Diciembre es quizá el mes en el que con mayor claridad sale a relucir el poder del consumismo en la vida de las personas. Los centros comerciales se abarrotan de gente ansiosa por gastar sus pagos de fin de año con el deseo de comprar así una ilusión de felicidad, que aunque momentánea, es suficiente para satisfacer su anhelo de una vida mejor.
Es lo que tiene el consumismo: éxito vendiendo una ilusión, un espejismo.
Los grandes centros comerciales, con sus lujos, sus almacenes repletos de cosas llamativas, sus comodidades, sus posibilidades, etc., seducen poderosamente, dan la impresión de que todo está bien y de que el mundo es un lugar feliz. Poco importa incluso que quienes a ellos asisten no compren nada, el solo hecho de estar allí y pasearse por entre tantas vitrinas atractivas es suficiente para calmar el ansia de una mejor 'calidad de vida'.
Y diciembre se ha convertido para el hombre secularizado en la época predilecta del consumismo, donde triunfa la ilusión de creer que la felicidad se puede comprar, puesto que consiste en dinero o en algo que con él se puede comprar. Es el hombre completamente materializado. El hombre finito.
El hombre secularizado (palabra que proviene del latín "saeculum", que significa siglo, indicando con ello el tiempo terreno de la vida humana, en contraposición con la eternidad) es el que ha perdido de vista la eternidad, y cifra su vida y su felicidad en este mundo, en sus años terrenos, puesto que ha aprendido a pensar que un más allá del sepulcro es sencillamente inimaginable.
Por otra parte, diciembre debería ser la época del año propicia para parar un poco el ritmo frenético de nuestras vidas, mirar hacia atrás, agradecer, reflexionar, estar en familia, planear el año que viene y entregarlo a Dios, dueño del tiempo y de la eternidad. Y es que precisamente eso es diciembre en la liturgia católica, tiempo de adviento en que se prepara el nacimiento de Cristo, que debe nacer en las almas de los fieles, aparejadas para ello por la penitencia, la oración y el ayuno. Si bien se mira, la liturgia católica de diciembre es exactamente lo opuesto de la ilusión consumista que nos vende el mundo moderno.
De nosotros depende vivir esta época en un sentido u otro. De un lado tenemos un espejismo de felicidad, del otro tenemos al que es la Felicidad con mayúscula, Dios que viene a nosotros. Dios con nosotros.
Leonardo Rodríguez V.
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