juicio y del raciocinio,
es posible conocer las causas; este tipo de conocimiento no se logra, en
cambio, mediante las ideas generales. Saber el porqué de algo es saber su razón
de ser, su sentido.
a) Ya en el concepto vemos que el abstracto puede ser
predicado de muchos: un conjunto de formalidades, cualidades, o como quiera
llamársele, son propias y características de determinadas realidades. Este
hecho nos permite descubrir dos causas: la causa material y la causa formal. En
efecto, cada formalidad está, en la realidad materializada. Esto significa que
materia y forma son distintas, es decir, que la sustancia material es hilemórfica.
Universal significaba «uno en muchos»; lo común es la forma; lo diverso es la
materia. Así, aunque todos los hombres sean hombres, cada uno es distinto: las
propiedades comunes se asientan en una materia distinta en cada caso.
Es importante no perder de vista que materia y forma no
son sustancias ni seres, sino causas en concausalidad. No es que una cosa
llamada materia esté revestida de determinadas propiedades. Las propiedades no
son como un vestido que se pone y se quita, como algo superficial y accidental.
Se trata, por el contrario, de que lo real es así o de tal otro modo. Las
causas no son seres sino principios de lo real.
Concretamente la materia es aquello «de lo que» la forma
es forma, aquello que está plasmado con determinadas cualidades.
Es evidente que las formas pensadas no son formas reales.
La forma real es activa mientras que la pensada no. Por ejemplo, el fuego
pensado no quema, no actúa (ya se dijo que para conocer una piedra no hace
falta metérsela materialmente en el ojo o en la cabeza). Pues bien: la forma real
es, por decirlo así, forma materializada, forma «en» la materia.
b) Un paso más es el conocimiento de la causalidad
eficiente. Esta causalidad se manifiesta, por ejemplo, en el movimiento.
Una característica de las formas pensadas es que, como
decía Platón, son eternas, inmutables, únicas... La idea de hombre, por
ejemplo, es siempre la misma, incluso aunque algún día desaparecieran todos los
hombres de la faz de la tierra. En este sentido es eterna o intemporal.
Además dicha idea es fija, inmutable, mientras que los
hombres reales cambiamos continuamente: nacemos, crecemos, aprendemos,
actuamos, etc. Esto quiere decir que la forma en cuanto pensada ha perdido su
capacidad de actuar: está como plasmada o fijada por el pensamiento.
Pero si al predicar propiedades de un sujeto, aquellas
cambian, no cabe duda de que el sujeto es activo, posee actividad. Dicho de
otro modo: la sustancia hilemórfica no es estable sino que está continuamente
sufriendo trans-formaciones. Por tanto la actividad, la eficiencia es una causa
del ser real. El conjunto de estas tres causalidades (material, eficiente y
formal) es lo que llamamos «naturaleza» de un ser, por eso se dice que la
naturaleza es un principio intrínseco de movimiento en los seres naturales. La
actividad no es algo añadido a la naturaleza sino que forma parte de su ser:
ser real es ser activo.
Respecto de la causa eficiente la materia es aquello «en
lo que» algo se hace, aquello en lo que actúa la causa eficiente. Materia,
forma y eficiencia no son cosas añadidas a la realidad sino la realidad misma
siendo.
c) Por último, descubrimos también la finalidad, la causa
final. De entrada es bueno caer en la cuenta de que la causa final no puede
conocerse mediante ideas generales; esto es muy importante pues la ciencia
experimental suele negar su existencia. Más bien habría que decir que la
ciencia no puede afirmarla ni negarla porque, sencillamente, no la capta.
Pero la finalidad aparece en el movimiento. Así como ningún
movimiento es amorfo —sería entonces como una fuerza ciega sin dirección ni
sentido, como un latigazo dado con los ojos cerrados—, tampoco carece de
finalidad. Un movimiento sin sentido, sin finalidad, sería pura destrucción, no
constituiría ninguna sustancia. Precisamente porque la sustancia no es fija,
sino que está en cambio continuo, hay que decir que el movimiento tiene un fin,
un sentido. Un ser vivo, por ejemplo, está siempre activo, incluso aunque esté
dormido: no deja de respirar, el corazón sigue latiendo, etc. Y los procesos
físicos y químicos del universo no se detienen nunca.
En el caso de los seres inertes los movimientos son
transitivos, es decir, no logran nunca su fin, no lo poseen; por eso no alcanzan
nunca un estado fijo, determinado (la naturaleza está siempre cambiando,
transformándose). El fin del universo no es la posesión de una determinada
perfección sino el orden entre todas sus partes, la armonía, la regularidad; su
logos, su racionalidad, no puede captarse más que mediante el orden global, su
equilibrio ecológico, que es dinámico. Dicho de otro modo: todo el cosmos forma
una unidad, una armonía, gracias al orden que reina en él. Por eso se dice que
el orden es el fin del universo.
En el caso de los seres vivos no es así: los seres vivos
están en función de la especie porque su actividad más alta es la reproducción.
La especie, a su vez, está en función del orden de la naturaleza, pero cada ser
vivo solo lo está a través de su especie, es decir, de un modo mediato.
El hombre, en cuanto que es persona, no es un ser más de
la naturaleza, pues su cuerpo no forma parte de ella sino de la esencia humana.
Por eso no está en función de esta (orden) ni en función de la especie. Su fin
está más allá de la naturaleza y del universo. Por eso puede decirse que el
hombre es un fin en sí mismo porque es persona, porque no está en función de
otros sino que, directamente, está llamado a la trascendencia, o sea, a Dios.
Ya hemos visto, pues, las cuatro causas. El conjunto de
todas ellas es el universo. Podemos distinguir, por tanto, entre la sustancia
(causalidad materia-forma), la naturaleza (tricausalidad materia-forma-eficiencia)
y el universo (tetracausalidad materia-forma-eficiencia-fin).
El examen racional de la realidad física nos lleva por
caminos distintos del conocimiento mediante las ideas generales. Estas llegan a
regularidades, a leyes por ejemplo; la ley de la gravedad es una explicación de
un hecho, no de la constitución interna de las cosas. El conocimiento racional,
en cambio, nos manifiesta las causas, los principios que constituyen la
realidad. Las dos vías de conocimiento son distintas y no deben confundirse
entre sí, aunque, naturalmente, no se oponen. Es importante tener esto en
cuenta porque, mientras la ciencia usa la generalización, la filosofía usa de la
razón. Mediante métodos diferentes se llega a ciencias distintas; lo que
estudia una, no lo estudia la otra. Son campos distintos, pero todos ellos
referidos a lo real.
Las ideas generales podían atribuirse a lo real solo como
casos, como hechos (las variables de una fórmula admiten muchos valores porque
no se refieren a ninguno en particular). Los conceptos racionales sí versan
sobre la realidad. La materia, por ejemplo, no es un caso o un hecho que le ocurra
a lo real, sino que forma parte de su ser.
(Tomado de "¿Por qué pensar si no es obligatorio?")
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