Dicen los que de esto hablan, que
la humanidad ha presenciado en los últimos decenios más y mayores avances
científicos, técnicos y tecnológicos que los que se habían visto en todos los
siglos de historia humana juntos. No sé si tal afirmación es rigurosa,
históricamente hablando, puesto que no soy historiador. Pero alcanzo a
sospechar que sí. Y es que en verdad durante la segunda mitad del siglo XX y lo
que va del XXI, hemos sido testigos de un desarrollo ciertamente asombroso de
las ciencias, que ha llevado a aplicaciones tecnológicas cada vez más
asombrosas. Y todo parece indicar que esa marcha hacia adelante en la
tecnología, lejos de detenerse, experimentará en los próximos años progresos de
tal magnitud que no resulta descabellado pensar que nuestros hijos y nietos
verán cosas con las cuales actualmente solo soñamos o que concebimos como
producto de la mera ciencia ficción. El futuro dirá.
Y aquí comienza el problema.
Porque tal ha sido la envergadura del progreso experimentado que ha venido a
instalarse en la conciencia del hombre moderno la firme convicción de que esa
marcha hacia adelante, ese progreso que parece indefinido e imparable, ese
glorioso dominio del hombre sobre la naturaleza por medio de la técnica, etc.,
representa no solo un progreso, eso sí indudable, en ciertas áreas de la experiencia
humana, sino que de alguna manera ese progreso científico y tecnológico
significa el progreso total de la humanidad.
Lo anterior significaría, más o
menos, que la humanidad marcha hacia adelante y progresa PORQUE progresan las
ciencias y la tecnología. El Progreso de la humanidad, así en mayúscula,
vendría a quedar reducido e identificado con el progreso
científico-tecnológico. Pero resulta que las habilidades científicas de una
persona o sus competencias tecnológicas no determinan su estatura moral, es
decir, no dicen NADA acerca de si se está ante una buena o ante una mala
persona, que las hay, por cierto. Y, por lo mismo, los avances científicos o
tecnológicos de una sociedad en su conjunto NADA dicen acerca de si se está
ante una sociedad que progresa verdaderamente o si, por el contrario, se está
solo ante una sociedad que ha hipertrofiado uno de sus componentes en
detrimento de lo que debiera ser su preocupación radical: el progreso moral,
social y personal.
He ahí el porqué de que la
palabra progreso que encabeza este artículo la hayamos puesto entre signos de
interrogación, como dudando, ¿progreso? Sí, sin duda, y enorme progreso a nivel
de las ciencias y de las tecnologías. Pero al mismo tiempo asistimos, sin duda
igualmente, a una decadencia moral de las sociedades y de los individuos, que
se manifiesta en la pérdida del norte ético a causa de un relativismo
subjetivista o de un subjetivismo relativista que lo ha invadido todo. La
proliferación de leyes abortistas por todo el mundo es solo una muestra, todo
lo dramática posible, de dicho relativismo en el cual el capricho individual es
elevado a categoría ética, por encima de los más elementales principios ya no
solo morales pero incluso de mera humanidad.
Tenemos entonces, para ponerlo en
términos gráficos, edificios plagados de una tecnología asombrosa, funcionando
como abortorios en donde mediante procedimientos que rayan en la barbarie
demencial de épocas pasadas, se asesina a diario y sistemáticamente a miles de
bebés. Es el progreso tecnológico al lado de la más absoluta decadencia moral
que se pudiera imaginar. Es la barbarie adornada con lujosa “civilización”
técnica.
¿De qué progreso nos
enorgullecemos entonces? Las luces de las grandes ciudades encandilan al
espectador y lo llevan al convencimiento de que nos hayamos disfrutando de las
mieles de una civilización en pleno desarrollo, pero bajo esas mismas luces se
revelan al atento observador las lacras de una sociedad que a nivel moral
padece de mortal enfermedad.
La sociedad humana progresaría
verdaderamente si al lado del desarrollo tecnológico avanzaran también los estándares
de la moralidad, los vicios arraigaran cada vez con menor fuerza y se alentara
el crecimiento en las virtudes como camino regio para lograr la plenitud humana
objetiva. Mientras ello no ocurra y se siga apostando por un mero crecimiento
del ámbito material propio de las ciencias y las técnicas, no podrá hablarse
con propiedad de progreso, en el sentido más humano del vocablo. Se le seguirá
vendiendo humo a las sociedades, oropeles, espejismos y vacíos.
Leonardo Rodríguez
Velasco
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