Vamos a tratar de explicar un poco la cuestión del razonamiento o silogismo práctico. En el artículo anterior lo mencionamos dándolo por sabido y la verdad es que en torno a estos temas hay actualmente una gran ignorancia.
Enseña Santo Tomás que el ser humano obra siempre movido por un fin; siempre que hacemos algo lo hacemos por o para algo y este "algo" lo llamamos fin de nuestra conducta. Nos subimos al coche "para" ir al mercado; vamos al mercado "para" comprar los alimentos; compramos los alimentos "para" preparar la cena; preparamos la cena "para" saciar el hambre, etc. incluso cuando dormimos lo hacemos "para" descansar y descansamos "para" renovar fuerzas y retomar nuestras obligaciones.
En último término hacemos lo que hacemos para ser felices y alcanzar una vida plena y ya aquí no es posible un nuevo ¿para qué? ¿Para qué ser feliz? Pues la única respuesta sería "para" ser feliz.
Esta doctrina según la cual la felicidad es el fin último de la vida humana es una doctrina de origen aristotélico que fue en la edad media retomada y completada por Santo Tomás.
De manera que para el hombre todas sus acciones son, de uno u otro modo, medios en orden a ese fin último. Precisamente es esto lo que permite comprender la existencia y necesidad de un proceso deliberativo racional previo que permita ordenar nuestras acciones al fin que perseguimos.
En el ejemplo que dábamos más arriba es posible decir que el acto de ir al mercado es fin respecto del acto de subir al coche; como también es posible decir que la compra de alimentos es fin respecto del viaje al mercado. Esto significa que entre nosotros y el fin último que es la felicidad se dan una serie de fines intermedios que según como se miren, son medios respecto de fines ulteriores, pero también son fines de medios anteriores.
De manera que el trabajo racional que permite el conocimiento del fin que perseguimos y los medios con que contamos es indispensable.
Ahora bien, a este trabajo racional previo y necesario podemos llamarle "razonamiento práctico"; le llamamos razonamiento porque es efectuado por nuestra razón, y le llamamos práctico porque va encaminado a establecer cursos de acción concretos; y está formado, esquemáticamente hablando, por una premisa universal que enuncia o bien el fin último o bien algún fin general que perseguimos en aquel momento; una premisa particular que señala el caso concreto ante el cual nos hallamos; y finalmente una conclusión que se desprende de las dos premisas anteriores y que le señala al sujeto lo que ha de hacerse en aquel momento para alcanzar tal fin.
Santo Tomás lo explica así:
“Oportet scire quod in eius processu est duplex opinio. Una quidem universalis, puta omne inhonestum est fugiendum. Alia autem singularis circa ea quae proprie secundum sensu cognoscuntur, puta, hoc est inhonestum. Cum autem ex his duabus opinionibus fiat una ratio, necesse est quod sequatur conclusio. Sed in speculativis anima solum dicit conclusionem. In factivis autem statim operatur ea”. In VII Ethic., lec.3, nn. 1345-1346.
“Es preciso saber que en este proceso (el del razonamiento práctico) hay dos opiniones. Una, universal, como, por ejemplo: ‘todo lo deshonesto debe ser evitado’. Otra, singular, referida a aquellas cosas que son conocidas propiamente por el sentido, por ejemplo: ‘esta acción concreta es deshonesta’. Cuando de ambas opiniones se hace una única razón, es preciso que se siga una conclusión. Pero, en los razonamientos especulativos, el alma sólo dice la conclusión: en cambio, en los operativos, inmediatamente la realiza”.
Ahora se comprende un poco mejor el ejemplo que dábamos en el artículo precedente sobre el alimento dulce:
- todo lo dulce ha de ser comido
- esto es dulce
- luego esto debe ser comido
No quiere esto decir que cada vez que obramos de determinada manera nos tomemos la tarea de razonar sobre medios y fines. Con el paso del tiempo y los hábitos adquiridos gran parte de nuestras conductas se hacen automáticas; y también es posible que actuemos en determinadas circunstancias bajo el efecto de la ira, de la lujuria, o de cualquier deseo vehemente, y en tal caso la precipitación con que actuamos nos impedirá razonar con claridad. (De aquí provienen los habituales "yo no quería hacer eso")
Pero hechas las anteriores salvedades, es cierto que a cada acto humano precede una deliberación por medio de la cual sopesamos los pros y los contras de los medios a nuestra disposición para llegar a determinado fin. Y de tal deliberación surgen las decisiones que determinan nuestros actos cotidianos.
En el próximo artículo hablaremos de la necesidad de la formación ética y del cultivo de las virtudes, pues son éstas las dos fuentes de donde brotan aquellos principios que nos sirven de premisa universal en nuestros razonamientos prácticos.
Leonardo R.
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