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lunes, 1 de mayo de 2017

Eclecticismo filosófico, ensalada mental.

Si hoy se le pregunta a un recién egresado de alguna facultad de filosofía acerca de su autor de preferencia o sobre la corriente de filosofía a la que adscribe, seguramente obtendremos como respuesta que tiene no uno sino muchos autores de preferencia (o sea en realidad ninguno), e igualmente respecto de corrientes de filosofía dirá algo así como que no es conveniente "casarse" con una sola corriente puesto que todas tienen cosas muy valiosas que aportar y lo mejor es estar abierto a todas las posibilidades.

Si hacemos el mismo experimento con filósofos profesionales ya en edad madura, quizá hayan reducido la lista de preferencias y de corrientes, pero su postura seguirá siendo un cierto eclecticismo, cerrados a la posibilidad de que un solo autor o un solo sistema filosófico pueda tener razón sobre los demás. Una tal idea les resulta evidentemente descabellada y pretenciosa.

Pero, ¿qué es el eclecticismo? Se llama eclecticismo (del griego 'eklegein', escoger) a la postura de aquellos que no tienen un conjunto de ideas definido y específico, sino que deciden tomar de todas partes un poco para construir su visión de las cosas, algo así como un vestido hecho con los retazos de muchos otros vestidos.

Entonces el ecléctico escoge a su gusto lo que le va pareciendo de todos los sistemas de pensamiento disponibles, y con todos esos trozos se construye un sistema de interpretación del mundo.

Y con ello el ecléctico obtiene varios beneficios:

1) Evita el riesgo de comprometerse con un solo sistema, y estar equivocado.

2) Evita tener que argumentar en defensa de su decisión de tomar partido por una sola opción.

3) Se siente superior al resto porque se cubrió con lo que consideró mejor de cada posibilidad.

4) Evita tener que enfrentarse a los puntos más problemáticos de cada postura, pues los ignora y toma de allí lo que es más aceptado y claro.

En una palabra, el ecléctico gana en comodidad. El eclecticismo es el sistema cómodo por excelencia.

Y más o menos esa es la postura de todos los filósofos profesionales actualmente.

Quienes, como nosotros, hemos decidido proponer y defender el tomismo como único sistema filosófico que da explicación satisfactoria a los grandes interrogantes del pensamiento humano, somos para el ecléctico o presumidos o tontos. Presumidos en cuanto creemos poder sostener que el tomismo con exclusividad da cabal explicación a los interrogantes filosóficos más apremiantes de la existencia humana. Y tontos porque no entendemos (eso afirman) que la postura más 'correcta', 'adulta', 'madura', 'equilibrada', etc., consiste en tomar un poco de cada lado y de esa manera quedar bien con todos.

Pero la filosofía no se trata de comodidad, sino más bien de audacia, audacia para aferrarse a la realidad, a la naturaleza de las cosas. Y es eso lo que hemos encontrado en Tomás, audacia de sobra y fidelidad total a la voz de lo real. No negamos que en otros sistemas de pensamiento se puedan encontrar elementos valiosos, pero sostenemos con tranquilidad que todo aquello que de valioso puede encontrarse en dichos sistemas, está también en el tomismo y expuesto en concordancia unitaria con cada pieza del edificio, proporcionando una visión de conjunto sobre lo real que en verdad cautiva por su precisión armónica y por su lógica belleza.

¿Para qué buscar entonces en otros suelos lo que el nuestro produce ya con abundancia, precisión y hermosura? Sería como aquél campesino que produciendo sus tierras hermosas manzanas, se escabullera de noche a los predios vecinos a tomar manzanas inferiores en calidad a las suyas.

Y por demás está decir que tampoco es la filosofía cosa de temores, como el de evitar la tarea fatigosa de argumentar la exclusividad de una tesis por sobre las demás. Todo lo contrario, y en ello fue maestro consumado Tomás, si algo se aprende en filosofía es que es un deber argumentar buscando mostrar la evidencia de lo que se sostiene como cierto. Eso de evitar esa fatiga recurriendo a la comodidad del eclecticismo no cuadra al que en verdad se considere amante de esa miel que la abeja humana destila y que llamamos filosofía.


Leonardo Rodríguez

   

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