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viernes, 30 de diciembre de 2016

Los actos de la voluntad (Jesús García López)


Aclarada de un modo general la noción de voluntario, debemos pasar ahora a considerar los distintos actos de la voluntad, pues en el orden racional de los mismos consiste la moralidad. Los actos de la voluntad tienen siempre por objeto al bien, pues el mal en sí mismo nunca es querido. Pero el bien se divide adecuadamente en fin (bien honesto y bien deleitable) y medios (bien útil). Luego de los actos de la voluntad, unos tendrán por objeto al fin y otros a los medios.

Pues bien, los actos de la voluntad que tienen por objeto al fin son tres: la simple volición, la intención y la fruición. La simple volición se refiere al fin en sí mismo, independientemente de su presencia o de su ausencia; la intención tiende al fin en tanto que ausente, y la fruición se adhiere al fin en tanto que poseído o presente. Veamos más despacio cada uno de ellos.

a) La simple volición Ante todo digamos que se la llama así porque es el acto primero y por consiguiente más simple de la voluntad. Con la palabra volición se designa cualquier acto de la voluntad, como con la palabra intelección, cualquier acto del intelecto; pero cuando se trata del acto primero de la voluntad, al que no precede ningún otro en su mismo orden, es decir, dentro del orden de lo voluntario, y que por consiguiente carece de toda complejidad, parece perfectamente fundado que se le llame simple volición.

El objeto de la simple volición es el fin en sí mismo y en tanto que tal. Porque los medios no pueden ser queridos más que en orden al fin, y, por consiguiente, son secundariamente queridos. Pero la simple volición es el acto primero de la voluntad. Por lo demás, la simple volición también tiene sus causas (no dentro del orden de lo voluntario, pero sí fuera de ese orden), pues la voluntad humana no es una causa incausada.

Esas causas son de dos tipos: unas que mueven en el orden de la especificación y otras que lo hacen en el orden del ejercicio. En el orden de la especificación, la simple volición es causada por el entendimiento, que es el que presenta a la voluntad el bien y el fin, y también por el apetito sensitivo en tanto que presentado asimismo por el entendimiento. En el orden del ejercicio la simple volición es causada, de manera no enteramente eficaz, por el apetito sensitivo en cuanto refluye en la voluntad por el hecho de estar radicado en el mismo sujeto que ella, y de manera eficaz, pero respetando la libertad, por la moción de Dios, que es la causa primera incausada de cualquier causa segunda.

b) La fruición Proviene de la palabra latina fruitio, que a su vez deriva de fructus. Por eso, así como el fruto es lo último y lo más perfecto o completo en una actividad, así también la fruición es lo último y lo más completo en los actos de la voluntad. La fruición, como ya hemos dicho, se refiere al fin, no a los medios, y en tanto que está presente o es poseído. Comporta esencialmente el descanso y la complacencia en el fin. La fruición puede ser perfecta e imperfecta, y esto en un triple aspecto: — En relación con el sujeto. — En relación con el objeto. — En referencia al modo de posesión.

Así, en el primer aspecto, el descanso y complacencia del apetito intelectual es la fruición perfecta, mientras que el descanso y complacencia del apetito sensitivo es la fruición imperfecta, como también es imperfecto lo voluntario que se funda en el conocimiento sensitivo del fin. En relación con el objeto, es perfecta la fruición que se refiere al último fin absoluto (felicidad), mientras que es imperfecta la que se refiere a un fin último relativo o en un determinado orden.

Finalmente, por respecto al modo de alcanzar el fin, es perfecta la fruición que entraña una posesión real y acabada del fin, mientras que es imperfecta la que sólo comporta una posesión intencional o en esperanza fundada.

c) La intención El nombre de intención procede de la palabra latina intentio, y ésta, a su vez, de in y tendere. Por una parte, pues, significa tendencia o impulso, y, por otra, cierta distancia y relación entre el principio del impulso y el término de él. La intención se aplica en primer lugar al orden psicológico, y de manera traslaticia al orden metafísico. Dentro del orden psicológico, la intención se aplica más propiamente al orden apetitivo que al cognoscitivo. De todos modos, es frecuente en el lenguaje de Santo Tomás, llamar intención al acto del entendimiento y también al objeto de dicho acto.

Pero aquí tomamos la intención en su sentido más propio y entonces designa el acto de la voluntad que tiene por objeto al fin en tanto que ausente, pero también en tanto que alcanzable por tales o tales medios. Como quiera que la intención entraña un impulso de la voluntad, pero también una dirección al fin a través de los medios, por eso es un acto de la voluntad y del entendimiento a la vez; de la voluntad, de manera principal y ejecutiva, y del entendimiento (y precisamente del entendimiento práctico), de manera pre-supositiva y directiva. Por lo demás, la intención no es solamente del fin último, sino también de los fines intermedios.

En efecto, la intención entraña una distancia entre los medios y el fin, y en esa distancia se intercalan de hecho los fines intermedios. Esto, no obstante, la intención del fin último es más perfecta, pues entraña un mayor impulso y un orden mayor de los medios al fin.

d) El consejo y el consentimiento Después de haber considerado los actos de la voluntad que tienen por objeto al fin, pasamos a la consideración de aquellos otros que tienen por objeto a los medios. Estos son tres: el consentimiento, la elección y el uso activo, a los cuales hay que añadir el consejo y el imperio, que, aunque son actos del entendimiento, están en íntima relación con los actos correspondientes de la voluntad.

De la intención del fin hay que pasar a la elección de los medios y a la ulterior ejecución de los mismos; mas para ello es preciso llevar a cabo antes el consejo y el consentimiento. El consejo (del latín consilium, y éste de consulo, pensar, deliberar) es un acto del entendimiento en orden a la voluntad. Concretamente se trata de una cierta deliberación o inquisición llevada a cabo por la razón práctica acerca de los medios más aptos para conseguir el fin intentado. El consejo, propiamente hablando, no entraña solamente la deliberación o inquisición, sino también la sentencia o conclusión de dicha deliberación. Y versa sobre los medios que son hacederos o practicables por el sujeto que delibera; no sobre los que están fuera de su alcance o son imposibles para él. Además, se refiere principalmente a los asuntos importantes y poco frecuentes; no a los de poca monta y muy trillados.

La facultad que lleva a cabo esa deliberación y esa sentencia es el entendimiento humano, pero no en cuanto intuitivo, sino en cuanto discursivo, y no en cuanto especulativo, sino en cuanto práctico. Tras del consejo viene el consentimiento. Consentir (del latín cum-sentire) significa adherirse a lo que otro siente o sentencia.

Así, el consentimiento es el acto de la voluntad por el que ésta se adhiere a lo propuesto o sentenciado por la razón práctica mediante el acto del consejo. Es acto propio de la voluntad que presupone, empero, un acto del entendimiento. Por lo demás, el consentimiento, lo mismo que el consejo, versa sobre los medios, nunca sobre el fin como tal, y sobre los medios agibles o posibles para el que consiente. Pero con esta particularidad: que versa sobre la bondad positiva y absoluta de los medios propuestos por el consejo; no sobre la mayor o menor conveniencia o utilidad de cada uno de ellos. En esto precisamente se distingue el consentimiento de la elección, de la que nos ocuparemos luego.

La elección se refiere a los medios comparativamente considerados, a su mayor o menor utilidad, mientras que el consentimiento se refiere a los medios absolutamente tomados, a la bondad que cada uno tiene en sí. Por eso se necesitan también dos tipos de consejo: uno absoluto, que valora lo bueno que cada medio tiene de suyo con respecto al fin, y que termina con el consentimiento, y otro comparativo, que valora la mayor o menor conveniencia de cada medio respecto de los otros y con vistas también al fin, y que termina en la elección.

e) La elección Viene del latín eligere y éste de e y legere (coger de entre varios, escoger). Significa, pues, el acto de preferir a uno entre varios, y concretamente el acto de escoger uno de los varios medios que se presentan como aptos para alcanzar un fin. Esencialmente es un acto de la voluntad, pero presupone otro acto del entendimiento.

El acto del entendimiento, o mejor, de la razón práctica, que aquí se presupone es el consejo comparativo: la discreción o discernimiento en que aparece un medio como mejor o más apto que los otros medios, que también se consideran, para alcanzar el fin intentado. Pero la elección es algo más que esta mera comparación de los medios, pues entraña la aceptación del medio que se considera mejor aquí y ahora, atendidas todas las circunstancias; y como ese medio (lo mismo que cualquier otro) es un bien, y el bien es objeto de la voluntad, el acto de adherirse a él es un acto de la voluntad; la elección es un acto de la voluntad. Por lo demás, en la elección es donde radica propiamente la libertad psicológica o el libre albedrío humano.

Casi no es necesario repetir aquí la misma idea apuntada respecto del consejo y del consentimiento, es decir, que el objeto de la elección son los medios en cuanto tales y nunca el fin en cuanto fin. Si alguna vez un fin fuera objeto de elección, ya no se consideraría como fin, sino como medio en orden a otro fin ulterior.

f) El imperio y el uso activo La elección consiste en la aceptación del último juicio práctico del entendimiento en el que termina el consejo comparativo; pero esto es todavía insuficiente para la acción: el medio elegido tiene aún que ser ejecutado. Esta ejecución o es realizada por la voluntad misma o por cualquier otra facultad humana movida por la voluntad. 

Al acto de la voluntad que ejecuta o que mueve a la ejecución se le llama uso activo, y al movimiento de las otras facultades impulsadas por la voluntad, uso pasivo. Aquí vamos a considerar solamente el uso activo. Pues bien, éste requiere otro acto del entendimiento que se llama imperio (del latín in y parare, disponer u ordenar eficazmente, imponer orden). El imperio no se debe confundir con el consejo comparativo ni con el último juicio práctico en que éste termina; porque ese consejo y ese juicio práctico presentan el medio elegido como aceptable y preferible, pero el imperio lo presenta como aplicable y ejecutable. 

Entre la elección y la ejecución media un intervalo que puede ser largo, y con frecuencia surgen dificultades nuevas que es preciso afrontar. El imperio interviene aquí para mantener firme la resolución tomada y salir al paso de los nuevos obstáculos.

El imperio es un acto de la razón que presupone otro acto de la voluntad. Porque el imperio entraña dos cosas: una ordenación o dirección y un impulso; lo primero corresponde al entendimiento, y lo segundo, a la voluntad. Sin embargo, lo que constituye esencialmente el imperio es la dirección de la razón; el impulso es algo anterior y presupuesto. El imperio es obra de la razón práctica, y no en su uso inmediato y como intuitivo, que es la sindéresis o hábito de los primeros principios prácticos, sino en su uso mediato y discursivo. En realidad, el imperio es el juicio práctico que termina o concluye un razonamiento práctico más o menos largo.

El uso activo de la voluntad consiste en la aplicación efectiva o ejecución del medio elegido e imperado en orden a la consecución del fin que se intenta. La palabra uso parece provenir de la griega chresis (uso), y ésta de cheir (mano). La mano, en efecto, es como el instrumento de todos los instrumentos y la que ejecuta casi todas nuestras acciones externas. De aquí viene el sentido primario del uso, que luego se aplica a las facultades internas y especialmente a la voluntad que mueve, en el orden del ejercicio, a todas las facultades humanas, tanto internas como externas.

El uso activo es la actividad humana en su sentido más propio y pleno; es la verdadera praxis humana. Porque los actos de nuestra voluntad que tienen por objeto al fin como fin nos vienen impuestos por la naturaleza más que puestos por nosotros, y por eso pertenecen a la voluntad considerada como naturaleza; mientras que los actos que tienen por objeto a los medios como medios están más en nuestro poder y pertenecen a la voluntad como libre.

Y de estos actos, el consentimiento se ordena a la elección, y la elección, al uso activo. En éste, pues, es donde culmina el acto humano en cuanto humano o propio del hombre, es decir, en cuanto el hombre es dueño de sí como agente libre. Por lo demás, al uso activo de la voluntad corresponde el uso pasivo de las demás potencias humanas, bien internas, como el entendimiento, los sentidos internos y el apetito sensitivo, bien externas, como los sentidos externos y la facultad locomotiva.


Todas estas facultades reciben el impulso de la voluntad, al que obedecen, y participan así de la voluntariedad del acto voluntario propiamente dicho. Es decir, que los actos de dichas potencias llegan a ser voluntarios por participación; y esto es lo que permite dividir los actos voluntarios en elícitos (realizados por la misma voluntad) e imperados (realizados por las otras facultades bajo el influjo de la voluntad).


(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")

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