Una de las características de la ciencia actual es que ha perdido su impronta contemplativa (cosa que viene sucediendo desde hace varios siglos con el racionalismo y positivismo triunfantes); es decir, ha dejado de ser un conocimiento orientado en último término por el deseo de alcanzar la fuente misma del ser y de la inteligibilidad de lo real, Dios. Cosa que no era así en la Edad Media, por ejemplo, puesto que el medieval tenía muy clara la idea de que todo conocimiento, además de revelar una parcela de la realidad a los ojos de la inteligencia humana, estaba llamado a servir de escalón para una contemplación más profunda del ser, una contemplación abierta a la fuente del ser, al ser por esencia, al ipsum esse subsistens. De esta forma entonces no había contradicción entre el estudio de algún sector de la realidad y su entroncamiento en una mirada metafísica más amplia.
Muy distintas son las cosas hoy en día, y desde hace un par
de siglos. La ciencia, o lo que así es llamado, ha cortado todo lazo que la
pudiera unir con lo trascendental para reducirse al estudio de la realidad
material, en su desnuda y pura materialidad. Y no contenta con eso ha
proclamado que de hecho no hay nada más allá de ello, en una evidente hipertrofia
indebida de sus atributos epistemológicos.
Vale la pena entonces dar una mirada a un capítulo bastante
olvidado de una obra bastante olvidada de un autor bastante olvidado. Me
refiero al capítulo segundo, del libro segundo de la “Suma contra
los gentiles”, de santo Tomás de Aquino. Allí el santo expone en breves párrafos
lo que bien pudiera llamarse una carta magna de la investigación científica.
Pondremos los textos mismos del santo, acompañados de
sencillos comentarios:
Capítulo II:
Quod consideratio creaturarum utilis est ad fidei
instructionem.
Que la consideración o estudio de las creaturas (todo el
universo) es útil para instruir en la fe.
Pone aquí santo Tomás cuatro razones por la cuales considera
que el estudio de naturaleza es útil para la fe.
1.
Primo quidem, quia ex factorum
meditatione divinam sapientiam utcumque possumus admirari et considerare. En
primer lugar, porque de la meditación de sus obras podemos admirar y considerar
la divina sabiduría.
En la belleza, orden,
complejidad, etc., de una obra se puede reconocer, y, por ende, admirar la
pericia de su autor. Así, a partir de la contemplación del universo, con todas
sus creaturas, somos llevados naturalmente al reconocimiento de la inmensa
sabiduría de su Hacedor. El medieval veía en la creación un destello de la
sabiduría de Dios, en el orden y la belleza de lo creado contemplaba un
testimonio permanente de la inteligencia de Dios. Hoy, por el contrario, el
científico se enorgullece de sí mismo al hacer un nuevo descubrimiento o sentar
las bases para la fabricación de un nuevo aparato. Es la distorsión más radical
del conocimiento mismo, que en lugar de ser escalera para ascender a la causa
prima, nos sumerge en un sentimiento de autosuficiencia que acaba por ser
autodestructivo al impedirnos el contacto con Dios, única fuente de verdadera realización
personal y felicidad.
2.
Secundo, haec consideratio in
admirationem altissimae Dei virtutis ducit: et per consequens in cordibus hominum
reverentiam Dei parit. En segundo lugar, esta consideración (del universo)
nos conduce a la admiración de la altísima virtud (o poder) divina: y por
consiguiente produce en el corazón de los hombres la reverencia (respeto
profundo) hacia Dios.
Como natural resultado de lo
anterior surge la admiración del poder de Dios y un profundo respeto hacia el
Hacedor de todas las cosas. El medieval, a diferencia del pagano, ya no sentía
temor hacia las fuerzas de la naturaleza, hacia el sol y la luna; sino que ahora,
reconociendo al Creador, reverenciaba en Él la omnipotencia creadora, el poder
infinito que se manifestaba con toda claridad en la creación misma, que contemplaba
por medio de las ciencias. En el moderno científico, académico o estudioso,
desaparece la reverencia a Dios precisamente porque ya la mirada sobre su
objeto de estudio no es contemplativa. Busca conocer la naturaleza por el
conocimiento mismo, cuando no por la utilidad técnica que pueda derivarse de
dicho conocimiento. Utilidad técnica que es, a su vez, utilidad para el hombre.
El hombre y su bienestar y comodidad puestas como justificación última del
esfuerzo científico: se reverencia al hombre. La ciencia termina así
produciendo en el corazón de los hombres no la reverencia al Dios poderoso que
todo lo ha creado con sabiduría, sino el envanecimiento de sí mismo, al verse
como dominador de las fuerzas de la naturaleza que pone a su servicio.
3.
Tertio, haec consideratio animas hominum in
amorem divinae bonitatis accendit. En tercer lugar, esta consideración (de
la sabiduría y poder de Dios manifestada en la creación) enciende las almas de
los hombres en el amor de la divina bondad.
El medieval, luego de contemplar la
sabiduría y el poder de Dios manifestada en la naturaleza, era conducido por la
reverencia al amor de la bondad de Dios, puesto que todo había sido creado para
el hombre. La creación toda era un regalo de Dios al hombre, regalo gratuito
del cual Dios no obtenía nada, sino solo comunicaba al hombre un reflejo de su
bondad y un medio para servirle y amarle, y mediante ello salvar su alma, como
reza el adagio ignaciano.
En la modernidad estamos lejos de ello.
¿Reconocimiento de la sabiduría de Dios? ¿De su poder? ¿De su bondad?
¿Reverencia? ¿Amor? Para nada de esto queda lugar en una ciencia construida toda
únicamente para glorificar al hombre mismo y su control sobre la naturaleza.
4.
Quarto, haec consideratio homines in quadam
similitudine divinae perfectionis constituit. En cuarto lugar, esta
consideración (o estudio del universo) produce en los hombres una cierta
semejanza con la divina perfección.
Siendo la creación entera una participación
de la sabiduría de Dios, puesto que todo efecto participa en algo de la
naturaleza de su causa y la revela; y conociendo Dios en Sí mismo todas las
creaturas presentes, pasadas y futuras, el hombre se asemejaba a Dios al
contemplar la creación y reflejar esos destellos de divina sabiduría en su
propia inteligencia, como comprendiendo al autor detrás de su obra, conociéndolo
por medio de sus efectos.
En el mundo moderno el hombre ha buscado
constituirlo todo a su sola imagen y semejanza, como decía Protágora: el hombre
es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que
no son en cuanto que no son. Es el reino de la inmanencia.
Así el hombre encierra la ciencia en sí
misma, cortando el acceso a la fuente del ser y de la inteligibilidad, satisfecho
con la obra de sus manos.
¡Qué diferente sería todo si se recuperara esa mirada
contemplativa! Si los científicos dejaran de lado su soberbia inane y su
ceguera.
Quiera santo Tomás concedernos que en nuestros estudios, los
que sean, tengamos siempre esa actitud de contemplar más allá de la creatura la
mano sabia, poderosa y amorosa del Creador que nos habla a través de ella.
Leonardo Rodríguez Velasco.
Hola, años siguiendo tu blog y ahora tu canal de youtube.
ResponderBorrarMe preguntaba si podías darme una lista de los canales de Youtube tomistas, me gusta leer pero también escuchar, gracias y sigue con tu labor, Dios te pague.
Saludos.