Es muy conocida la división que hace Gardner de las distintas “inteligencias”. Según este autor se trataría de verdaderas divisiones, “IN RE”, tomadas sobre todo a partir de los conocimientos en neurofisiología. El procedimiento para “aislar” un “tipo” de inteligencia es más o menos el siguiente:
Se parte del presupuesto de que “inteligimos” con el cerebro; esta es la idea madre. De ahí se pasa a incorporar los últimos conocimientos sobre el funcionamiento neuronal del cerebro, de manera que, por ejemplo, si dado un determinado daño, en una determinada región cerebral, se ve afectada una determinada “función” cognitiva, se concluye que esa determinada región cerebral es la encargada de ejercer tal función cognitiva.
Y como resulta que las demás “funciones” cognitivas siguen operando entonces se concluye que se trata de “funciones” diferentes, con región cerebral específica y por tanto de una “inteligencia” perfectamente diferenciada.
El problema es la idea madre. Partir de que es el cerebro es el que “entiende”; partir de que el cerebro o las neuronas, o las sinapsis “entienden”. Si se parte de ahí la conclusión en las inteligencias múltiples es casi inevitable.
Pero ¿y si no partimos de ahí? Por ejemplo, si podemos mostrar que, dada la naturaleza intencional, abstracta y universal del acto cognoscitivo y de los conceptos con que conocemos la realidad, es imposible sostener que todo ello sea resultado de la operación de un órgano corporal, entonces ¿qué queda de la tesis de las inteligencias múltiples? Muy poco, por no decir nada.
La razón es que la división de las inteligencias parte y se apoya en la evidente división del cerebro en “regiones” funcionales, pues sólo es divisible lo que tiene partes, y sólo tiene partes lo que es material, como el cerebro. Pero, como ya dijimos, la naturaleza intencional, abstracta y universal del conocimiento humano hace imposible sostener que las operaciones cognitivas sean ejecutadas por órganos corporales, porque el efecto sería superior a la causa, lo cual es imposible, pues sería como admitir que una causa produce en su efecto más de lo que ella misma es, y nadie da de lo que no tiene.
Una cosa distinta es sostener que, siendo que el conocimiento humano arranca de los sentidos corporales, es evidente que si se ven alterados esos órganos corporales (como el cerebro, donde finalmente convergen todos los sentidos) se verá afectado también el proceso cognitivo, pero esto sólo accidentalmente.
Por ejemplo: el agua naturalmente “moja” lo que toca; pero ¿qué pasa si uso ropa impermeable? Pues pasa que accidentalmente estaría yo impidiendo el efecto normal del agua; pero no a causa de una modificación de las características del agua en sí misma, sino sólo presentando un obstáculo “externo” al agua; de manera que el agua seguiría siendo capaz de mojar, pero esa capacidad estaría impedida accidentalmente por la ropa impermeable.
En el caso de la inteligencia pasa lo mismo. La inteligencia es una facultad inmaterial y más exactamente es una facultad espiritual, que no depende para su función de un órgano corporal. Sin embargo, siendo que el conocimiento humano arranca de los sentidos, y la inteligencia se apoya en los sentidos para de allí abstraer sus objetos de conocimiento que son los conceptos intencionales, abstractos y universales; puede suceder, y sucede, que ante una alteración del órgano máximo de convergencia de información sensible, el cerebro, se resienta también la función cognitiva intelectual, pero accidentalmente, pues la inteligencia, como el agua, seguiría siendo capaz de “inteligir”, sólo que por una causa “externa” a sí misma, su acto estaría en cierta medida impedido.
En resumen, la división de Gardner de la inteligencia se apoya en una doctrina muy discutible sobre la naturaleza de la inteligencia misma, y depende toda ella de una concepción mecanicista y materialista del entender humano.
Leonardo R.
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