Pocas veces, por no decir nunca, veo los noticieros en televisión. Cuando deseo enterarme de algo lo consultó en la Internet, que me ofrece más posibilidades al mismo tiempo que me ayuda a evitar, hasta cierto punto, los sesgos y las habituales manipulaciones propias de los canales conocidos de televisión.
Sin embargo, hace algunos días me fue imposible no escuchar un estruendoso titular presentado en el noticiero del mediodía: "joven pareja aborta a su bebé y arroja los restos por el inodoro" (taza de baño).
Era una de esas noticias ante las cuales la primera reacción es un atónito silencio, seguido por unos cuantos segundos de escepticismo, los cuales esfuman rápidamente ante el choque con la realidad, la pantalla mostraba la imagen de un hombre joven conducido por la policía, esposado y tratando de cubrirse el rostro.
¿Qué pasa por la mente de dos personas al momento de arrojar un bebé por la taza del baño? ¿Quién se atreve a contestar esta pregunta?
La respuesta sencilla sería decir que en realidad no piensan en nada tan sólo se sienten tranquilos y aliviados por haber logrado deshacerse de una futura dificultad. Pero la realidad es un poco más complicada.
Cuando actuamos, cuando ejecutamos determinado comportamiento, excluyendo el caso de quienes adolecen de alguna severa anomalía psicológica o el de quienes son movidos o coaccionados física y violentamente por un tercero, lo hacemos por una libre y consciente elección de nuestra parte; elección que propiamente pertenece a la voluntad pero que supone siempre un proceso racional de análisis de los medios más acordes para alcanzar un determinado fin.
El proceso normal de toma de decisiones es, entonces, un proceso en el cual se da una continua interacción entre la voluntad y la inteligencia, donde, por así decir, a la voluntad le corresponde el movimiento y a la inteligencia la iluminación del camino.
Aristóteles decía que así como hay un razonamiento especulativo encaminado a la captación de la verdad, hay también un razonamiento práctico encaminado a determinar un curso de acción concreto.
Éste modelo aristotélico del acto humano práctico está calcado sobre el razonamiento lógico y consta de sus mismos elementos. Una premisa mayor, una premisa menor y una conclusión.
El ejemplo clásico de razonamiento especulativo:
- todo hombre es mortal (premisa universal)
- Sócrates es hombre (premisa particular)
- luego Sócrates es mortal (conclusión)
Ejemplo clásico de razonamiento práctico:
- todo lo dulce ha de ser comido
- esto es dulce
- luego esto debe ser comido
- todo lo dulce ha de ser comido
- esto es dulce
- luego esto debe ser comido
La diferencia entre ambos modelos de silogismo o razonamiento está en que mientras la conclusión del razonamiento especulativo está encaminada únicamente al conocimiento de alguna verdad, la conclusión del razonamiento o silogismo práctico está encaminada a determinar, impulsar, sugerir, un curso de acción, que si no es impedido por nada será el ejecutado por el sujeto. En el caso del alimento dulce, si nada impide en aquel momento que el sujeto lo coma, muy posiblemente lo hará.
Ahora bien, Aristóteles enseña que en aquellas personas que llevan a cabo conductas gravemente inmorales y reprochables lo que sucede es que su razonamiento práctico en lugar de dos, tiene cuatro premisas. ¿Qué quiere decir esto? Que hay dos premisas dictadas por la recta razón y dos dictadas por el apasionamiento.
El silogismo de recta razón diría así:
- lo dulce debe ser comido, en hora conveniente y en cantidad razonable
- esto es dulce, pero no es la hora conveniente, o bien, es demasiada cantidad
- luego, NO debo comer esto.
(También puede ocurrir que sí sea la hora indicada y la cantidad razonable, en tal caso nada impide comer aquello)
El silogismo de concupiscencia o de pasión diría así:
- lo dulce debe ser comido
- esto es dulce
- debo comer esto
Fijémonos en que todo depende de la primera premisa, la premisa principal de la cual desprendemos la consecuencia que se traduce en actos.
Pues bien, resulta que según Aristóteles, y esto es de una importancia capital, la premisa mayor viene nada, en palabras modernas, por nuestro "estilo de vida"; nuestras costumbres, nuestros hábitos, nuestras virtudes y vicios, configuran aquello que rige a manera de FIN, toda nuestra conducta.
En otras palabras, una persona habituada, acostumbrada a seguir siempre y en todo, su interés particular, a oír solamente los reclamos de sus pasiones, a usar sin discernimiento de todo placer, ¿qué premisa principal asumirá como guía a la hora de tomar una decisión? Seguramente la que le sea dictada en aquel momento por sus pasiones desordenadas, su egoísmo o su hedonismo particular.
Y cuanto más se habitúe a transitar por este camino más difícil se le hará obrar de manera distinta. Aquellos desgraciados que son esclavos de alguna mala costumbre sabrán perfectamente de que estamos hablando.
Con el paso del tiempo la recta razón va enmudeciendo hasta casi desaparecer del todo, y estas personas se hacen entonces incapaces de obrar de manera distinta, ciegos ante la realidad, prisioneros de sus egoísmos, y no sólo les faltan fuerzas para comportarse de manera diferente sino que con el paso del tiempo se van haciendo cada día más capaces de actos más y más inmorales y horrendos.
Una buena imagen de lo que venimos diciendo son las bolas de nieve arrojadas desde lo alto de una montaña, al principio puede ser una bola pequeña pero a medida que avanza en su caída se va haciendo cada vez más grande hasta que se hace imposible detenerla por su tamaño y por su fuerza.
Decían los antiguos que nadie se hace bueno o malo de repente; tanto la bondad como la maldad son el resultado de la acumulación de muchos actos realizados a lo largo de la vida; verdaderamente somos hijos de nuestros actos. Cada decisión que tomamos, cada conducta que llevamos a cabo, cada pensamiento, cada intención, cada deseo, va construyendo nuestra personalidad moral, y de esta personalidad moral dependen los principios que sigamos a la hora de obrar.
Quizá el camino que lleva a las personas a ser capaces de arrojar por la tasa del baño a su bebé haya sido un camino repleto de malas decisiones, que los hizo finalmente capaces de tan horrendo crimen.
De aquí se desprende la necesidad de permanecer siempre alertas y vigilantes ante esos pequeños defectos de nuestra personalidad, pues es mucho más fácil arrancar un árbol que apenas está creciendo que intentar arrancar un árbol que tiene raíces muy hondas y muchos metros de altura.
Este tema tiene sin duda mucha tela para cortar, volveremos sobre él en otra ocasión.
Leonardo R.
Leonardo R.
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