VIII
¿Es una quimera la conspiración anticristiana de la Revolución?
La Revolución, preparada por el paganismo del Renacimiento, por el protestantismo y volterianismo, hemos dicho que nació en Francia a fines del siglo diez y ocho. Las sociedades secretas, ya poderosas entonces, presidieron a su nacimiento. Mirabeau y casi todos los hombres de 1789; Danton, Robespierre y los demás malvados del 93, pertenecían a estas sociedades. Hace cuarenta años que el foco revolucionario se ha trasladado a Italia,1 y desde allí la Venta o Consejo Supremo dirige con prudencia de serpiente el gran movimiento, la gran rebelión en la Europa entera. Asesta sus tiros particularmente a Europa, por estar ésta a la cabeza del mundo.
La Providencia permitió que en estos últimos tiempos cayesen en manos de la policía romana algunos documentos auténticos de la conspiración revolucionaria. Fueron publicados, y damos de ellos algunos extractos. Habemus confitentem reum.
La misma Revolución nos dice, por medio de sus jefes reconocidos: “1º. Que tiene un plan de ataque general y organizado; 2º. Que para reinar corromper, y corromper sistemáticamente; 3º. Que aplica principalmente eta corrupción a la juventud y al clero; 4º. Que sus armas reconocidas son la calumnia y la mentira; 5º. Que la francmasonería es un noviciado preparatorio; 6º. Que procura atraerse a sus filas a los príncipes, al propio tiempo que se esfuerza por destruirlos, y 7º. Que el protestantismo es para ella un precioso auxiliar”.2
El plan general. Este plan es universal; la Revolución quiere minar en la Europa entera toda jerarquía religiosa y política: “Nosotros formamos una asociación de hermanos en todos los puntos de la tierra; tenemos deseos e intereses comunes; vamos a libertar a la humanidad, y queremos romper toda clase de yugo. Para nosotros mismos, veteranos de las asociaciones clandestinas, es un secreto la asociación”.3
“El éxito de nuestra empresa depende del más profundo misterio, y en las Ventas debemos encontrar al iniciado, como el cristiano de la Imitación, siempre pronto a permanecer desconocido y ser tenido en nada”.4.
“Para dar a nuestro plan toda la extensión que conviene, debemos obrar en silencio, a la sordina, ganar terreno poco a poco, y nunca retroceder”.1
No es esta una conspiración común, una revolución como otras tantas, no; es la Revolución, es decir, la desorganización fundamental, que sólo puede llevarse a cabo gradualmente y después de largos y continuos esfuerzos. “El trabajo que vamos a emprender no es obra de un día, ni de un mes, ni de un año. Puede durar muchos años, un siglo quizá; pero en nuestras filas muere el soldado y la lucha sigue”.2
A Italia, para atacar en Roma directamente al papado, se dirige la conspiración sacrílega. “Desde que estamos organizados como cuerpo activo, y ha comenzado a reinar el orden, así en el seno de las Ventas más distantes como en el de las más próximas al centro, un pensamiento ha preocupado siempre a los hombres que aspiran a ala generación universal, y es el de la libertad de Italia, de la que debe resultar en su día la libertad del mundo entero. Nuestro objetivo final es el de Voltaire y el de la Revolución francesa: EL ANIQUILAMIENTO COMPLETO DEL CATOLICISMO Y AUN DE LA IDEA CRISTIANA, que, a quedar en pie sobre las ruinas de Roma, vendría a perpetuar el Catolicismo más tarde”.3
“A esta victoria sólo se llega de combate en combate. Tened pues, siempre los ojos fijos sobre Roma. Emplead todos los medios para hacer impopular a la gente de sotana; haced en el centro del Catolicismo lo que nosotros todos, individualmente o en cuerpo, hacemos en los flancos. Agitad sin motivo o con motivo, poco importa, pero agitad.4 Estas palabras encierran todos los elementos de triunfo. La conspiración mejor tramada será aquella que más remueva y que comprometa a más gente. Tened mártires y víctimas; siempre encontraremos gente que sepa dar a esto los colores necesarios”.5
“No conspiremos más que contra Roma. Para esto aprovechemos todas las circunstancias; sirvámonos de todas las eventualidades. Desconfiemos principalmente de las exageraciones de celo. Un odio frío, bien calculado y profundo, vale más que todos los fuegos de artificio y todas las declamaciones de la tribuna. En París no quieren entender esto; pero en Londres, he conocido hombres que comprenden mejor nuestro plan y que se asocian a él con más fruto”.1
He aquí ahora el secreto revolucionario sobre los acontecimientos modernos: “La unidad política de Italia es una quimera; pero aun siendo más quimera que realidad, produce cierto efecto en las masas y en la ardiente juventud. Ya sabemos a qué atenernos sobre este principio. Es y quedará siempre vacío; sin embargo, es un medio de agitación. No debemos, pues, privarnos de él. Agitad poco a poco, trastornad la opinión, tened al comercio realizado, y sobre todo nunca os manifestéis. No hay medio mas eficaz para sembrar las sospechas contra el Gobierno pontificio”.2
“En Roma los progresos de la causa son visibles; hay indicios que no engañan a las personas perspicaces y ya de muy lejos se siente el movimiento que comienza.3 Por fortuna no tenemos la petulancia de los franceses. Queremos que madure el fruto antes de explotarlo, medio único de obrar con acierto y seguridad. Me habéis hablado algunas veces de que nos ayudaríais cuando la caja común quedase exhausta. Sabréis por experiencia que el dinero es en partes, y principalmente aquí, el nervio de la guerra. Poned a nuestra disposición muchos, muchos thalers. Es la mejor artillería para batir en brecha la Sede de Pedro”.4
“En Londres se me han hecho ofertas de consideración. Dentro de poco tendremos en Malta una imprenta, y con impunidad, de un modo seguro y bajo la protección del pabellón inglés, podremos esparcir de una parte a otra de Italia los libros, folletos, etc., uq la Venta Suprema juzgue convenientemente poner en circulación. Nuestras imprentas en Suiza producen ya libros tales como deseamos”.5
Al cabo de veinticinco o treinta años, la conspiración reconoce sus progresos. Cuenta con Francia para obra, reservando siempre a Italia la dirección suprema. Desconfía de los otros pueblos: los franceses son demasiado fanfarrones; los ingleses, sobrado tristes; los alemanes, excesivamente nebulosos. A sus ojos, solamente el italiano reúne las cualidades de rencor, cálculo, malicia, diserción, paciencia, sangre fría y crueldad necesarias para obtener el triunfo. “En pocos años hemos levantado considerablemente los negocios. Por todas partes, así en el Norte como en el Mediodía, reina la desorganización social. Todo se ha puesto bajo el nivel a que queremos rebajar al género humano. Nos ha sido muy fácil pervertir. En Suiza como en Austria, en Prusia como en Italia, nuestros sicarios sólo aguardan una señal para destrozar el molde antiguo. La Suiza quiere darla; pero estos suizos radicales no tienen fuerza suficiente para conducir a las sociedades secretas al asalto de la Europa. Preciso es que Francia ponga su sello a esta orgía universal, y estad persuadidos que París no faltará a su misión”.1
“Por toda Europa he encontrado los espíritus muy propensos a la exaltación. Todo el mundo confiesa que el mundo antiguo cruje, y que ya pasó la época de los reyes. He recogido abundante cosecha; ya no me cabe la menor duda de que caerán los tronos, después que he estudiado el trabajo de nuestras sociedades en Francia, Suiza, Alemania y aún en Rusia. El asalto que se dará a los príncipes de la tierra antes de pocos años, los sepultará a todos bajo los restos de su ejércitos impotentes y de sus monarquías caducas. Mas no es esta la victoria para cuyo éxito hacemos tantos sacrificios. No ambicionamos una revolución en uno u otro punto, cosa que se obtiene, siempre que se quiere, sino que para matar con toda seguridad al mundo viejo, creemos preciso ahogar el germen católico y cristiano”.2
“El sueño de las sociedades secretas se realizará por la sencillísima razón de estar fundado sobre las pasiones del hombre. No nos desanimemos, pues, por derrota más o menos; preparemos nuestras armas en el silencio de las Ventas; levantemos nuestras baterías, halaguemos todas las pasiones, tanto las más perversas como las más generosas, y todo nos induce a creer que nuestro plan tendrá un éxito mucho más feliz de lo que nos atrevemos a esperar”.3
Tal es el plan: pasemos a los medios.
La Corrupción. Oigamos ahora cosas más horrorosas todavía.
“Estamos harto adelantados para que nos contentemos con el asesinato. ¿De qué sirve un hombre asesinado? No individualicemos el crimen: a fin de darle las proporciones correspondientes al patriotismo y al odio contra la Iglesia, debemos generalizarlo. El Catolicismo y las monarquías, no temen el puñal bien afilado; pero estas dos bases del orden social pueden derrumbarse por la corrupción; así, nunca nos cansemos de corromper. Está decidido en nuestros consejos que no ha de haber ya más cristianos; popularicemos pues, el vicio en las masas; que lo respiren por todos los cinco sentidos; que lo beban, que se saturen de él. Formad corazones viciosos, y ya no tendréis más católicos”.1 ¡Qué elogio para la Iglesia!
“Conservemos los cuerpos, pero matemos el espíritu. Lo que importa es destruir la moral, y para esto es preciso corromper el corazón. Creo de mi deber proponer este medio por principio de humanidad política”.2
Con motivo de la muerte, públicamente impenitente de dos de sus afiliados, ejecutados en Roma, el jefe de la Venta Suprema añade: “Su muerte de réprobos ha producido un efecto mágico en las masas. Es la primera proclamación de las sociedades secretas, y una toma de posesión de las almas. Morir en la plaza del Pueblo en Roma, en la ciudad madre del Catolicismo, y morir francmasón e impenitente, es cosa admirable”.
Otro de estos demonios encarnados dice: “Infiltrad el veneno en los corazones escogidos; infiltrando en pequeñas dosis y como por casualidad, y os admiraréis vosotros mismos de vuestro buen éxito. Lo esencial es aislar al hombre de la familia, haciéndole perder los usos y costumbres de su casa. Por inclinación está bastante dispuesto a huir de los cuidados de ella, y a correr tras placeres fáciles y prohibidos. Le gustan las largas conversaciones del café y la ociosidad de los teatros. Arrastradlo, atraedle allí sin que se dé cuenta; dadle alguna importancia, sea la que fuere; enseñadle discretamente a fastidiarse de sus trabajos cotidianos. Con esta mañas, después de separarlo de su mujer y de sus hijos, y de enseñarle cuán penosos son los deberes, inculcadle el deseo de una existencia más holgada. El hombre nace rebelde: atizad este deseo de rebelión hasta el incendio; pero que el incendio no estalle. Esto será una buena preparación para la grande obra que debéis principiar”.3
“Para esta grande obra, nos dice el abogado lógico de la causa revolucionaria, se necesita ancha conciencia, que no se arredre cuando llegue la ocasión, ni ante una alianza adúltera, ni ante la fe pública violada, ni ante las leyes de la humanidad pisoteadas”.2
La Venta Suprema resume en las siguientes palabras esta infernal conjuración: “Lo que hemos emprendido es la corrupción en grande escala; la corrupción del pueblo por el clero y del clero por nosotros; corrupción que nos permitirá un día llevar a la Iglesia al sepulcro. Nos dicen que para dar en tierra con el Catolicismo sería preciso antes suprimir a la mujer. Sea así; pero no pudiendo suprimirla, corrompámosla, a la vez que a la Iglesia. Corruptio optimi pessima. El fin es bastante hermoso para tentar a hombres como nosotros. El mejor puñal para herir a la Iglesia es la corrupción. ¡Adelante, pues, hasta el fin!”
La corrupción de la juventud y del clero. Los corazones escogidos que la Revolución busca con preferencia, son los de los jóvenes y los sacerdotes, y aun querría formar un Papa.
“Debemos dirigirnos a la juventud, seducirla y alistarla, sin que se dé cuenta bajo nuestras banderas. Que nadie penetre vuestros designios; no os ocupéis de la vejez ni de la edad madura; dirigíos a la juventud y si es posible a la infancia. Nunca uséis con ella palabras impías o licenciosas: guardaos bien de esto por interés mismo de la causa. Conservad todas las apariencias de hombre grave y moral. Una vez adquirida reputación en los colegios, universidades y seminarios, cuando contéis con la confianza de profesores y estudiantes, acercaos principalmente a aquellos que se afilian en la milicia clerical. Excitad, exaltad estas naturalezas tan llenas de ardor y de orgullo patrio. Ofrecedles al principio, pero siempre en secreto, libros inofensivos, y así llevaréis poco a poco vuestros discípulos al grado de madurez indispensable. Cuando este trabajo cotidiano haya esparcido nuestras ideas como la luz por todas partes, entonces podréis apreciar la sabiduría de esta dirección.
“Conquistaos reputación de buen católico y de patriota puro, esta reputación facilitará la propaganda de nuestras doctrinas, así entre el clero joven como en los conventos. Dentro de algunos años, este clero joven llegará a ocupar todos los puestos por la fuerza de las cosas. El gobernará, administrará, juzgará, formará el Consejo del soberano, y será llamado a elegir al Pontífice, quien a su vez, como la mayor parte de sus contemporáneos, estará necesariamente más o menos imbuido en los principios italianos y humanitarios que vamos a propagar. Para obtener este fin, despleguemos al viento todas nuestras velas”.1
“Debemos hacer inmoral la educación de la Iglesia, y llegar por pequeños medios, bien graduados, aunque bastante mal definidos, al triunfo de la idea revolucionaria por un Papa. Este proyecto me ha parecido siempre una habilidad más que humana”.2 Sobrehumana, en efecto, porque viene en línea recta de Satanás. El personaje que se oculta bajo el nombre de Nubius describe luego este Papa revolucionario que él se atreve a esperar: un Papa débil y crédulo, sin penetración, hombre de bien y respetado, e imbuido en los principios liberales. “Un Papa de estas condiciones necesitaríamos, si fuese posible: entonces marcharíamos al asalto de la Iglesia, más seguros que con los folletos de nuestros hermanos de Francia o el oro de Inglaterra. Para quebrantar la roca sobre la que construyó Dios su Iglesia, tendríamos el dedo del Sucesor de Pedro metido en la trama, y este dedo valdría para esta cruzada tanto como los Urbanos II y San Bernarndos de la cristiandad”.3
“¿Queréis revolucionar a Italia?, añaden estos emisarios del infierno: pues buscad al Papa cuyo retrato acabamos de dar. Marche el clero bajo nuestra bandera, creyendo marchar constantemente bajo la dirección de las Llaves apostólicas. ¿Queréis que desaparezca hasta el último vestigio de tiranos y opresores? Tended vuestras redes en las sacristías, seminarios y conventos; y si no os precipitáis, os prometemos una pesca milagrosa; pescaréis una Revolución revestida de tiara y manteo que marchará con cruz y estandarte, una Revolución que por poco que se la estimule hará arder las cuatro partes del mundo”.4 ¡Cómo comprenden instintivamente que todo descansa en el Papa!
Lo que consuela es verlos confesar con despecho que no han podido hincar el diente en el Sagrado Colegio, ni en la Compañía de Jesús. “Todos los Cardenales han escapado de nuestras redes, de nada han servido contra ellos las adulaciones mejor combinadas: ni un solo miembro del Sagrado Colegio ha caído en el lazo”.
“Con los Jesuitas se han malogrado también nuestros planes. Desde que conspiramos, ha sido imposible atraernos un Ignaciano, y convendría saber la causa de esta obstinación tan unánime; ¿por qué no hemos podido nunca encontrar en ninguno de ellos las aberturas de su coraza”. Añaden piadosamente. “ No tenemos Jesuitas con nosotros, pero nos es fácil decir y hacer decir que contamos con algunos, y esto producirá el mismo efecto”.
La mentira y la calumnia.- Satanás es el padre de la mentira, pater mendacii. La primera revolución se hizo por una mentira. Eritis sicut dii. Como hijas de aquella, todas las demás se forjan por el mismo procedimiento; cuanto más graves son, más mienten. Y es cosa averiguada que en nuestros días las mentiras, las hipocresías, los sofismas tejidos contra la Iglesia con arte infernal, corren entre nosotros en mayor número que los átomos en el aire. ¿De dónde proceden? Escuchad a la Revolución:
“Los sacerdotes son gentes de buena fe; mostradlos como pérfidos y desconfiados. Las masas siempre han sido propensas a creer todos los errores y necedades. Engañadlas¸ les gusta ser engañadas”. 1
“Poco nos queda qué hacer con los Cardenales viejos y los Prelados de carácter decidido. Saquemos de nuestros depósitos de popularidad o impopularidad las armas que han de inutilizar o hacer ridículo su poder. Un mote que se inventa con habilidad, y que con maña se esparece entre ciertas familias honradas, para que de ahí baje a los cafés, y de los cafés a las calles; una palabra basta a veces para matar a un hombre. Si donde estuvieseis llegase un Prelado para ejercer alguna función pública. Tratad de conocer desde luego su carácter, sus antecedentes, sus cualidades, y sobre todo sus defectos. Rodeadle de cuantos lazos podáis tenderle, creadle una de aquellas reputaciones que espantan a los niños y a las viejas; pintadlo cruel y sanguinario; referid algunos rasgos de tiranía que fácilmente queden grabados en la memoria del pueblo. Cuando los periódicos extranjeros recojan por nuestro medio estas relaciones, que embellecerán a su vez, indispensablemente por respeto a la verdad, enseñad, o mejor dicho, haced ver por medio de algún imbécil respetable (aviso a los pregoneros de escándalos religiosos), mostrad esos periódicos en que se refieren los hombres y los excesos supuestos de estos personajes. Del mismo modo que Francia e Inglaterra, no dejará Italia de tener plumas bien cortadas para las mentiras útiles a la buena causa (¡aviso a los periodistas!). Con un periódico en la mano, el pueblo no necesita otras pruebas. Se encuentra en la infancia del liberalismo, y cree en los liberales”.1 El viejo Voltaire queda ya atrás en este punto.
La Francmasonería.- La traición siempre viene de la propia casa.
La francmasonería se despepita para hacernos creer que es la sociedad filantrópica más inocente y sencilla de cuantas existen. Pues ahí tenéis la Revolución que con harta ligereza nos revela su verdadero carácter.
“Cuando hayáis imbuido en algunas almas la aversión a la familia y a la religión (y lo uno sigue siempre muy de cerca a lo otro), decid como al descuido algunas palabras que hagan nacer el deseo de ser afiliado a la logia masónica más cercana. Esta vanidad del ciudadano y del burgués en afiliarse a la francmasonería, es tan común y universal, que me admira la estupidez humana. El ser miembro de una logia y sentirse llamado a guardar un secreto que nunca se le confía, lejos de su mujer e hijos, es una delicia y una ambición para ciertos hombres. Las logias son un lugar de depósito, una especie de vivero, un centro que es preciso atravesar antes de llegar a nosotros. La falsa filantropía es bucólica y gastronómica; pero esto tiene un objeto, que es preciso impulsar sin descanso. Vaso en mano es muy fácil hacerse dueño de la voluntad, de la inteligencia y aun de la libertad de un hombre. Entonces se dispone de él, se le mueve a voluntad, se le estudia, se adivinan sus inclinaciones y sus tendencias, y cuando llega a la madurez que necesitamos, se le dirige hacia la sociedad secreta, de la que la francmasonería sólo es la antesala y aun mal alumbrada”.
“Con las logias contamos en gran parte para engrosar nuestras filas, pues ellas forman, sin sospecharlo, NUESTRO NOVICIADO PREPARATORIO. Hablan sin cesar acerca de los peligros del fanatismo, acerca de la dicha de la igualdad social, y sobre los grandes principios de la libertad religiosa. Lanzan, entre orgías, tremendos anatemas contra la intolerancia y la persecución.
Es más de lo que necesitamos para formarnos adeptos. Un hombre lleno de estas ideas no está lejos de nosotros. En esto estriba toda la ley del progreso social; no os canséis en buscar en otra parte. Pero no os quitéis nunca la máscara; dad vuelta alrededor del rebaño católico, y, como buenos lobos, coged al paso el primer cordero que se os presente con las condiciones requeridas”.1
Las mismas logias masónicas se encargan de confirmar estas apreciaciones, y nos hacen tocar con el dedo la perversidad de esta poderosa institución que se dice tan inofensiva. “Si la masonería, decía muy recientemente uno de su principales venerables, debiera encerrarse en el estrecho círculo que se le quiere trazar, ¿de qué serviría organización vasta y el inmenso desarrollo que se la ha dado?... La hora del peligro ha llegado, es inmenso; preciso es obrar... Por todas partes se organiza el enemigo... La hidra monacal (la jerarquía católica), tantas veces horribles cabezas. En vano, con el siglo XVIII, nos lisonjeamos de haber vencido al infame; el Infame renace más rapaz y hambriento que nunca. Es preciso levantar allar contra allar, en enseñanza contra enseñanza”. En fin, los caballeros masones hacen el juramento “de reconocer y mirar siempre con horror a los reyes ya los fanáticos religiosos, como azotes de los desgraciados y del mundo”. Todo lo dicho está sacado de discursos oficiales, pronunciados en estos últimos años por los grandes maestros y venerables en reuniones numerosas, “en las que se tranquilizaron las conciencias, y se dijo muy alto lo que se pensaba interiormente”.
¿Compréndese ahora por qué la Santa Sede condena la francmasonería, y por qué está prohibido el afiliarse a ella bajo pena de excomunión?
Explotación de los príncipes.- La Revolución trata de atraerse a los príncipes para poder minar más eficazmente con su concurso la monarquía y la Iglesia. La misma Venta suprema se lo dice a ellos y a nosotros.
“La clase media nos conviene, pero el príncipe mucho más aún. La Venta suprema desea que bajo cualquier pretexto se introduzca en las logias masónicas el mayor número posible de príncipes y ricos. Los príncipes de casas reinantes que no tienen esperanza de ser reyes por la gracia de dios, quieren serlo por la gracia de una revolución. Tanto en Italia como en otras partes, hay muchos de éstos que desean ser admitidos a los modestos honores de mandil y paleta simbólica. Otros están desheredados y proscriptos. Adulad a esos ambiciosos de popularidad, ganadlos para la francmasonería. La Venta suprema verá más adelante el uso que puede hacer de ellos para la causa del progreso. Un príncipe que no espera reinar, es una gran conquista para nosotros, y de éstos hay muchos. Hacedlos francmasones, y servirán de reclamo a los necios, a los intrigantes, a los ciudadanos y a los necesitados. Estos príncipes harán nuestro negocio, creyendo trabajar en el suyo. Es un aliciente magnífico, y siempre se encuentran necios dispuestos a comprometerse por servir en una conspiración, cuyo sostén parece ser un príncipe cualquiera”1
El protestantismo.- He aquí otro poderoso auxiliar, cuyo concurso fraternal es ensalzado por los jefes de la Revolución.
“Cuando hayáis imbuido en algunas almas la aversión a la familia y a la religión (y lo uno sigue siempre muy de cerca a lo otro), decid como al descuido algunas palabras que hagan nacer el deseo de ser afiliado a la logia masónica más cercana. Esta vanidad del ciudadano y del burgués en afiliarse a la francmasonería, es tan común y universal, que me admira la estupidez humana. El ser miembro de una logia y sentirse llamado a guardar un secreto que nunca se le confía, lejos de su mujer e hijos, es una delicia y una ambición para ciertos hombres. Las logias son un lugar de depósito, una especie de vivero, un centro que es preciso atravesar antes de llegar a nosotros. La falsa filantropía es bucólica y gastronómica; pero esto tiene un objeto, que es preciso impulsar sin descanso. Vaso en mano es muy fácil hacerse dueño de la voluntad, de la inteligencia y aun de la libertad de un hombre. Entonces se dispone de él, se le mueve a voluntad, se le estudia, se adivinan sus inclinaciones y sus tendencias, y cuando llega a la madurez que necesitamos, se le dirige hacia la sociedad secreta, de la que la francmasonería sólo es la antesala y aun mal alumbrada”.
“Con las logias contamos en gran parte para engrosar nuestras filas, pues ellas forman, sin sospecharlo, NUESTRO NOVICIADO PREPARATORIO. Hablan sin cesar acerca de los peligros del fanatismo, acerca de la dicha de la igualdad social, y sobre los grandes principios de la libertad religiosa. Lanzan, entre orgías, tremendos anatemas contra la intolerancia y la persecución.
Es más de lo que necesitamos para formarnos adeptos. Un hombre lleno de estas ideas no está lejos de nosotros. En esto estriba toda la ley del progreso social; no os canséis en buscar en otra parte. Pero no os quitéis nunca la máscara; dad vuelta alrededor del rebaño católico, y, como buenos lobos, coged al paso el primer cordero que se os presente con las condiciones requeridas”.1
Las mismas logias masónicas se encargan de confirmar estas apreciaciones, y nos hacen tocar con el dedo la perversidad de esta poderosa institución que se dice tan inofensiva. “Si la masonería, decía muy recientemente uno de su principales venerables, debiera encerrarse en el estrecho círculo que se le quiere trazar, ¿de qué serviría organización vasta y el inmenso desarrollo que se la ha dado?... La hora del peligro ha llegado, es inmenso; preciso es obrar... Por todas partes se organiza el enemigo... La hidra monacal (la jerarquía católica), tantas veces horribles cabezas. En vano, con el siglo XVIII, nos lisonjeamos de haber vencido al infame; el Infame renace más rapaz y hambriento que nunca. Es preciso levantar allar contra allar, en enseñanza contra enseñanza”. En fin, los caballeros masones hacen el juramento “de reconocer y mirar siempre con horror a los reyes ya los fanáticos religiosos, como azotes de los desgraciados y del mundo”. Todo lo dicho está sacado de discursos oficiales, pronunciados en estos últimos años por los grandes maestros y venerables en reuniones numerosas, “en las que se tranquilizaron las conciencias, y se dijo muy alto lo que se pensaba interiormente”.
¿Compréndese ahora por qué la Santa Sede condena la francmasonería, y por qué está prohibido el afiliarse a ella bajo pena de excomunión?
Explotación de los príncipes.- La Revolución trata de atraerse a los príncipes para poder minar más eficazmente con su concurso la monarquía y la Iglesia. La misma Venta suprema se lo dice a ellos y a nosotros.
“La clase media nos conviene, pero el príncipe mucho más aún. La Venta suprema desea que bajo cualquier pretexto se introduzca en las logias masónicas el mayor número posible de príncipes y ricos. Los príncipes de casas reinantes que no tienen esperanza de ser reyes por la gracia de dios, quieren serlo por la gracia de una revolución. Tanto en Italia como en otras partes, hay muchos de éstos que desean ser admitidos a los modestos honores de mandil y paleta simbólica. Otros están desheredados y proscriptos. Adulad a esos ambiciosos de popularidad, ganadlos para la francmasonería. La Venta suprema verá más adelante el uso que puede hacer de ellos para la causa del progreso. Un príncipe que no espera reinar, es una gran conquista para nosotros, y de éstos hay muchos. Hacedlos francmasones, y servirán de reclamo a los necios, a los intrigantes, a los ciudadanos y a los necesitados. Estos príncipes harán nuestro negocio, creyendo trabajar en el suyo. Es un aliciente magnífico, y siempre se encuentran necios dispuestos a comprometerse por servir en una conspiración, cuyo sostén parece ser un príncipe cualquiera”1
El protestantismo.- He aquí otro poderoso auxiliar, cuyo concurso fraternal es ensalzado por los jefes de la Revolución.
¿Qué es en efecto, el protestantismo, sino el principio práctico de rebeldía contra la autoridad de la Iglesia y de Jesucristo? En nombre de un falso principio religioso se socava un verdadero principio religioso, el único verdadero Cristianismo, la única verdadera Iglesia, y fomenta el orgullo y la desobediencia, el desorden y la anarquía. ¿Qué más necesita la Revolución, la grande rebelión universal, para armar y favorecer la propaganda protestante?
“El mejor medio de descristianizar la Europa, escribía Eugenio Sué, es protestantizarla”.
“La sectas protestantes son las mil puertas abiertas para salir del Cristianismo”, añade Edgard Quinet.
Y después de indicar la necesidad de acabar con toda religión se expresó así:
“Para llegar a este fin, dos caminos tenéis abiertos delante de vosotros. Podéis atacar, al mismo tiempo que al catolicismo, a todas las religiones del mundo, y principalmente a las sectas cristianas; pero en este caso, tendréis contra vosotros al universo entero. Por el contrario, si os armáis con todo lo que es opuesto al Catolicismo, principalmente con todas la sectas cristianas que le mueven guerra, añadiendo la fuerza impulsiva de la Revolución francesa, pondréis al Catolicismo en el peligro más grande que haya corrido jamás.
“Por esto me dirijo a todas las creencias, a todas las religiones que han luchado contra Roma; todas ellas quieran o no, están en nuestras filas, puesto que en el fondo su existencia es tan inconciliable como la nuestra con la dominación de Roma.
“No sólo Rosseau, Voltaire, Kant, están con nosotros, contra la opresión eterna, sino también Lutero, Zwinglio, Calvino, etc., toda la legión de espíritus, que combaten con su tiempo, con sus pueblos, contra el mismo enemigo que nos cierra el paso.
“¿Qué más lógico en el mundo que reunir en un solo haz y para una misma lucha las revoluciones que han aparecido en el mundo de tres siglos acá; para consumar la victoria sobre la Religión de la edad media?
“Si el siglo XVI arrancó la mitad de Europa a las cadenas del Papado, ¿es acaso exigir demasiado del siglo XIX que acabe la obra medio consumada?”
Destruir el Cristianismo, “superstición caduca y perniciosa”, tal es el fin reconocido de la liga infernal en que, quieran o no, están envueltos los protestantes, por la sola razón de serlo. Destruir el cristianismo, tal es la táctica que adopta la Revolución con esperanza de buen éxito.
¿Qué os parece, lectores míos? ¿Es la Revolución una casa grande y noble? ¿Merece nuestras simpatías? ¿Puede conciliarse su obra con la fe del cristianismo? ¿Es acaso calumniarla si se la anatematiza como detestable y satánica?
Tertuliano decía ya del Cristianismo: “Lo único que teme es no ser conocido”. La Revolución dice lo contrario: “Lo que temo es la luz”. Esta le arrebata, no solo a todos los hombres religiosos, sino también a los que presumen de honrados.
“El mejor medio de descristianizar la Europa, escribía Eugenio Sué, es protestantizarla”.
“La sectas protestantes son las mil puertas abiertas para salir del Cristianismo”, añade Edgard Quinet.
Y después de indicar la necesidad de acabar con toda religión se expresó así:
“Para llegar a este fin, dos caminos tenéis abiertos delante de vosotros. Podéis atacar, al mismo tiempo que al catolicismo, a todas las religiones del mundo, y principalmente a las sectas cristianas; pero en este caso, tendréis contra vosotros al universo entero. Por el contrario, si os armáis con todo lo que es opuesto al Catolicismo, principalmente con todas la sectas cristianas que le mueven guerra, añadiendo la fuerza impulsiva de la Revolución francesa, pondréis al Catolicismo en el peligro más grande que haya corrido jamás.
“Por esto me dirijo a todas las creencias, a todas las religiones que han luchado contra Roma; todas ellas quieran o no, están en nuestras filas, puesto que en el fondo su existencia es tan inconciliable como la nuestra con la dominación de Roma.
“No sólo Rosseau, Voltaire, Kant, están con nosotros, contra la opresión eterna, sino también Lutero, Zwinglio, Calvino, etc., toda la legión de espíritus, que combaten con su tiempo, con sus pueblos, contra el mismo enemigo que nos cierra el paso.
“¿Qué más lógico en el mundo que reunir en un solo haz y para una misma lucha las revoluciones que han aparecido en el mundo de tres siglos acá; para consumar la victoria sobre la Religión de la edad media?
“Si el siglo XVI arrancó la mitad de Europa a las cadenas del Papado, ¿es acaso exigir demasiado del siglo XIX que acabe la obra medio consumada?”
Destruir el Cristianismo, “superstición caduca y perniciosa”, tal es el fin reconocido de la liga infernal en que, quieran o no, están envueltos los protestantes, por la sola razón de serlo. Destruir el cristianismo, tal es la táctica que adopta la Revolución con esperanza de buen éxito.
¿Qué os parece, lectores míos? ¿Es la Revolución una casa grande y noble? ¿Merece nuestras simpatías? ¿Puede conciliarse su obra con la fe del cristianismo? ¿Es acaso calumniarla si se la anatematiza como detestable y satánica?
Tertuliano decía ya del Cristianismo: “Lo único que teme es no ser conocido”. La Revolución dice lo contrario: “Lo que temo es la luz”. Esta le arrebata, no solo a todos los hombres religiosos, sino también a los que presumen de honrados.
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