La reingeniería social en la
política: el hombre sin ideología
No es que, en sus orígenes, el
socialismo haya abogado por la voluntad del hombre puesta al servicio de las
transformaciones sociales mediante el empleo de técnicas racionales que la
despojen de prejuicios y tradiciones y la encaminen hacia formas más “civilizadas”
y progresistas de vida. Por el contrario, Marx, quien fuera el creador del socialismo
moderno y quien le quitara sus aspectos lunáticos, no entretenía esperanzas al
respecto. Creía Marx que la dependencia causal que liga al hombre con el
sistema social lo imposibilita para poner tecnología, o ciencia, al cambio de
la sociedad; en particular, porque pensaba que los métodos de producción
capitalista ataban al ser humano de tal manera al modus operandi que era
virtualmente imposible desatarse de sus redes.
En una palabra, era el sistema
social el que determinaba los actos del individuo fuera éste gobernado o
gobernante, y no a la inversa, porque, según decía, “el molino de aspas nos da
una sociedad con el señor feudal; el molino de vapor nos da una sociedad con el
capitalista industrial”.366 La única esperanza era, pues, que operara sobre la
sociedad esa ley inexorable de la historia que, en función de las contradicciones
del capitalismo, actuaba para transformar la sociedad a partir de la conciencia
de clase adquirida por los miembros de la misma y que obraba en favor de la
revolución.
Aquel pensamiento era muy
distinto al del larvado socialismo contemporáneo que, habiendo visto ya
fracasadas las predicciones historicistas de Marx, emplea sutiles métodos de
ingeniería social para cambiar una sociedad que se resiste, aunque débilmente,
y todavía alberga “viejos” y “desuetos” sistemas de relación entre los hombres,
particularmente en algunos países que, como Colombia, sirven de laboratorio
experimental para los cambios que han de venir en los distintos órdenes que,
dicho sea de paso, se refuerzan unos con otros. Los miembros de la clase capitalista
deben ser, entonces, los catalizadores de este proceso histórico que habrá de favorecer
la eventual ingeniería practicada sobre la comunidad.
Por eso, un método práctico de
cambiar la sociedad es apoderarse del “alma de los niños”, como lo expresaba el
socialista Rodolfo Llopis del PSOE español en 1983.367 Esta función formadora,
asumida por el Estado, se nutre de los positivistas, como Rousseau, de los
socialistas utópicos, y hasta del propio Carlos Marx. Para eso se hace
necesario empezar por cambiar la estructura jerárquica de la escuela por una
“autogestionaria”, nivelada, democrática, igualitaria, pluralista y solidaria.
Así se busca la coeducación en todos los niveles y la igualdad entre educandos y
docentes hasta el punto en que aquellos intervengan en el contenido y método de
la enseñanza y en el propio control y gestión de los centros docentes. De allí
al intento de modificación de la estructura familiar no hay sino un paso. Ello
se alcanza, como ya quedó dicho, a través de una educación sexual que altere
los conceptos de pareja, que informe sobre la autonomía sexual de los niños,
sensibilice hacia la tolerancia —y aun la condescendencia— de las
manifestaciones sexuales “alternativas”, favorezca la “mismidad” de los sexos y
repulse la “extraña” patología de la familia patriarcal, monogámica, de corte
fundamentalista (léase con valores morales tradicionales.) Queda claro que esta
ingeniería pretende que la escuela no se destine a instruir, ni a enseñar en
valores, sino a proponer la formación de niños en un sistema de igualdad absoluta
y libertad completa, sin restricciones, que desemboque en la aceptación legal de
los matrimonios homosexuales hasta la adopción de niños por tales parejas. En
este sentido, se trata de borrar la noción de que la base del matrimonio no es
la tendencia sexual sino la identidad sexual complementaria del hombre y la
mujer cuya regulación jurídica no proviene de la efectividad, ni de la
conveniencia, sino de su función primordial.
Por eso se intenta que las gentes
pierdan la noción semántica de las palabras, como el matrimonio, que ya no sea
más un concepto unívoco sino equívoco de una situación civil. Al eliminarse la
definición tradicional de este concepto, matrimonio pasa a ser cualquier cosa,
la unión de dos varones, de dos mujeres o de tres o más personas en combinaciones
variables. Por eso también conviene al sistema el gradual abandono de toda
enseñanza religiosa tradicional. El fin último es minar el sistema de autoridad
— toda autoridad— lo cual conducirá, inevitablemente, al culto del hedonismo
como nuevo valor espiritual y a la democracia directa a través del “poder
popular” que habrá de imponer nuevos sistemas de derechos por extravagantes e
inalcanzables que parezcan.
(tomado de : "LOS INSTRUMENTOS DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL: EL DERECHO, LA ECONOMÍA, LA CIENCIA, EL LENGUAJE Y LA RELIGIÓN EN LA SOCIEDAD DEL SIGLO XXI" , Pablo Victoria Wilches )
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