Queremos presentar a continuación, y a lo largo de algunos “posts”, extractos de la “Memoria” presentada por pablo Victoria Wilches -disponible en internet en http://eprints.ucm.es/8583/1/T30695.pdf - ante la universidad Complutense de Madrid, en 2008, para optar por el título de Doctor, acerca de “Los instrumentos del nuevo orden mundial: el derecho, la economía, la ciencia, el lenguaje y la religión en la sociedad del siglo xxi”.
Particularmente queremos poner en primer lugar algunas páginas dedicadas a la teoría de la “evolución” de las especies, porque consideramos que trata el tema con una lucidez sorprendente a la vez que con una rigurosidad notable.
1)
LA CIENCIA COMO INSTRUMENTO IDEOLÓGICO
La formación de una ideología científica
La más antigua teoría de la creación orgánica está contenida en el Antiguo Testamento: Dios creó al mundo y sus habitantes en seis días, y el hombre fue el último de ellos. Sobre esta base se fundamenta la noción teológica de la creación especial y la inmutabilidad de las especies. Cada especie, se consideraba, había sido creada separada y completamente desarrollada del polvo de la tierra. Esta noción se mantuvo por siglos en la Iglesia en la cual se mantenía implícita la idea de que el hombre había sido dotado de un cuerpo al tiempo que de un alma. Posteriormente, el Cuarto Concilio de Letrán, XII ecuménico, en 1215, elevó a categoría dogmática la definición de esta simultaneidad.
Esto dejó definitivamente sentada la disputa que existía sobre la preexistencia del alma, tesis suscrita por san Agustín que decía que “el alma del primer hombre había sido creada antes que el cuerpo y junto con los ángeles”. Posteriormente Santo Tomás analizaría que el soplo de vida narrado en Génesis no se refiere ni al antes ni después de haber hecho el cuerpo del limo de la tierra, ni al sentido propiamente físico, sino al acto de producir un espíritu.
Es posible que lo que la Iglesia quisiese combatir fuesen las creencias que desde Grecia se habían infiltrado al cristianismo porque, aunque desde el siglo IV al VI a.C., Anaximandro, Empedocles y Aristóteles habían considerado la posibilidad de que los organismos vivos representaban diferentes e independientes tipos orgánicos, antes que tipos orgánicos procedentes unos de otros y creados al azar; la vida en sí, no obstante, era enfocada como proveniente de las formas menos perfectas a las más perfectas.
Muchos de los tópicos que el evolucionismo trata hoy día, como el lugar que le corresponde al hombre en el orden natural, provienen del pensamiento y obra El origen de las especies de Darwin. Es tal su importancia que casi ningún autor puede escapar de la clasificación general del antes o después de Darwin y este concepto abarca aun el campo de otras ciencias como la psicología, pues el propio William James enfoca el comportamiento del hombre y los animales, y hasta el fenómeno de la inteligencia, en términos evolutivos. Más allá de este campo, el evolucionismo también está reflejado en teorías del progreso y el desarrollo dialéctico de la historia, como en las teorías de Marx y Engels y en la reorientación general de la filosofía, que arranca de una forma evolutiva del pensamiento, como en los escritos Creative Evolution, de Bergson y The Influence of Darwin in Philosophy, de Dewey. Podríamos, inclusive, decir que trabajos posteriores a los de Darwin, como Genetics and the Origin of Species, de Dobzhansky, continúan manteniendo los mismos lineamientos de aquel autor, aunque ofrezcan refinamientos y mayor entendimiento de los mecanismos evolutivos, pero muy particularmente en los procesos hereditarios, mutaciones y la genética de las poblaciones.
Pero algo hay también que decir de los que precedieron a Darwin en este campo. El mismo Aristóteles creía que la naturaleza procedía poco a poco de las cosas inanimadas hacia las animadas.
San Agustín nos asombra, en sus comentarios al Génesis, por su creencia en que las diferentes formas de vida habían aparecido gradualmente. Sin embargo, aquí debemos detenernos un poco para matizar. Tanto san Agustín, como santo Tomás, creyeron que aunque las causas de la vida fueron creadas desde el principio por Dios, el abundante surgimiento de las plantas y los animales en sus diversas clases fue más labor de la “propagación” que de la “creación”, lo cual parece estar en perfecta armonía con Génesis.
A esta idea de la gradualidad se le suma Locke cuando observa que en el mundo visible no vemos brechas, sino progresión. Todas estas son agudas observaciones de personas que no tenían como disciplina la biología, ni nada que se le pareciera, sino que provenían de sus reflexiones sobre el particular. Tanto más meritorio, aunque no todos hayan acertado.
Sin embargo, para la teoría de la evolución la observación de una jerarquía en la naturaleza, o aun de una continuidad en la que las especies se diferencian en grados casi imperceptibles, es apenas un marco general o un antecedente verdaderamente precario. La precariedad queda evidenciada cuando el profesor Michael J. Becke observa: “Si una célula tiene 99 membranas sensibles a la luz, claramente tiene también la información para formar una de esas membranas. Pero si una célula tiene cero membranas, no tiene la información... Desde uno a dos, el salto es el doble. Desde cero a uno es infinito”.
El grado no es, pues, casi imperceptible, como nos lo han querido «vender» los evolucionistas, sino que ha ocurrido a saltos y trompicones cuánticos. Ya me dirá el lector cual número es ese infinito al que se refiere Becke y si es alcanzable.
¡Excelente artículo! Gracias a Dios que todavía se pueden encontrar estos sitios que son un respiro frente a tantos autores que promueven la inmanencia radical. Esperamos con ansias el próximo post, adelante!
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