Éste “pensador” francés es quizá uno de los más influyentes de los últimos decenios. Muchos lo consideran tan importante como lo fueron Kant o Nietzsche. Una de las razones de su fama es su célebre teoría de la “deconstrucción”, tomada en parte de las teorías lingüísticas de Saussure. Sólo que Derrida radicaliza sus planteamientos y los lleva más allá de la sola literatura, hasta hacer de la “deconstrucción” una especie de método universal aplicable a todas las ciencias humanas.
La tesis central del “deconstruccionismo” consiste en afirmar categóricamente que nuestro lenguaje nunca se refiere a “cosas” a “realidades” pues todo lenguaje (escrito, oral) es sólo el juego que podemos hacer con las posibilidades internas del mismo, en otras palabras, todo lenguaje nos habla sólo del lenguaje, las palabras remiten a palabras, las frases remiten a otras frases, pero jamás a la “realidad”.
De esta forma es abandonada toda referencia a la “verdad”, pues todo lenguaje es sólo un conjunto de signos sin significado real sino sólo intrasistémico. Una de las consecuencias de esto es que desaparecen las afirmaciones verdaderas o falsas; pues siendo que el lenguaje no aspira a enunciar la verdad no se ve cómo se pueda calificar una afirmación como verdadera o falsa. Toda afirmación será verdadera o falsa dependiendo del sistema lingüístico dentro del cual sea enunciada. Su valor será así tan sólo relativo.
¿Qué es entonces eso que sí está a nuestro alcance? ¿Qué es lo que conocemos? Derrida contesta que sólo tenemos "escrituras", “textos”, “discursos”, lenguajes autoremitentes.
Otra idea es la que rompe el lazo entre realidad-pensamiento-lenguaje. Esta cadena queda rota en Derrida. Para él nuestro lenguaje no es la expresión de nuestro pensamiento, más bien hay que decir que nuestro lenguaje marca el límite de nuestro pensamiento, pues nada podemos pensar ni decir fuera del universo lingüístico al que pertenecemos y en el que nos expresamos. Nada se puede pensar fuera del lenguaje; de ahí a afirmar que no existe nada fuera del lenguaje hay sólo un paso y muchos lo han dado. Es el viejo adagio de los nominalistas medievales: “VOCES PRAETEREA NIHIL”, nada hay fuera de las palabras.
En esta teoría nada hay fuera de los textos. Los textos no nos hablan de las cosas, de la realidad, sólo nos hablan del sistema lingüístico en que están escritos, de sus posibilidades sintácticas internas, de sus posibilidades pragmáticas, fuera de esto no hay nada.
Para Derrida toda la historia del pensamiento occidental es sólo la historia de un gran error. Para él, todos esos filósofos que pasaron sus vidas buscando y filosofando sobre la verdad de las cosas, sobre la razón última de la realidad, sobre las causas más elevadas de los seres, se equivocaron porque no supieron ver que el lenguaje en el que pretendían expresarse era sólo un sistema cerrado que no remitía a la realidad sino a sí mismo, no supieron ver los condicionamientos a los que estaban sujetos por sus sistemas lingüísticos, y creyeron ingenuamente que al decir, por ejemplo: “Dios existe”, estaban enunciando algo real, cuando en verdad lo único que estaban haciendo era explorar las posibilidades que el sustantivo “Dios” y el verbo “existir” poseían dentro del sistema lingüístico usado por ellos.
Ahora bien. No es difícil ver que el pensamiento de Derrida es una reelaboración del pensamiento del sofista Gorgias, del que ya hablamos antes. Gorgias hablaba de la imposibilidad de comunicar la verdad, suponiendo que la conociéramos, ¿por qué? Porque para él no era posible expresar con palabras las experiencias previas que hubiéramos tenido, pues una experiencia, de cualquiera de nuestros sentidos, no era una palabra, por tanto ¿cómo podría una palabra expresar aquello que no era palabra? ¿Cómo comunicar con palabras lo que vemos, oímos, tocamos, gustamos, olemos, siendo así que estas experiencias no son palabras sino experiencias? Así pues es imposible que la palabra sirva para comunicar experiencias. La palabra no comunica.
Si bien se miran las cosas se comprende que el “sistema” del que tanto habla Derrida es la “palabra” de la que hablaba Gorgias. Pues ambos se expresan sólo a sí mismos y nunca la realidad, y no pueden enunciar la verdad.
Tratemos de ver un poco esto con una analogía. Supongamos que queremos pintar los rayos del sol, pero sólo tenemos lápices de color azul. ¿Qué pasa? Pues pasa que por buenos dibujantes que seamos nuestras líneas azules nunca serán la expresión más adecuada de los rayos del sol, pues necesitaríamos usar más bien color amarillo. La idea es la siguiente: el hecho de tener a nuestra disposición sólo lápices de color azul nos limita. ¿No podemos hacer nada con los lápices que tenemos? Talvez sí. Talvez podemos pintar un lindo río, o el cielo. Pero definitivamente nos será imposible pintar los rayos del sol. Ahora usemos esta analogía. Los rayos del sol serían la realidad, la naturaleza de las cosas conocida por nuestro pensamiento. Los lápices azules serían lo que Derrida llama el “sistema” o Gorgias la “palabra”. Así como los lápices azules no pueden representar los rayos del sol, así nuestra palabra no expresa nuestro pensamiento ni la realidad de las cosas. Nuestro sistema lingüístico determina el límite de nuestras posibilidades, y no debemos aspirar a salir de él, porque fuera de él no hay nada.
El deconstruccionismo de Derrida es el triunfo total de la sofística de Gorgias. No es raro que actualmente se estén escribiendo muchos libros que defienden a los antiguos sofistas, presentándolos como los verdaderos filósofos y como los únicos que supieron comprender verdaderamente al espíritu humano. Nietzsche fue uno de los primeros filósofos modernos en defender a los sofistas y atacar la figura de Sócrates. Para Nietzsche precisamente con Sócrates inicia el gran error del mundo occidental. El error de creer que lo importante era buscar la verdad. El error de creer que nuestra inteligencia puede conocer la naturaleza de las cosas y expresarla por medio del lenguaje. El error de creer que la máxima dignidad humana estaba en conformar su vida a esta verdad. El error de creer que la ética humana debía regirse por esta verdad. El error de creer que la verdad, era lo más importante.