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lunes, 3 de abril de 2017

¿Interesarse en la política?

La mayoría de nuestros países se rigen, más o menos, por un régimen democrático, es decir, por un modo de organización política donde supuestamente es el pueblo el que gobierna por medio de representantes que elige en votaciones abiertas a todos los ciudadanos mayores de edad. Según esto, a nivel teórico, se trata del "mejor gobierno posible" ya que el "poder" es realmente del pueblo, y los políticos son solo sus "representantes". Además se cuenta con una constitución en donde están consignados los principios rectores del ordenamiento político-jurídico de la sociedad, de manera que cobije a todos, garantice derechos a todos y limite al gobierno eliminando la posibilidad de toda dictadura. En realidad "el mejor gobierno imaginable"...

Los demócratas entonces reclaman para su sistema una superioridad moral que les parece innegable. Su sistema sería no solo el mejor sino el único digno del ser humano racional, el único que garantizaría igualdad de derechos y limitación a los gobernantes. El poder sería del "pueblo" y los políticos serían sus empleados, limitados en todo momento por una constitución que sería algo así como la espina dorsal de la nación, la garantía máxima del orden, la libertad y la igualdad.

Al lado de semejante sistema tan celestial y sublime, otros como la aristocracia (gobierno de unos pocos con cualidades notables para el cargo) y la monarquía (gobierno de uno solo, un rey, hecho tal por herencia o por aclamación de su pueblo), serían en todas las circunstancias profundamente inmorales, irracionales y perversos.

Hasta ahí la teoría que canta el demócrata y con la cual seduce a todos.

Pero solo hasta ahí...

Porque para un católico la democracia presenta algunos vicios que la hacen difícil de "digerir". Por de pronto y para no alargarnos demasiado digamos que la democracia presenta un vicio estructural y otro funcional. Veamos.

A nivel de su estructura hay que recordar que la democracia moderna, es decir, esa que gana terreno a partir de la Revolución francesa, se alimenta de los postulados liberales de dicha revolución, y en cuanto tal se aleja de la doctrina católica sobre la política y el poder. En particular son problemáticos los siguientes postulados liberales: 

1) El origen del poder y de toda autoridad está en el pueblo. Es la teoría del pueblo soberano, del contrato social de Rousseau.

2) Su concepción sobre la libertad humana, una libertad concebida como autonomía absoluta, creadora de valores, del bien y del mal.

3) Separación moral-política. Es el maquiavelismo, el ejercicio de la política sería independiente de la moral, y en particular de la moral católica por supuesto.

4) Su principio de que toda ley toma su fuerza del acuerdo de las voluntades humanas. Es la teoría de la voluntad general, fuerza independiente creadora de leyes.

El primer postulado es inaceptable para un católico porque la autoridad viene de Dios, no del mero hombre, aunque se junten muchos. La única forma de que la autoridad cuente con la majestad necesaria para ser obedecida es derivarla de Dios como fuente primera. También es esta la única manera de recordarle al gobernante que si cae en la tiranía tiene sobre él un poder superior de quien ha recibido su autoridad y a quien ha de dar cuentas de su ejercicio.

El segundo postulado es inaceptable para un católico porque la libertad humana no es creadora de valores ni de lo bueno y lo malo. Es una facultad resultante de nuestra naturaleza intelectual, que nos permite dirigir nuestra conducta de forma tal que alcancemos responsablemente el fin de nuestra naturaleza. Pero dicho fin no lo elegimos, nos viene dado por el Hacedor de nuestra naturaleza, y aunque podemos apartarnos de él y equivocarnos de fin vital, ello solo sucederá en detrimento de nuestra propia felicidad. La libertad humana entendida como creadora del orden moral (lo bueno y lo malo), es quizá uno de los mayores desvaríos de la modernidad.

El tercer postulado es inaceptable para un católico porque la politica, como actividad humana, no está separada de la moral, ni mucho menos por encima de ella. La moral, en cuanto ciencia que rige los actos humanos en su ordenación al fin de la naturaleza del hombre, debe estar presente en toda actividad humana para garantizar que la conducta del hombre esté siempre acorde con su naturaleza y su fin propio. Del divorcio liberal entre moral y política nacen los despotismos del gobierno, así como también el libertinaje del pueblo, autorizado por leyes inmorales.

Y finalmente el cuarto postulado es inaceptable para un católico porque la ley humana, para tener fuerza de ley, debe estar en consonancia con la ley natural y en últimas con la Ley eterna presente en la mente del Creador. Si una ley humana ignora o anula un principio de ley natural no es ley y por tanto no debe ser obedecida, no tiene fuerza de ley, aunque un gobierno mediante la coacción y la amenaza de penas pueda hacerla obedecer a lo menos externamente.


Muchas otras cosas se podrían decir sobre la incompatibilidad entre la estructura teórica que subyace al sistema democrático, que lo hacen problemático (por decir lo menos), para un católico. Por ahora basta con lo dicho. 

¿Y qué decir de los vicios funcionales de la democracia?

A nivel funcional, operativo, que es el más evidente para todos, el vicio de la democracia es aún más desastroso. Su devoción por el "sagrado" voto parece ignorar el hecho de que los procesos electorales son muy, pero muy fácilmente manipulables en infinidad de formas:

1) Pueden las élites oligárquicas en el poder manipular los resultados para que "gane" el perdedor.

2) Pueden los candidatos comprar los votos. Como efectivamente pasa en todas partes.

3) Pueden ofrecer puestos a cargo de votos. Como efectivamente pasa también en todas partes.

4) Pueden engañar a los electores prometiendo lo que después se dedican a incumplir. Como efectivamente siempre pasa, o casi siempre, con un 'casi' gigante.

5) Pueden ponerse de acuerdo las élites de la oligarquía para ofrecer candidatos que en el fondo son lo mismo, de tal manera que en realidad el votante no escoge.

Y decenas de vicios "funcionales" más que hacen completamente inviable a la democracia en la práctica. Y si por los azares de la vida algún "buen" candidato gana alguna vez, su gobierno debe en todo ceñirse a los postulados estructurales de matriz revolucionaria liberal que subyacen a la democracia moderna. De tal forma que gane el 'malo' o el 'bueno' el resultado es siempre el mismo: consolidación de la estructura liberal permanente bajo todos los proyectos políticos post Revolución francesa.

Y ni hablar de las "democracias" socialistas. Allí los vicios se multiplican, se profundizan, se agravan, hacen metástasis. 


Entonces...

¿Interesarse en política? ¡Complicado! Porque para un católico no hay más política que la política de Cristo Rey, el reinado de Cristo sobre las sociedades. Y en una época donde los postulados revolucionarios lo dominan todo, dicha política, aunque verdaderamente sublime y eficaz en sí misma, resulta en la practica del todo impensable ("quoad nos"). Como la buena semilla que cae al camino y es pisoteada por todos los caminantes y es comida por las aves, sin dar fruto. O como las perlas que se arrojan a los cerdos.

Dicen algunos que hay que participar para salvar algunas cosas que se pueden aún salvar, o para evitar males mayores. Puede ser. Pero incluso con esa buena intención es innegable que se estaría colaborando con el mantenimiento de un régimen lleno de postulados anticatólicos. Y ya uno no sabría si los bienes aún rescatables equilibrarían los males que se causen por la ayuda implícita a un régimen de suyo enemigo de la fe. Unos dicen que sí, otros que no. El amable lector sacará sus propias conclusiones.


Leonardo Rodríguez.


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