Hoy no sabemos cómo argumentar y hay que decirlo así, con
sencillez pero con valentía. No sabemos argumentar, nadie nos ha enseñado cómo
exponer o defender argumentadamente una idea, una tesis, una opinión, una
postura, etc. En el bachillerato el tema prácticamente ni siquiera se menciona.
Y los intentos de algunos docentes por reforzar “lectura crítica” en sus
estudiantes no llenan ese vacío a cabalidad. En la Universidad debería hacerse
un poco más, pero no. Muchos universitarios salen de los claustros de su ‘alma
mater’ con la capacidad argumentativa tan intacta como cuando ingresaron.
¿Cuáles son los resultados de tal estado de cosas? Varios y
todos relacionados con la erosión de la capacidad de diálogo y sano debate. A
nivel familiar vemos que se ha instalado en muchos hogares una incapacidad
crónica para hablar los problemas. Se recurre preferentemente a la discusión
irracional en donde el grito, la amenaza e incluso la agresión física están
omnipresentes y hacen imposible arribar serenamente a acuerdos que promuevan la
paz y la concordia familiar.
De un ámbito familiar así golpeado se pasa, por parte de los
hijos, a un ambiente escolar igualmente debilitado. Y es que en efecto los
colegios actualmente son sede de conflictos que llegan muchas veces inclusive
hasta hechos tan lamentables como el ocurrido hace poco en una población de
Santander en donde un estudiante causó la muerte de uno de sus compañeros y
dejó herido de gravedad a otro. La intolerancia que se evidencia en sucesos tan
lamentables es resultado de una incapacidad radical para solucionar diferencias
por medio del diálogo racional y razonado. Ante la ausencia de diálogo
constructivo se procede a utilizar las distintas formas de violencia como sucedáneo
espurio.
Por parte de los padres o de los adultos en general, de un
ámbito familiar trastornado por la ausencia de habilidades sociales básicas de
diálogo y argumentación razonada, se pasa a ambientes laborales y sociales
igualmente golpeados por dicha falencia. Y de eso nos informan diariamente los
noticieros nacionales e internacionales. La decadencia de la vida social y política
es cada día mayor porque no existen ya habilidades para oír la argumentación
ajena, tratar de entenderla, proceder a refutarla razonadamente si fuere el
caso, exponer el propio punto de vista con argumentos, ser claro para hacerse
entender, etc. Y desde muchos puntos de vista dicha decadencia parece imparable.
La violencia irracional gana terreno cuando desaparece la habilidad para
hablar.
De ahí que sea de la mayor importancia revivir ese antiguo
arte de la argumentación, de la exposición argumentada de las ideas o tesis que
acogemos como informadoras de nuestra cosmovisión y de nuestro estilo de vida.
Y decimos antiguo porque verdaderamente los antiguos, nuestros mayores, fueron
unos maestros en la argumentación y nos dejaron en sus escritos enseñanzas
valiosísimas sobre cómo adquirir y perfeccionar poco a poco esa habilidad. De
manera particular urge recuperar las enseñanzas de los medievales acerca de
este asunto. Ellos, incluso en ocasiones hasta el exceso, perfeccionaron esa
herramienta y supieron usarla con una maestría que aún hoy nos asombra.
Nos es particularmente cercano y caro el gran Tomás de
Aquino, como es de sobra sabido por los visitantes de este blog. Es muy
interesante ver cómo Tomás en sus escritos siempre antes de exponer
argumentadamente sus tesis, hacía una recopilación de las tesis contrarias
junto con sus respectivos argumentos. Procedía luego a hacer la defensa de sus
tesis y después regresaba al inicio y respondía una por una las opiniones
contrarias. Y no se crea que las opiniones contrarias las exponía en forma
débil para luego refutarlas con facilidad, no, todo lo contrario, Tomás
presentaba con tal fuerza y honestidad las tesis contrarias a las suyas que sus
mismos contradictores quedaban asombrados de que muchas veces Tomás daba
mejores argumentos que ellos mismos para defender dichas ideas. Armado de
semejante honestidad intelectual procedía Tomás en todos sus escritos y por eso
su obra es una escuela fascinante de pensamiento.
Esa aparentemente sencilla costumbre de Tomás suponía un
enorme esfuerzo por comprender hasta en sus más mínimos detalles el pensamiento
del oponente; un enorme esfuerzo por penetrar cabalmente en el pensamiento del
otro hasta poder asimilar la estructura de su razonamiento, el fundamento de su
postura y el armazón de su visión de las cosas. Solo después de haber
comprendido bien la posición contraria procedía Tomás a refutarla con toda
claridad y contundencia.
¡Qué lejos estamos hoy de todo eso! Las redes sociales, los
acaloramientos electorales, las polarizaciones políticas, los radicalismos irracionales
de todo cuño, tienen al borde de la extinción el bello arte de la
argumentación, porque se ha entronizado el apasionamiento ciego como guía del
diálogo público. Nadie quiere escuchar y todos quieren ser escuchados. Nadie
quiere entender. Nadie oye. Nadie se esfuerza por analizar la postura del otro.
Nadie ofrece otra cosa que no sean ataques y agresiones personales,
afirmaciones gratuitas o etiquetas facilistas. Muchas “discusiones” (que debieran
ser escenario de argumentación razonada) se zanjan con un simple “nazi”, “comunista”,
“fanático”, “fascista”, “retrógrado” y en Colombia con los tristemente célebres
“paraco” o “guerrillero”. Con una etiqueta, que se pretende sea peyorativa, se
evita el esfuerzo juicioso por comprender la postura del otro y tratar de usar
la razón argumentativa para ver, como hacían los medievales, de dicha postura
qué se debe rechazar, qué se debe aceptar y qué se debe distinguir para
discernir mejor. Siempre insultar y
descalificar será más fácil que argumentar y analizar.
Las redes sociales son un caso típico. Con la facilidad de
expresión que permiten y la velocidad con que se difunde lo que allí se
comparte, se han convertido en escenarios que entorpecen la serena discusión de
ideas. Allí todo es extremadamente superficial, no hay espacio para la
argumentación razonada. Allí gana el que invente con más rapidez el insulto más
eficaz o elabore la ironía más hiriente. La razón brilla por su ausencia y es
el reino de las afirmaciones gratuitas y los ataques personales.
Las afirmaciones gratuitas son una epidemia hoy. Todos
afirman o niegan, sin preocuparse ni lo más mínimo por defender con razones y
argumentos dichas afirmaciones o negaciones. Entre más contundente sea la
afirmación o entre más radical sea la negación se sienten más satisfechos
consigo mismos y consideran más “sólida” su postura. Es el radicalismo vacío
puesto en el sitial de honor. El radical es el que afirma o niega sin presentar
razones, solo por el gusto onanista de oír su propia voz retumbar.
Los antiguos decían que aquél que realiza una afirmación,
sea que afirme o niegue algo, carga sobre sí el deber de probar dicha
afirmación. Los latinos hablaban del “onus
probandi” o carga de la prueba para referirse a ello. Era para ellos
inimaginable ir por ahí diciendo cosas sin sustentarlas en pruebas, en razones,
en argumentos. En otro adagio latino decían que “affirmanti incumbit probatio”, al que afirma algo le corresponde
probarlo, no cabe afirmación gratuita.
(Dicho sea de paso
resulta lamentable la desaparición del latín de la formación de las nuevas
generaciones. El latín es un idioma austero y preciso que obliga a clarificar
la idea que se quiere poner por escrito, antes de escribirla. No es un idioma
cuya estructura se preste para elucubraciones equívocas o voluntariamente
engañosas. Tristemente hoy el latín sobrevive en ambientes muy reducidos, como
los juristas por ejemplo, que recurren en ocasiones a algunos adagios latinos en
la redacción de sus escritos, pero nada más).
Comenzar por no afirmar nada sin argumentarlo sería un buen
inicio para retomar esa sana costumbre de intercambiar tesis de forma racional.
El beneficio se vería a largo plazo en la transformación de los patrones de
interacción social. Quizá pudiéramos por ese camino recuperar un poco del
terreno que ha ocupado la violencia verbal y física.
Lo dramático del asunto es que la tarea se antoja
autodidacta. Al no contar en las instituciones de “educación” formal con
iniciativas encaminadas a la recuperación de habilidades argumentativas, se
impone la necesidad de que cada uno trate por su cuenta de formarse lo mejor
posible. Hay muchos textos que pueden servir para tal propósito. Pero más que
textos lo importante es que se genere un auténtico interés, porque de nada
serviría el mejor libro al respecto si no existen las ganas de llevar adelante
lo que allí se pudiera aprender. Y el interés quizá podría nacer al analizar
los beneficios que se obtendrían a nivel personal y social con el cultivo del
noble arte de la argumentación razonada o del diálogo argumentativo.
(Para los interesados
en iniciar ese camino les hago las siguientes precisiones:
Al final de esta
entrada pondré un link a un escrito corto del profesor Néstor Martínez,
filósofo tomista uruguayo, quien ha compendiado allí de forma magistral las
normas básicas para argumentar correctamente.
Si buscan otros textos
sepan que encontrarán en términos generales tres tipos de libros sobre lógica:
libros de lógica FORMAL, libros de lógica SIMBÓLICA y libros de lógica
INFORMAL. Los libros de lógica formal e informal son los más útiles en la
práctica. La lógica formal se ocupa en resumen de las tres operaciones básicas
de la inteligencia que son la simple aprehensión de ideas, el juicio y la
argumentación. Fue estudiada desde antiguo por Aristóteles y perfeccionada por
los medievales. Recomiendo mucho iniciar por ella puesto que allí se establecen
las bases de todo pensamiento sólido. Luego está la lógica informal que es una rama
relativamente nueva de la lógica y que se ocupa del análisis de las formas más
comunes de argumentación y debate que se usan en la vida diaria, los medios de
comunicación, las campañas políticas, etc. Está llena de observaciones útiles
para la comunicación cotidiana. Y finalmente la lógica simbólica, que es un
área de estudio en el que se une la lógica junto con la notación matemática y
el resultado es la representación por medio de signos lingüísticos de las
proposiciones simples o compuestas que componen los discursos comunicativos. Es
utilizada en ramas especializadas de la matemática y en realidad no es de
ninguna utilidad en la vida diaria.
Insisto en que lo
óptimo es comenzar por la lógica aristotélica, ya que ella analiza con gran
rigor las tres operaciones básicas de la inteligencia humana. Que por ser
básicas están a la raíz de todo el trabajo intelectual, desde una conversación
cotidiana hasta la redacción de un trabajo académico riguroso. Conviene
asimismo complementar esta lógica con el estudio de la informal, por su
utilidad pragmática en los distintos ámbitos comunicativos existentes hoy en
día).
LINK:
http://itinerariummentis1.blogspot.com/2012/01/sobre-el-modo-correcto-de-argumentar.html
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http://itinerariummentis1.blogspot.com/2012/01/sobre-el-modo-correcto-de-argumentar.html
Leonardo Rodríguez Velasco.
Gracias por su artículo tan necesario, porque me confieso pecador de esos dos vicios:
ResponderBorrarHablar y criticar de lo que no sé y pontificar mis rebuznos.
Espero corregir mi falta.