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sábado, 29 de octubre de 2011

EL ODIO AL MAL


Ernesto Hello 

En la embrollada red de pensamientos, sentimientos, fuerzas y debilidades en las que se halla el mundo, si me preguntasen qué camino hay que tomar para darle  la paz a las almas, quizás contestaría: el camino del horror. Lo que hoy más escasea no es el amor del bien sino el horror del mal. ¡El horror del mal!, cosa santa y sublime, que los hombres olvidan y, sin embargo, la culpa no es de los acontecimientos. Se diría que el mal, al darse cuenta de que los hombres se olvidan de odiarlo, ha querido obligarlos a que dejen de odiarlo. Él conserva su indulgencia, a pesar suyo, pero la conserva. 

El horror del mal, ¿puede ser un terreno en el que los hombres se den cita? Si la filosofía, la ciencia, el arte y todas las fuerzas y debilidades se dieran cita en el terreno del horror, esta entrevista de reyes tendría, quizás, su familiaridad y grandeza. 

El mundo, que corrompe el aire que respira y marchita todo lo que toca ha cometido un crimen atrevido contra la caridad: no tiene miedo de hablar de ella, pero cuando el mundo habla de la caridad la tiene que hacer mentir, pues sólo emplea las palabras para mentir. 

¿Qué procedimiento emplea para mentir con el nombre de caridad? La elogia y la adula, como el reo que quiere sobornar a su juez y dice que la caridad es una virtud hermosa y que es toda indulgencia, incluso para el mal. El mundo confunde el amor al pecador con el amor al pecado y dice que los que tienen un odio demasiado absoluto al pecado faltan a la caridad. El mundo, del amor sólo conoce sus fallas y cree que la caridad, como proviene del amor, tiene que comportar un poco de debilidad. De este modo la quiere probar diciéndole: pongámonos de acuerdo, yo te admiro todo lo que quieras pero no le digas a nadie mi verdadero nombre. 

El amor al hombre pecador y el odio al pecado normalmente crecen en proporción inversa. 

El mundo quisiera hacer creer lo contrario. El mundo quisiera hacer creer que para amar mucho al pecador hay que amar un poco el pecado. Él, por su parte, ama el pecado y detesta al pecador, porque el mundo vive donde reina el odio. El mundo es indulgente con el pecado, y con el pecador no es duro sino implacable. 

El gran odio de los santos contra el mal es una de las maravillas que asombrarán a los hombres y a los ángeles en el ultimo día. Este gran odio es uno de los sentimientos más incomprensibles para el 
hombre corrompido. Este gran odio es el rayo que la espada de la pureza hace brillar en la noche. 

Este gran odio es de institución divina. Como todas las cosas de primer orden fue prometido antes de ser dado. La promesa salió de la boca de Dios en el momento en el que comenzó la historia. 

Prometió que la serpiente sería odiada y para que no hubiese error sobre la naturaleza de este odio, se confió este don sublime a la caridad y a la dulzura. Le dio a la mujer la misión de odiar. 

El odio a la serpiente fue confiado como un depósito a Aquella que tenía que amar a los pecadores en grado tal que entregase por ellos a su propio Hijo a la muerte, al Hijo del Padre, al Emmanuel esperado. 

A las dulces manos de la mujer se le confió este odio sublime, como un tesoro de misericordia, y para que supiésemos de dónde venía Dios dijo que Él mismo pondría este odio entre la mujer y la serpiente. 

No hay que extrañarse de que la Virgen María ame de modo singular a los pecadores, pues Ella tiene hacia el pecado un odio hecho expresamente para esto, un odio hecho por mano de Dios. 

Las tinieblas que nos rodean son particularmente profundas porque la humanidad ha dejado morir este fuego sagrado que es el odio al mal.

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