Hace algunas semanas comentábamos acerca de una palabra que había sido escogida como la más representativa del agonizante 2016: pos-verdad. Decíamos allí que la era de la pos-verdad había llegado y que ello significaba, más o menos, que hoy en día ya la verdad no interesaba sino ante todo el éxito concreto, práctico e inmediato. Todo aquello que sirva a lograr el éxito es valorado, sin importar su categoría moral o epistémica. Es decir, sin importar si es bueno, malo, verdadero o falso.
Es la era de la pos-verdad, donde ya no se pregunta si una determinada postura es verdadera o no, sino si está de moda, si gusta, si la comparte algún artista famoso, si la respaldan los medios, si es 'bien vista' por la sociedad, etc., todo menos si es verdad. La verdad ya no interesa.
Pero al parecer no estamos solo ante la era de la pos-verdad, sino que además todo parece indicar que ha llegado también, y nadamos ya en ella, la era del pos-amor.
Es la muerte de las relaciones significativas y profundas entre las personas, entre los padres y sus hijos, entre amigos y entre el hombre y la mujer en el camino al matrimonio o ya allí. Los lazos de unión entre las nuevas generaciones y sus progenitores se debilitan cada vez más, la autonomía que las nuevas generaciones reclaman cada vez a más temprana edad se ha convertido en una epidemia que amenaza con poblar las sociedades de seres 'a medio hacer', seres incompletos que han querido madurar pronto y han permanecido, en justo castigo, aún muy verdes por dentro, demasiado verdes como para afrontar con alguna posibilidad de éxito las complejidades del mundo real, más allá de las pantallas electrónicas. De alguna manera lo que está sucediendo es que los jóvenes cada día tienden a sentirse más desconectados de sus padres, con la consiguiente ruptura de vínculos afectivos, superficialidad en las relaciones mutuas e imposibilidad de una influencia rectora de padres sobre hijos, con ejercicio amoroso y paciente de su autoridad natural.
Las relaciones entre amigos también se debilitan. Pareciera que no, pero en las grandes ciudades, sobre todo, las relaciones se hacen volátiles, apenas profundas, limitadas a algunos breves contactos de fin de semana, que por su propia naturaleza no son aptos para propiciar el intercambio que la amistad verdadera reclama. Hay excepciones, pero el ambiente presiona con fuerza en ese sentido y la posibilidad de establecer relaciones amistosas significativas, en medio del fragor del mundo laboral citadino, cada vez es más remota. La carrera alocada por alcanzar el éxito laboral (único que parece importar a muchos hoy) absorbe de tal forma a la persona, que casi no le queda ya calor humano para edificar amistades del corazón.
Y ni qué decir de las relaciones hombre-mujer, quizá son las más golpeadas actualmente. La ideología de género presiona fuertemente para hacer estallar en pedazos el modo multisecular de entender la identidad sexual humana, modo que por demás cuenta con el apoyo de la biología misma, de la moral y de la historia. Se busca que la relación hombre-mujer llegue a ser casi que la excepción, estableciendo así la 'normalidad' del bisexualismo y de el cada vez más amplio espectro de 'opciones' que se enlistan en algún punto de la sigla que comienza con 'LGBT... etc'.
A ellos hay que sumarle la epidemia de divorcios, rupturas por diversos motivos (infidelidad, o el modernísimo 'incompatibilidad de caracteres') o el auge que la mera convivencia 'marital', sin vínculo religioso formal, tiene hoy. Los jóvenes se decantan decididamente por convivir con sus 'parejas', sin vínculos, en 'libertad' de irse ante la primera dificultad. Con ello obtienen una cierta satisfacción pasajera por medio de la ilusión de la libertad, pero a cambio el precio que pagan es el de quizá no conocer jamás lo que es el amor.
Y podríamos seguir señalando síntomas que hoy apuntan hacia ese pos-amor que mencionamos al inicio, pero eso lo puede hacer el amable lector mirando a su alrededor y aplicando su propia capacidad de análisis.
Tenemos entonces que nuestra era se ufana de ser una época de pos-verdad, y sin darse cuenta ha caído también en el pos-amor; y a juzgar por la fealdad de eso que llaman 'arte' moderno, habría que decir que también ha llegado la era de la pos-belleza.
Los tres trascendentales de la edad media, verdad, bondad y belleza, están desapareciendo ante nuestros ojos. ¿Qué saldrá de ello? mucho me temo que lo que saldrá será una oscura caricatura del infierno. Es paradójico que el hombre moderno, que lleva tres siglos buscando construirse un paraíso terrestre, está en realidad a punto de construir una mala copia del infierno.
Solución: defender los trascendentales, amar la verdad, buscar el bien y admirar la belleza. Ninguno de los cuales es relativo.
Leonardo Rodríguez
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