Como el Origen de las especies sugiere, el esquema más importante no es la historia biológica de la evolución como tal, sino el origen de las diferentes formas de vida, tema capital que ocupa el trabajo de Darwin. Lo curioso es que nunca aclara de dónde se origina la primera o primeras especies.
Su principal preocupación es demostrar que nuevas especies se originan a lo largo del tiempo, a la vez que derrumbar, como él mismo dice, “el dogma de la creación” de las mismas.
Este punto de vista contrasta con el de aquellos que creen que el número de las especies fue fijado y que éstas son inmutables a través de los tiempos. Así, el centro de atención de Darwin es el surgimiento de nuevas especies y la extinción de otras; la detección de los factores que las hacen diferenciables, todo ello enmarcado dentro de un proceso natural. Para Darwin, la “especie” significa un grupo de individuos que conserva mucho parecido entre sí —es decir, una clase de plantas o animales que tienen ciertas características en común.
Sin embargo, para Dobzhansky las especies representan discontinuidades genéticas reales en la naturaleza. Las llama “unidades naturales”. Sea como fuere, desde Aristóteles se ha creído que la propagación proviene del cruce de miembros de una misma especie que siempre generan organismos que pertenecen a la misma rama. Niega Aristóteles, sin embargo, que el cruce se haga entre diversas especies, pues el resultado no es productivo, v. gr., el caballo, cruzado con la burra, produce la mula estéril.
Entonces, en la jerarquía de clases, las especies se distinguen de los subgrupos por su estabilidad, conservada de generación en generación. Luego, la cuestión de los orígenes se aplica de manera peculiar a las mismas especies antes que a sus variedades.
Esta distinción es importante puesto que, o todas las especies orgánicas han existido desde el comienzo de la vida, o con el transcurso del tiempo nuevas especies se han generado. Si esto último es el caso, su apariencia no puede ser explicada por la generación natural, ya que la descendencia siempre pertenece a la misma especie que los organismos que las originaron. Esta es una observación de la biología contemporánea, puesto que no se conoce en la literatura científica ninguna jirafa, por ejemplo, que haya parido un león, en un caso, o un nuevo y desconocido animal,
en el otro.
Empero, para las mentes de algunos, la generación espontánea sigue allí como una posibilidad. Una nueva especie de organismo puede ser generado por otro organismo vivo aunque la posibilidad que lo sea de uno inerte es todavía más remota.
Este origen de la vida parece estar por fuera de toda causa natural y parecería implicar la intervención de un poder sobrenatural. Esta creencia de la generación espontánea proviene de la Antigüedad, aunque en la Edad Media también estaba afincada por la simple observación de que los gusanos emergían de la materia en putrefacción. Francesco Redi, un médico italiano de siglo XVII, fue el primero en obtener la primera demostración científica de que los gusanos no emergían “espontáneamente” de la carne putrefacta a menos que se permitiera a las moscas poner sus huevos en ella. Fue Lamarck quien primero consideró que la evolución era una certeza.
Decía que explicar cómo la evolución había ocurrido era equivalente a explicar la adaptación, v. gr., cómo las variaciones individuales surgen entre los organismos y cómo tales variaciones llevan hacia el surgimiento de diferentes especies adaptadas a los diferentes ambientes.
Sin embargo, la ciencia moderna tiende a confirmar la ley de la biogenética que indica que los organismos vivos sólo proceden de los organismos vivos. Entonces, ¿de dónde salieron los organismos vivos por primera vez? Esta pregunta podría ser respondida de tres maneras, a saber: 1) por un único acto de creación; 2) por generación espontánea, que incluye la evolución; 3) por creación evolutiva, que incluye un acto de creación que permite los procesos evolutivos.
El examen de las anteriores alternativas a la luz de la ciencia moderna, nos coloca en situación de poder escoger la alternativa que nos parezca más probable, advirtiendo que es más razonable que sobre la base de la probabilidad, y no de la posibilidad, escoja la alternativa.
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