Un amable lector nos ha escrito preguntándonos sobre las causas que produjeron el giro antropocéntrico del Renacimiento. Publicamos aquí la respuesta, aclarando que más adelante trataremos de retomar el asunto para darle una respuesta más elaborada.
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Estimado xxxxx.
Es siempre para mí un gusto recibir este tipo de correos, en medio del 'anonimato' de las pantallas de ordenador saber que del otro lado a alguien llega esa botellita cerrada que lanzamos al mar de Internet es en gran manera gratificante y por supuesto que nos anima a seguir en la briega.
Antes de intentar esbozar una respuesta a su justa pregunta me gustaría pedirle que cuando pueda me de su opinión sobre los textos que ha podido leer de mi autoría. Soy desde todo punto de vista un principiante y me alimento de los comentarios que voy recogiendo por aquí y por allá, para tratar de mejorar siempre un poco más y reducir así los defectos de lo que escribo, que sin duda son muchos.
En realidad es inexacto afirmar que en el Renacimiento se da ese cambio del teocentrismo al antropocentrismo como una cosa ya perfecta y acabada. Mucho más exacto es decir que se sientan unas bases y se lanzan unos gérmenes que andando el tiempo darían como resultado las distintas revoluciones que dieron al traste con el ordenamiento medieval: revolución luterana, cartesiana, iluminista, liberal, marxista, nihilista, etc. El Renacimiento sembró unas semillas que solo los siglos que vinieron después fueron haciendo germinar una detrás de la otra.
De tal manera que no hay que creer que el antropocentrismo quedó ya perfecto y dio todos sus frutos en esos dos siglos que los historiadores suelen adjudicar al Renacimiento, desde mediados del XIV, hasta casi el XVI. Porque aún era mucho lo que faltaba por decir, aún no había venido Lutero, ni la Enciclopedia, ni Nietzsche. Ellos fueron en gran medida sus hijos, sus continuadores, sus epígonos.
Ahora bien, ¿por qué el Renacimiento sembró esos gérmenes? Bueno, las razones fueron muchas, aunque más que razones hay que hablar de circunstancias. El edificio socio-político-religioso- cultural del medioevo se levantaba sobre una sinfonía de elementos dispares que se mantenían unidos porque todos ellos recibían la influencia de un mismo espíritu, como si dijéramos de una misma aspiración o tendencia de naturaleza espiritual: la fe católica. Y resulta que esta fe recibió una serie de golpes hacia fines de la Edad Media, siglos XIV y XV (precisamente): La cautividad del papado en Aviñón, los reformadores 'pre-luteranos' como Pedro Valdo, Juan Hus y John Wyclif, por nombrar solo algunos; los cambios sociales traídos por el advenimiento a escena de las ciudades y el declive del feudalismo, etc. Todos esos elementos, por nombrar solo los que se me vienen a la mente en este momento (pero que un historiador de oficio podría complementar con algunos otros), coadyuvaron para que la sacralidad de la fe y de la cosmovisión que dicha fe acarreaba fueran puestas en duda cada vez con menos pudor.
¿Y el arte? El arte jugó su papel también. Y no que los artistas fueran ateos anticatólicos, no, muchos de ellos fueron monjes incluso. Sino que más bien se difundió entre los artistas la idea de retomar los cánones de belleza del mundo antiguo grecorromano. ¿Por qué? No sabría decirte con exactitud cuál fue el origen de esa tendencia o quién fue el primero que decidió pintar o esculpir siguiendo algún modelo griego, creo que ningún historiador podría dar ese dato tan preciso. El punto es que hubo un primero, y un segundo y un tercero y la moda se regó como fuego en paja seca. Además, si los filósofos medievales habían usado a Aristóteles sin problema, como Tomás de Aquino, ¿por qué iba a estar mal pintar o esculpir como lo habían hecho también griegos y romanos?
Y se difundió el arte según cánones antiguos, y en dichos cánones la figura central era el hombre, y el hombre en su más descarnada humanidad, el hombre como culmen de la naturaleza y como resumen y compendio de todo lo bello.
Repito, todo esto no fueron sino gérmenes, pero gérmenes lo suficientemente osados como para que su vitalidad fuera dando frutos con el correr de los siglos que estaban por venir.
Quizá en otra oportunidad con algo más de tiempo disponible retome el asunto y te envíe, estimado XXXXX, una respuesta algo más elaborada. A veces las ocupaciones 'terrenales' nos apartan de la contemplación de las ideas; es la cuota que debemos pagar por vivir aún en este mundo corporal, en espera de la patria prometida si bien obramos.
Con afecto,
Leonardo Rodríguez
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