Hace algunos días, mientras hurgaba curioso entre los libros que una buena amiga mía tiene en la biblioteca de su oficina, vine a dar con el ejemplar que aparece en la foto de la derecha, titulado falazmente "El alma está en el cerebro", escrito por el conocido divulgador científico español Eduardo Punset, célebre no solo por su escritos sino ante todo por haber dirigido y presentado durante dieciocho años el programa REDES, dedicado al tratamiento de temas relacionados con la astronomía, la biología, la psicología, entre muchos otros, a lo largo de más de 600 programas emitidos.
Quien esto escribe ha disfrutado muchos de los capítulos de REDES, aún disponibles en Internet, pues en ellos se abordaban, en compañía de especialistas invitados de cada área, asuntos apasionantes sobre los más recientes descubrimientos científicos, aludiendo a sus implicancias para la vida corriente de los individuos y las sociedades. Punset, el presentador, tenía la habilidad para presentar temas aparentemente muy técnicos o muy académicos, en un lenguaje tan sencillo que era inevitable engancharse pronto con sus explicaciones y con las conversaciones amenas que tenía con sus invitados.
Adelanto que no he leído completo el libro en cuestión, El alma está en el cerebro, sino solo algunos apartes casi al azar, y ello tiene su explicación: con tan solo ojear algunas de sus páginas es fácil comprender que es un texto comprometido con la idea falsa de que el cerebro es el instrumento con el que "pensamos".
A propósito de dicha idea falsa ya he escrito en otras ocasiones, de manera que aquí solo me referiré a algunos aspectos del asunto que llaman fuertemente la atención.
Los medievales tenían una costumbre muy sana y sobre todo muy útil, y consistía en que cada vez que se disponían a tratar un tema definían antes los términos que iban a utilizar. De manera que si, por ejemplo, querían hablar acerca del amor, se preocupaban antes de definir con toda precisión (a veces llevando al extremo ese deseo de pureza conceptual), qué entendían por "amor". Con ello buscaban la máxima claridad en lo que después iban a afirmar acerca del amor cuando hablaran del amor a Dios, del amor a los familiares, del amor a la patria, etcétera.
Si alguien deseaba entrar al debate debía aclarar antes si los términos los entendía en el mismo sentido o si acaso daba algún significado distinto al vocablo. Ya que disputar sobre un tema, entendiendo los términos del debate en forma diversa, solo podría dar como resultado una real pérdida de tiempo, sumado a confusión de los oyentes.
Jaime Balmes, el egregio escritor español del siglo XIX, en uno de sus escritos pone a propósito de lo que llevamos dicho aquí, el ejemplo de dos que debaten sobre la igualdad, pero cometiendo el error de partir ambos de conceptos distintos. Sucede entonces que todo lo que en aquél "debate" se dice resulta completamente equívoco y no lleva a ninguna parte, puesto que en el fondo, a pesar de usar la misma palabra, están los dos hablando de cosas distintas.
Pero ¿por qué estoy diciendo estas cosas si iba a hablar era del libro de Punset, que no he leído?
Pues resulta que, a juzgar por el título y algunas páginas al azar, Punset allí pretende hablar del alma y del cerebro, como conceptos centrales, pero mucho nos tememos que, aunque quizá logró ciertamente hablar acerca del cerebro, no pudo verdaderamente hablar del alma, por lo menos si entendemos por alma lo mismo que Aristóteles y santo Tomás de Aquino entendieron por tal.
Y este es un error dramáticamente común en la actualidad y desde hace ya un buen tiempo. A partir de Descartes, más o menos, se distorsionó por completo el concepto de alma. Para el pensador francés el alma era una realidad completamente diversa a la materia. El alma, en Descartes, venía a ser una "cosa" dentro del cuerpo, más específicamente en la glándula pineal. Y, de alguna manera que Descartes no aclara, dirige y controla al cuerpo. Una cosa dentro de otra cosa, dirigiéndola.
De ahí en adelante el alma fue vista como un maquinista oculto dentro del cuerpo que, vaya uno a saber cómo, dirige todo. El problema se agravaba aún más por cuanto Descartes aseguraba que el alma estaba hecha de "algo" del todo distinto a la materia del cuerpo, eran sustancias distintas. De forma que una cosa que no era materia, vivía dentro del cuerpo y lo dirigía.
Evidentemente dichas especulaciones no tenían ni pies ni cabeza y se prestaron rápidamente para que los detractores de la espiritualidad humana o de la existencia misma del alma, encontraran con facilidad los puntos débiles y atacaran esa "alma" cartesiana como algo inexistente, pues según el nuevo paradigma que se estaba elaborando, lo único existente, estudiable, real, obsevable, verificable, etc., era la materia, y no una pretendida "cosa" que no era materia pero vivía dentro de la materia. Esa "cosa" se fue diluyendo hasta hacerse completamente estorbosa y prescindible.
Desde hace 400 años, es decir, desde que Descartes distorsionó el concepto de alma, y hasta el día de hoy en que Punset se permite dar a luz un libro con un título tan falaz, se viene hablando del alma sin que quienes lo hacen se percaten de que en realidad no están hablando de lo mismo que habló Aristóteles o Tomás de Aquino, sino solo de aquello de lo que habló Descartes bajo ese nombre.
Y ello no sería problemático si no fuera porque se pretende, con libros como el de Punset, desacreditar la creencia en la existencia del alma, creyendo destruir dicha creencia argumentando en contra de la versión que dio a luz Descartes en el siglo XVII.
Lo cierto es que libros como el de Punset quizá son verídicos tratándose de lo que Descartes entendió por alma, pero están a años luz de tan siquiera rozar el concepto tomista de alma, el cual es esencialmente distinto del concepto difundido por el padre de la filosofía moderna.
Lo que santo Tomás de Aquino entendió por alma, y lo que entendemos por alma todos los católicos del mundo (al menos implícitamente), no se ve perjudicado por ninguno de los avances de las neurociencias modernas, por más que quienes escriben sobre esos temas insistan en que sí.
Habría que retomar esa sana costumbre medieval de, antes de hablar sobre algo, definir qué entendemos con ese concepto; ahorraríamos muchos malentendidos y tiempo. Y nadie escribiría un libro como el de Punset o a lo menos no le pondría un nombre tan falaz.
Leonardo Rodríguez.
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