SAN IRENEO, OBISPO Y
MÁRTIR
VIDA
Ireneo nació en Asia Menor, tal vez en Esmirna, entre 130 y 135. Allí
conoció a San Policarpo, de quien se hizo discípulo. S. Policarpo le contó las relaciones
que había tenido con S. Juan y otros muchos que habían visto al Señor. Por
esto, es uno de los testigos más dignos de veneración y más seguros de la tradición,
y debió ser, gracias a su inteligencia, uno de los más competentes para refutar
el gnosticismo. Habiendo venido a las Galias, fue agregado como sacerdote a la
Iglesia de Lyon por el Obispo S. Potino. Durante la persecución de 177 sostuvo
a los mártires. Los fieles le enviaron a los Papas Eleuterio y Víctor, para
tratar de la paz de las iglesias de Oriente, perturbadas por la controversia
sobre la fecha de Pascua y por la herejía montañista. Debió de suceder al
Obispo S. Potino, y, según algunos, murió mártir, probablemente en 208.
IRENEO Y LA PRIMACÍA ROMANA.
La Iglesia de Lyon presenta en este día a la admiración del mundo, a su
gran doctor, el pacifico y valiente Ireneo, lumbrera de Occidente Conviene
escucharle dando a la Iglesia madre el célebre testimonio que, hasta nuestros
tiempos, ha vivamente contrariado a la herejía y conturbado al infierno; y la
eterna Sabiduría ha querido fijar para hoy su triunfo, porque encierra una
instrucción muy propia para preparar nuestros corazones para mañana. Oigamos al
discípulo de Policarpo, al celoso oyente de los discípulos de los Apóstoles, a
aquel a quien su ciencia y sus peregrinaciones, desde la brillante Jonia hasta
el país de los celtas, hicieron el más autorizado testigo de la fe de las Iglesias
en el siglo segundo. Todas estas Iglesias, dice el Obispo de Lyon, se inclinan ante
Roma, la señora y la madre: "Porque
con ella, a causa de la autoridad de su origen, deben concordar las demás; en
ella, los fieles que existen en todas partes, guardan siempre pura la fe que se
les predicó. Grande y digna de veneración por su antigüedad sobre todas,
reconocida por todos, fundada por los dos más gloriosos Apóstoles Pedro y
Pablo, sus Obispos son, por su sucesión, el canal por donde viene hasta
nosotros íntegra la tradición apostólica: de tal manera que todo el que difiere
de ella en su creencia, por solo este hecho es condenado."
LA HEREJÍA GNÓSTICA.
La piedra que sostiene a la Iglesia, era por lo mismo inconmovible a los
esfuerzos de la falsa ciencia. Y, sin embargo de eso, no era un ataque
innocuo el de la Gnosis, herejía múltiple, con sus tramas urdidas en disforme
mezcla por los poderes más opuestos del abismo. Diríase que Cristo, para probar
el fundamento que había puesto, permitió ensayar contra él el asalto simultáneo
de todos los errores que dividían entonces el mundo, o lo destrozarían más
tarde. Simón el Mago, envuelto por Satanás en los lazos de las ciencias
ocultas, fue elegido por lugarteniente del príncipe de las tinieblas para esta
empresa. Desenmascarado en Samaría por Simón Pedro, comenzó contra él una lucha
envidiosa, que desgraciadamente no había de terminar a la muerte del padre de
las herejías, sino que continuaría más viva en los siglos sucesivos. Saturnino,
Basílides, Valentín, inventaron los más tortuosos y extravagantes sistemas,
dejando libre curso a los instintos que en torno suyo hacía germinar la
corrupción del espíritu y del corazón. En sus sistemas se encierra la reunión
de las filosofías, religiones y aspiraciones más contradictorias de la
humanidad.
No hay aberración, desde el dualismo persa y el idealismo indostánico,
hasta la cábala judía y el politeísmo griego, que no se haya dado la mano en el
santuario reservado de la gnosis. Allí se elaboraban ya fórmulas que anuncian
las futuras herejías de Arrio y Eutiques. Allí anticipadamente tomaban
movimiento y vida, en un extraño cuento panteístico, los más peregrinos sueños
vacíos de las metafísicas modernas.
Un dios abismo, que rodaba de caída en caída hasta la materia, para tener
conciencia de sí mismo en la humanidad y volver por el aniquilamiento al silencio
eterno: tal era uno de los dogmas de la gnosis sobre el que se apoyaba una
moral, unas veces rigorista hasta el punto de incitar al suicidio cósmico, y
otras mezclando una mística que incitaba a las más impuras prácticas, o
abandonaba al hombre a sus pasiones.
EL DEFENSOR DEL DOGMA
San Ireneo fue escogido por Dios para oponer a la Gnosis los argumentos de
su poderosa lógica y restablecer contra ella el sentido verdadero de las
Escrituras; sobresalió más aún cuando, frente a mil sectas que llevaban abiertamente
la señal del padre de la división y de la mentira, hizo ver que la Iglesia guarda
piadosamente en todo el mundo la tradición recibida de los Apóstoles. La fe en
la Santísima Trinidad que gobierna este mundo, obra suya, y el misterio de
justicia y misericordia, que abandonando a los ángeles caídos, ha levantado, incluso
a nuestra carne, en Jesús. Tal era el depósito que Pedro y Pablo, los Apóstoles
y sus discípulos legaron al mundo: "La
Iglesia, pues, atestigua San Ireneo, habiendo recibido esta fe, la guarda
diligentemente haciendo como una casa única de la tierra en donde vive
dispersa: cree juntamente, con una sola alma y con un solo corazón; con una
misma voz predica, enseña y transmite la doctrina, como si tuviese una sola boca.
Porque, aun cuando en el mundo son muy diversas las lenguas, esto no impide que
la tradición sea una en su savia."
FE Y AMOR.
Unidad santa, fe preciosa depositada como fermento de eterna juventud en nuestros
corazones, no te conocen los que se apartan de la Iglesia. Alejándose de ella,
pierden a Jesús y sus dones. "Porque donde está la Iglesia, allí está el
Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda
gracia. Desgraciados los que se separan de ella, no sacan la vida de los pechos
nutritivos a los que les invitaba su madre, no apagan su sed en la purísima fuente
del cuerpo del Salvador; sino que, lejos de la piedra única, van a beber en el
barro de las cisternas cavadas en el lodo fétido, donde no se halla el agua de
la verdad”.
"Sofistas
repletos de fórmulas y vacíos de la verdad, ¿de qué les servirá su ciencia?" ¡Oh! exclama el Obispo de Lyon, en un arrebato en el que parece se inspirará
más tarde el autor de la Imitación, ¡cuánto mejor es ser ignorante o de poca
ciencia, y acercarse a Dios por el amor! ¿Qué utilidad reporta el saber y pasar
por erudito y ser enemigo del Señor? Por eso decía S. Pablo: La ciencia infla,
pero la caridad edifica. No reprobaba él la verdadera ciencia de Dios, porque
entonces se habría condenado a sí mismo el primero; sino que veía que algunos,
vanagloriándose con el pretexto de la ciencia, no sabían amar. Sí, ciertamente:
más vale no saber nada, ignorar las razones de las cosas, y creer en Dios y
tener caridad. Evitemos la vanagloria que nos arrebataría el amor, vida de
nuestras almas; Jesucristo, Hijo de Dios, crucificado por nosotros, sea toda
nuestra ciencia."
(Tomado del "Año litúrgico" de Gueranger)
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