LA
FAMILIA
Indispensable cimiento de todas nuestras relaciones
sociales, hecho necesario y fatal superior a la voluntad humana, la familia es
el fundamento primero de toda sociedad, sin ella nunca ha existido ni podido
existir el hombre; nunca ha existido ni podido existir tampoco sociedad alguna
humana, y cualquier doctrina que pretenda destruir los sentimientos de cariño,
amor y respeto entre marido y mujer, entre padres e hijos, destruirá también
irremisiblemente todo el edificio social.
No
hay mayor vínculo social para el hombre que los principios eternos que sirven
de base a nuestra unión augusta y sagrada en el seno del hogar doméstico. Si
desaparecen estos principios, si desaparece la familia, desaparece también con ella
la sociedad civil y política y toda sociedad humana.
Necesitamos
la familia, para que broten en nuestro pecho sentimientos de honor, de
dignidad, de abnegación, de heroísmo, de virtud; necesitamos la vida del hogar para
que alienten en nuestra alma el aprecio de nuestros semejantes, los tiernos afectos
de la vida, los heroicos impulsos del verdadero amor; porque si de la ley de
amor que sentimos en nosotros nace la sociedad, en ninguna parte aparece esta
ley tan grandiosa y bella como en la familia. Es, en efecto, la familia el
santuario del amor, el cielo en la tierra, el más alto grado de la felicidad
terrena; en ella se ensancha el corazón humano, se dilata el ya tan inmenso
horizonte de los sentimientos y de los afectos, y refugiado en su misterioso
seno, vive el hombre en un mundo ideal y divino, donde respira el celestial ambiente
del tierno cariño, y recibe extasiado las caricias seductoras de una esposa, mientras
contempla embebecido la alegría incomparable de las inocentes criaturas que le
deben el ser. Don admirable del cielo, mística e inexplicable unión de los más
ideales sentimientos de la humanidad, la familia es el templo grandioso y
sublime que se eleva majestuoso sobre la base inmortal de la unión conyugal y
de los vínculos indestructibles del amor paterno y de la piedad filial; bajo sus
altas bóvedas vive y crece el amor en sus mil formas distintas, en sus mil
variados matices; consuelo del desgraciado, asilo del oprimido, en él nos
amparamos cuando invaden nuestro corazón la tristeza y la amargura, y al
instante nos vernos rodeados de seres por nosotros queridos, que amantes secan
nuestras lágrimas, y llorando con nosotros, calman nuestro dolor y disminuyen
nuestras penas.
¡Qué
desdichado sería el hombre si, al verse desgraciado, no pudiera cruzar sus
miradas con las de una esposa querida o las de un hijo idolatrado, y recibir el
bálsamo divino del consuelo, de las caricias de una madre o de los labios
venerados de un padre!
En
la familia adquieren su mayor desarrollo los afectos morales del hombre, y en
ella únicamente aparecen sus más nobles sentimientos y sus más puras
inclinaciones; en ella nos vemos rodeados de seres superiores, iguales, e
inferiores a nosotros, y así crece en nuestra conciencia el sentimiento de
nuestra propia dignidad y el aprecio de la dignidad ajena; en ella, en fin, es
donde se realizan los más heroicos sacrificios de pura abnegación, y donde más
imponentes se presentan los vínculos sociales de la humanidad.
El
hombre al sentirse amado quiere mostrarse digno de la pasión que ha promovido;
y el amor, crisol donde se purifica el oro de las virtudes, se convierte en él
en causa de inocencia y de pureza de costumbres; contempla el candor angelical
de sus hijos, y ante él extasiado teme que sus acciones mancillen la pureza
virginal de la infancia y marchiten la flor incomparable de la inocencia; y si
Dios le dio Por hija una virgen del cielo, el padre venturoso no vive sino por
conservar intacto el tesoro inapreciable que posee, y en ángel se convierte por
custodiar tanta pureza. Rodeado así del tierno cariño de su esposa virtuosa, de
la candorosa inocencia de sus hijos, y de la celestial pureza de la virgen que
le da el nombre de padre, el hombre no puede menos de convertirse en imitador y
en modelo de virtudes; y se forma en el hogar doméstico esa atmósfera ideal de
amor, de inocencia y de virtud que, como el incienso de los templos, benéfica
se extiende por la tierra y luego se eleva misteriosa en el espacio hasta
llegar al trono del Altísimo, donde llena de gozo y alegría las espirituales regiones
de la gloria. Y si existe algún ser desgraciado que vive solo en el mundo
porque la muerte le separó de las personas por él amadas, se acordará en medio
de sus desdichas de los días felices de su infancia, se acordará de las escenas
de virtud y de amor que presenció en la familia, y el dulce recuerdo de su
felicidad pasada mejorará sus sentimientos presentes y será la idea querida que
le guíe por la senda escabrosa del bien.
De
este modo, elemento poderoso de moralidad, es la familia la base y el modelo de
toda sociedad; allí donde crezca lozana y pura esta institución divina,
prosperarán los Estados, existirá una admirable conciencia pública, censora eterna
e incorruptible de la moral privada; tendrá el hombre el sentimiento de su
dignidad y de su sublime misión social; se respetarán los derechos sagrados del
hombre y de la humanidad; brillará con incomparable esplendor el culto hermoso
de la mujer; y unidos los hombres por los lazos sublimes del amor y de la
caridad, presentarán en la tierra la imagen seductora de la inmortal bienaventuranza
de aquella sociedad divina que se llama la ciudad de Dios , la celestial Jerusalén
, en la cual, unidas en el eterno abrazo del supremo Amor, vivirán eternamente
las criaturas.
(Tomado de "El matrimonio: su Ley Natural, su historia, su importancia social" de Joaquín Sánchez de Toca Calvo )
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