Considera, hombre, lo que te importa el conseguir tu
gran fin: te importa más que todo, pues, si lo consigues, te salvarás y serás
para siempre dichoso, mas si lo malogras, perderás alma y cuerpo,
bienaventuranza y Dios, y serás para siempre condenado. Luego, este es el
negocio de todos los negocios, el solo importante, el solo necesario, servir a
Dios y salvar el alma. Por lo tanto, cristiano, no has de decir ya: quiero
divertirme y satisfacer mis gustos, después me consagraré a Dios y espero
salvarme. Esta esperanza falaz ha enviado al infierno a muchos que decían lo
mismo, y ahora están condenados sin remedio. ¿Quién de los condenados ha
querido en vida condenarse? Ninguno: es que Dios maldice al que peca con la
esperanza del perdón: Maldito el hombre que peca con la esperanza. Dices:
"Quiero cometer este pecado y en seguida me confesaré de él". Pero
¿quién te asegura que tendrás tiempo después? ¿Quién te ha dicho que no morirás
repentinamente después del pecado? Es lo cierto que pecando te privas de la
divina gracia, pero ¿estás seguro de que volverás a recuperarla?
Dios usa de su misericordia con los que le temen, y no
con los que le desprecian. Ni has de decir que lo mismo es confesar dos que
tres pecados, no; porque pudiera ser que Dios te quisiera perdonar dos y no
tres. Dios sufre, pero no sufre siempre. Cuidado, hermano, con lo que ahora
lees; deja la mala vida y conságrate al servicio de Dios; teme que sea éste el
último aviso que Dios te envía: basta lo que le has ofendido: basta lo que te
ha sufrido: teme que otro nuevo pecado mortal no te sea perdonado. Mira que se
trata del alma, que se trata de la eternidad. Este mismo pensamiento ha hecho
resolver a muchos a encerrarse en los claustros y a vivir en los desiertos y en
las cuevas. ¡Ay de mí, que me hallo por tantos pecados con el corazón afligido,
con el alma oprimida, habiendo perdido a Dios y mereciendo el infierno!
Considera cómo este negocio es por desgracia, el más
descuidado: en todo se piensa menos en salvarse. Para todo hay tiempo menos
para Dios. Si se dice a un hombre mundano que frecuente los Sacramentos, que
haga siquiera media hora de oración mental cada día, contesta: "Tengo
hijos, tengo familia, tengo intereses, tengo otros quehaceres." ¡Oh loco!
Y qué, ¿no tienes alma? ¿Y crees que tus hijos y tus parientes te podrán ayudar
en la hora de tu muerte, y sacarte del infierno, si te condenas? Deja de
lisonjearte pensando poder conciliar cosas tan opuestas, Dios y el mundo,
salvación y pecados. El salvarse no es un negocio que se ha de tratar a la
ligera y superficialmente; es preciso esforzarse, es preciso trabajar, es
preciso violentarse si se quiere ganar la corona inmortal. ¡Cuántos cristianos
se prometían, poder más tarde servir a Dios y de este modo salvarse y sin
embargo ahora están en el infierno! ¡Qué locura pensar siempre en lo que ha de
acabar pronto, y muy raras veces en lo que no tendrá término! ¡Ah, cristiano!
Mira por ti mismo, piensa que dentro de poco has de dejar esta tierra y entrar
en la eternidad. ¡Desdichado de ti si te condenas, pues no podrás jamás
remediar tu desdicha!
Considera, cristiano, y di a ti mismo tengo un alma
sola, y si ésta la pierdo, todo está perdido: tengo una sola alma, y si con
perjuicio de ella gano todo el mundo, ¿de qué me sirve? Aunque llegue a
conseguir gran reputación, si pierdo el alma ¿de qué me aprovecha? Aunque
llegue a reunir muchas riquezas, aunque engrandezca la familia, si pierdo el
alma, ¿esto qué vale? ¿De qué aprovecharon las riquezas, los placeres, las
vanidades a tantos que vivieron en el mundo, y ahora son polvo y ceniza en una
sepultura, y sus almas están condenadas en el infierno? Pues si el alma es mía,
si es una sola y si perdiéndola una vez la pierdo para siempre ¿no he de pensar
seriamente en salvarme? Este es un asunto que importa mucho: se trata de ser
siempre feliz, o siempre desdichado. Dios mío, confieso mi vanidad y me
confundo en considerar que hasta aquí he vivido como ciego, me he alejado tanto
de Vos, y no he pensado en salvar esta mi única alma. Salvadme ¡oh Padre
Eterno! por amor de Jesucristo: María, esperanza mía, salvadme con vuestra
intercesión.
(Tomado de "Verdades eternas")
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